Algo personal

¡A ganar!

Alfons Cervera

Alfons Cervera

Después de una derrota lo que sobresale, además de la tristeza, es la ridícula brillantez de los listos. Tienen todas las claves. Para haber evitado la derrota sufrida por la izquierda el 28 de mayo. Para superarla, una vez consumada, y lograr que sea la última. «Las letras que cantaste estaban equivocadas», escribió Leonard Cohen en uno de sus poemas. Así los listos. Adivinan el pasado, mira si son espabilados. Matrícula de honor en una de esas universidades que regalaban títulos a los más tontos. Desde la noche del último domingo, apenas he leído nada sobre las elecciones celebradas ese día. No digo no ver nada porque hace tiempo que no veo la tele. El sufrimiento no necesita alimentarse con más sufrimiento. Releer la derrota es repetir el dolor que provoca. Una miaja de calma es necesaria. Abrazarte al abrazo más próximo. Respirar hondo para soltar el lastre ansioso de los últimos días. Buscar consuelo en un poema de René Char o Paca Aguirre. En ése tan olvidado de Maria Beneyto o en los que Ovidi y Lluís Miquel nos cantaban para alegrarnos la vida antes del adiós sin saber que decir adiós a gente como ellos es imposible. Cuando llegan unas elecciones hay un estrés persistente que parece no acabarse nunca. Me lo decía una amiga: «en cada día que toca votar dejo dos años de mi vida». Así desgasta la espera hasta que los resultados te llenan de contento o te hunden en la parte más lamentable del infortunio y la desgracia.

Ocho años de gobiernos progresistas y de izquierdas en el País Valenciano. Ahora llegan el PP y Vox a casi todas las instituciones. No sé por qué siembran dudas desde el Partido Popular sobre su relación con la extrema derecha. Gobernarán con Vox allá donde les haga falta. Sin problemas. Es lo que les gusta, aunque el uniforme legionario de Abascal no sea de su gusto para la foto de familia: ellos, chaqueta azul y pantalón crema que puso de moda Francisco Camps, aunque según su sastre se iba sin pagar. Vestido azul, para las mujeres. El rojo es mal augurio. Que se lo pregunten por ondas electromagnéticas a su ahora admirada Rita Barberá. No olvidemos que la extrema derecha sale de las costillas del PP. Y que una parte importante del PP sigue la estela de Vox. No me lo invento. ¿No está Isabel Díaz Ayuso más cerca de Vox que del PP? Por eso la otra noche fue para mí una noche triste. No sólo porque la izquierda hubiera perdido las elecciones en muchos sitios: en democracia unas veces se gana y otras se pierde. La tristeza de esa noche me llegaba cuando vi que un fascista y condenado por violencia machista como Carlos Flores podría llegar a ser -seguramente lo será- vicepresidente de la Generalitat. Lo conozco bien. Muy bien. Desde hace muchos años. Fascismo puro y duro. Un piquito de oro que pretende ocultar en la cadencia de sus trinos la violencia de sus objetivos: machacar la democracia desde dentro de las instituciones. Como el PP no le ponga un cordón sanitario, el ruiseñor falangista no tardará en comerse a Carlos Mazón con patatas y ajoaceite. Bueno, al final, con cordón o sin cordón, estarán tan a gustito los dos en sus nuevos -o no tan nuevos- planes de gobierno.

Y de repente, cuando unos andábamos lamiéndonos las heridas y otros sacando las botellas que se les quedaron en las cajas hace ocho años, va y Pedro Sánchez convoca elecciones generales para el 23 de julio. Así que hay que dejar en punto muerto la mercromina y el champán y ponerse a la faena para que ese domingo intente llevar cada cual el agua a su molino. Desde esa mañana anunciatoria, no he parado de leer recetas para que la izquierda pueda vencer en las urnas. Y no doy crédito. Las recomendaciones, sugerencias y remedios urgentes no cabrían en un folleto de los que hay en las cajas de medicamentos con las normas de administración y sus efectos secundarios. Por eso dejo aquí la táctica con la que nos animaba uno de los primeros entrenadores de fútbol que tuve cuando empezaba a patear un balón de cuero. Entonces no había entrenamientos. Un rato antes del partido, en los vestuarios, nos llenaba de entusiasmo con su única táctica conocida: ¡a ganar! Claro que a veces ganábamos de sobra y otras perdíamos por goleada. Pero que siempre salíamos a llenar de balones la portería contraria no lo dudaba nadie. Ahora que tanto se habla de las emociones como arma para lograr la victoria, hace falta recuperar la más importante: la satisfacción, la decencia, el orgullo y la dignidad de hablar hasta la extenuación de lo que hacemos nosotros y no de lo que quiere que hablemos el equipo contrario. Creo que nunca he tenido mejor recuerdo de mi vida de futbolista que el de aquel viejo entrenador que a lo mejor no entendía mucho de fútbol. Pero no tengo ninguna duda de que defendía, ante unos adolescentes que no levantábamos dos palmos del suelo, lo más imprescindible: una ilusión insobornable en la que no cabía, ni por casualidad, el más mínimo asomo de derrota. ¡A ganar!

Suscríbete para seguir leyendo