tribuna

Sumar es sumar

Fabiola Meco

Fabiola Meco

Sumar en una de las acepciones del Diccionario de la Real Academia de la Lengua es «resumir, compendiar, abreviar una materia que estaba extensa y difusa». Las fuerzas políticas progresistas se han ido fragmentando, enfrentando y, al fin y a la postre, perdiendo. El 28M las ha obligado a dejar de mirarse en el espejo de la autocomplacencia por lo bien hecho y los resultados alcanzados con sus políticas públicas. Al otro lado de ese mismo espejo, otro mundo les aguardaba. Las urnas les han facturado el descontento, el ruido, los bulos, las desavenencias y desencuentros entre socios de gobierno, y los errores cometidos, algunos graves. Una factura elevada que a buen seguro no merecen muchos gobiernos locales y autonómicos, porque han sido considerables e importantes los aciertos en las políticas económicas y sociales, que se han impulsado desde experiencias gubernamentales de progreso en coalición, como la valenciana.

No hay espacio, ni voluntad, para la autocrítica; esa asignatura siempre pendiente en política. Los porqués nunca les son imputables. Mejor no mirarse en un espejo, no vaya a ser que no se reconozcan. La izquierda ha perdido las elecciones. Pero no hay tiempo que perder, hay que seguir corriendo en una nueva carrera electoral. El órdago de Sánchez ha acelerado la agenda y cambiado el paso a todas las fuerzas políticas. Ahora asistimos a movimientos diversos: para unos, los situados a la izquierda del PSOE, imperiosamente convergentes; para otros, los situados a su derecha extrema y extrema derecha, tácticamente divergentes.

Las fuerzas políticas de la izquierda al PSOE se encuentran en una encrucijada sin precedentes: sumar o morir. Y morir no es opción. Están en tiempo de descuento, en una carrera contra reloj que las retrata y condena a cohesionarse para ser más fuertes, como las moléculas del mercurio, y librar con energías renovadas una batalla electoral decisiva, desde una nueva unidad, desde un diverso totalizado, desde la fórmula electoral y ciudadana llamada Sumar.

La ciudadanía no es esta vez, no lo es nunca, pero acaso esta vez menos, una convidada de piedra a la fiesta de la democracia. Su rol es decisivo ante ese determinismo del llamado «cambio de ciclo», frente al que todos los gurús pontifican que no se puede hacer nada. Sabemos lo que nos jugamos, sabemos cuan necesaria es la lucha por los derechos humanos, los de todas las personas, por la igualdad real, por condiciones de vida dignas, por la prevención y erradicación de la violencia, y por tanto que nos queda por conquistar. Nos interpela nuestro futuro más inmediato, ése que aún podemos y debemos escribir.

En esa cruzada, esas fuerzas políticas no tienen margen para dilapidar el poco capital político acumulado, ni agotar hasta el límite la paciencia de un electorado netamente de izquierdas, ni para pedirle hasta la extenuación superar la prueba del nueve. No estamos para ocurrencias, exigencias, exabruptos e impertinencias. Nadie puede, ni debiera, amenazar con llevarse el scattergories. La fórmula mágica no es otra que la única posible: generosidad y altura de miras por parte de todos los sumandos de la ecuación en unas negociaciones que, para fortuna de todos y todas, esta vez serán breves por exigencias del guion.

Hagan todo lo posible y lo imposible para no hacerse daño o disimularlo y no cantarlo a los cuatro vientos. Hagan lo indecible por ilusionar y cerrar filas, porque solo tendrán, solo tendremos, una ocasión para demostrar en las urnas que Sumar es por fin sumar.