Fuera de compás

La música del Salgui

LA MÚSICA  DEL SALGUI

LA MÚSICA DEL SALGUI / Fernando Soriano

Fernando Soriano

Fernando Soriano

Mi colegio, el Salgui, cumplió 50 años y lo celebra como se merece, con una cena de gala y un menú de poderío en un sitio fino. Es un cole concertado, pequeño, de una clase por curso, situado en los bajos de una finca del barrio de San Marcelino. Los aficionados al fútbol quizá lo conozcan por tener unos equipos súper competitivos y por haber sido cantera del Valencia. De sus filas salió Fernando Gómez Colomer, leyenda del conjunto blanquinegro. Así que este viernes toca intentar caber en algo de ropa decente y conjuntada y no meter la pata con algún comentario inadecuado llevado por la excitación de los reencuentros.

A ver cómo sale. Acudiré con nostalgia, orgullo, agradecimiento y respeto hacia los docentes en una fecha tan señalada. También me pica la curiosidad por saber cómo fluirá el acto y por ver cómo ha cambiado la peña. Normal, Reencuentro y Peggy Sue se casó están entre mis pelis favoritas, porque tienen unos argumentos que giran en torno a esto que les cuento y, para acabarlo de redondear, unas soberbias bandas sonoras repletas de clásicos del rock.

Fui alumno del Salgui durante toda la década de los ochenta y fue en aquella época donde me enganché a la música a través de bandas sonoras como las arribas citadas y Good Morning Vietnam o Cuenta conmigo. Éxitos eternos que te comprabas, te regalaban o te grababan los alumnos de cursos superiores que huían de Los 40 Principales. El tráfico de casetes era constante entre los más musiquetas, que comentábamos la jugada en los recreos o en los ratos muertos del comedor.

Los heavys de mallas, espaldera, parches y mullet dorado sacaban pecho por Metallica, Iron Maiden o los Guns and Roses. Los más sibaritas se te acercaban con cintas de Dire Straits y Waterboys. Los que iban a la última ya tenían cedés y se forraban la carpeta con fotos de U2 o Depeche Mode. Alguno más rarito conocía a los Housemartins, los Smiths o los Cure. A finales de esa década, el bakalao se apoderó del cotarro y circulaban sesiones grabadas en tal y cual discoteca entre camisetas con smileys fluorescentes. Tener primos y hermanos mayores te garantizaba un plus de popularidad entre los melómanos.

De manera más oficial y menos underground, la música se apoderaba del Salgui una vez al año, durante el festival de fin de curso en el que cada clase preparaba una actuación sobre un vistoso escenario. Actuábamos delante de cientos de familiares que acudían al patio interior en el que jugábamos al futbito y al balonmano a contemplar, sentados en sillas de madera plegables, las evoluciones más o menos talentosas de sus niños. El show iba desde los descoordinadamente tiernos parvulitos hasta los de octavo que, en ocasiones, dejaban el listón muy alto para los cursos venideros con complejas coreografías de West Side Story o Grease.

Música para todo el mundo, sin asperezas ni vanguardismos, a tope de volumen gracias a un potente equipo de sonido. Los pasos de baile se ensayaban concienzudamente bajo la batuta de los implicadísimos profesores y la ayuda de exalumnos con gusto y conocimientos artísticos que no dudaban en colaborar, año tras año, con su alma máter. Recuerdo especialmente el «Thriller» de Michael Jackson, con unos trajes de esqueleto que nuestras madres se curraron con esfuerzo e ilusión, o el de Dirty Dancing, en el que, con catorce años ya, incluimos unas vistosas piruetas en el chachachá y en el número final de la peli sin que hubiera que lamentar daños personales. Imagino que en la cena del viernes alguien recordará todo esto. Personas que, a lo largo de estos 50 años han permanecido, de algún modo, fieles a su colegio, tal y como cantaban los Beach Boys en «Be true to your school».