Algo personal

Muchas vidas

Alfons Cervera

Alfons Cervera

Alguien abrió un grupo de wasap. Mi número estaba en ese grupo. No acostumbro a participar en la comunicación colectiva. Soy torpe para eso. Me pierdo cuando donde estoy hay más cuatro. La cosa esa de vivir lejos del bullicio. En eso hay cosas buenas y otras no tanto. Leía lo que la amistad iba dejando en el teléfono. Y me entraba a la vez una inmensa alegría y una rabia infinita. La alegría de saber a Lluís Miquel tan rodeado de amigos, de amigas, de gente que a lo mejor simplemente sabía que un artista grande se nos había ido y la despedida no fue a lo pomposo. La callada despedida de un amigo con quien hablaba no todos los días, pero casi. El tiempo no se puede contar. Y aún menos hacerlo nuestro. Va a su bola. Marca sus límites y sus desenfrenos. Nos avisa a la chita callando de lo que vendrá y deja testimonio de lo que fuimos en medio de la tempestad o los paraísos más o menos perdidos en que habitaron nuestras vidas.

Escribo esta columna a lo rápido, para que no llegue fuera de plazo a estas páginas abiertas a la memoria de un tiempo que no existe. Y mientras escribo, el teléfono no deja de sonar porque poco a poco nos vamos enterando de que Lluismi se ha muerto la noche pasada envuelto en lo que más quería: su familia. Llegan los mensajes, las llamadas. No contesto porque tengo la voz rota, porque duele hablar de que un amigo al que quería con locura ya no estará ahí, en los días del desamparo y también en los de la más feliz de las celebraciones. De todo había en nuestras conversaciones. Muchas veces el mundo es injusto. Y tanto que lo es. Hablábamos de eso. De cómo ya nadie se acuerda de nadie. De cómo la desmemoria es la imagen de marca de un mundo en que lo de ayer no sólo es pasado sino que ya no existe. Pero también había ratos buenos que celebrar. No muchos, claro, pero los celebrábamos. Incluso de repente nos salía el futuro con algunos planes que tendríamos que sacar con ganas de los más que repetidos e inútiles aplazamientos. Sé que el futuro no existe, pero a veces nos gustaba jugar a que si existía, a que si no era una trampa para ocultar el presente, nosotros seríamos los reyes del mambo en ese tiempo por venir. Los reyes del mambo Lluísmi y yo. Nada menos.

Las biografías son lo que vamos haciendo a lo largo y ancho de nuestra vida. Y la suya está llena de canciones, de compromiso con la lengua y la cultura que él y sus grupos Els 4 Z y Patxinguer Z llevaron por dentro y fuera de nuestro país con solvencia intelectual y con orgullo. Cuando hace unos meses el Consell Valencià de Cultura lo reconoció como uno de nuestros imprescindibles, dije en el acto de ese reconocimiento que vivir una vida es a veces vivir muchas vidas. Porque así fue la suya. Una mezcla de inquietudes que lo convertía en un bicho raro en nuestro panorama cultural. La pasión con la que se metía a tope en las historias que le venían de fuera o de las que se inventaba. No sé de dónde sacaba la energía para andar siempre metido en tantos tajos. Poco a poco las cosas fueron cambiando. La vida es también que lo de antes pase a formar parte de lo invisible, de ese silencio que suena cada vez más alto entre nuestras canciones preferidas. Y a pesar de eso, de esa flojuna cultural y ese silencio, Lluísmi nunca dejó de trajinar aventuras que nos sacaran de ese malestar a que nos sujetan los tiempos líquidos que vivimos. Quedamos a comer cuando vengas a València y arreglamos el mundo, decía. Y así muchos días, casi todos. Y así nos fuimos construyendo un mundo en que no sólo tuviera cabida la tristeza sino, y sobre todo, también una posibilidad más que segura de cambiarlo de los pies a la cabeza.

«Temps de records, et pense, et recorde, t’invente», escribe Vicent Andrés Estellés sobre lo que lo unía con la ciudad de València. Así esta mañana de jueves cuando escribo esta columna de encuentro y despedida. Para un amigo al que no voy a olvidar pase lo que pase. Un amigo de esos que llamamos del alma. De esos que también llamamos hermanos. Lluís Miquel ha sido y seguirá siendo ese amigo. Siempre será eso. Siempre.