tribuna

Félix y Mariángeles*

Pedro López

Pedro López

Son los protagonistas de una preciosa e inacabada historia. Y no porque haya de terminar (en este mundo, sí); sino porque en realidad las narrativas que sorprenden por su preciosa humanidad nunca concluyen, son eternas. Ya señaló Shakespeare en unos maravillosos versos que «no es el amor/ que se altera al encontrar alteración/ no: es una señal eternamente estable/ que mira las tormentas y no fluctúa jamás». El amor es la belleza del encantado por lo encantador. Lo contrario es lo feo e insufrible.

Cierta literatura ilustra acerca de la perversidad, del trasfondo corrupto de la condición humana y de lo malos que podemos llegar a ser. Me parece que fue Pascal quien dijo aquello de que «yo no sé cómo será el corazón de un criminal, pero me asomé al de un hombre de bien y me asusté». Y posiblemente la cita sea autobiográfica.

La historia de Félix y Mariángeles, no es desde luego un cuento de hadas. Cada día, cada mañana hay que empezar: «emprende con valentía el cuidado de la persona que sigue ahí, a su manera», nos sugiere. Félix, no lo he dicho todavía, padece de Alzheimer avanzado y lucha y se esfuerza por mantenerse erguido, como siempre ha sido: un buen mocetón. Pero no deja por eso de tener sus miedos, sus angustias, percibir de alguna forma inexpresable la pérdida que le va suponiendo el avance de la enfermedad, a pesar del combate que mantiene para sostenerse.

Ella le presta la firmeza y la dulzura. Y él la mira con ojos de enamorado, con esa mirada que solo en los niños he sido capaz de captar. Un día, Félix le dijo: «voy a luchar. ¡No me dejes solo! Trato de entenderte, de seguir aquí. ¡Gracias por darme una nueva vida!» Va con ella a todas partes y, aunque apenas se vale por sí mismo, se le ve disfrutar: se siente querido, valorado, cuidado, amado.

Es él y sigue siendo él; y a pesar de no poder recordar lo que ha hecho hace un rato o de repetir lo mismo varias veces, pelea con denuedo por hacer caso a quien le ha hecho feliz compartiendo 50 años de matrimonio: porque el amor se construye segundo a segundo, entre llantos y risas; prevalece en la adversidad; se robustece en el sacrificio; y es capaz de atinar con lo que al otro le hace sentirse mejor. Solo cuando Félix encuentra en los ojos de Mariángeles algo de tristeza, él también se aflige porque quizá la ha contrariado.

Por eso Mariángeles no se deja llevar por el enojo, ni que el enfado, aunque haya algún motivo, haga mella y menos que arraigue en su rostro ni un segundo, porque Félix es avispado, capta a su manera lo que es el cariño de la persona a la que más quiere, aunque ya no se acuerde de su nombre; y nota enseguida el contratiempo y se atribula pensando que ha sido por su torpeza. Por eso se la ve alegre, bulliciosa, jocosa, y siempre firme. “Ahora cuando Félix se apoya en mi hombro y me susurra mensajes de amor al declinar el día, siento el calor que fluye recíprocamente. Me dice él a su manera entrecortada: ¡Trato de entenderte, de seguir aquí. Estaré siempre contigo, a tu lado! Y yo le contesto con la mirada, y le acaricio.”

¡No me dejes solo! Diagnóstico: Alzheimer. Autora: María de los Ángeles Rodríguez Castaño