El caminante

Cuatro años de silencio

Manuel Muñoz Cosme

Manuel Muñoz Cosme

El Palau de la Música de València está a punto de cumplir cuatro años cerrado por unas obras que tardaron en empezar y puede que también en acabar. Un largo silencio. Fue inaugurado en 1987 por el entonces ministro de Cultura, Javier Solana. Era el primero de lo que se llamó Plan Nacional de Auditorios, que creó una amplia red de salas de conciertos para cambiar la situación de abandono en que la dictadura de Franco había tenido la música clásica.

Es cierto que están pendientes reformas importantes, como la adaptación de la enseñanza para compatibilizar los estudios de música con los generales. No obstante, la existencia de los auditorios ha favorecido la presencia de nuevas orquestas y transformado el panorama musical español en los últimos 35 años, durante los que han surgido numerosas figuras que triunfan en el mundo.

La actividad del Palau de la Música, de gestión municipal, situó a València desde sus inicios en los principales circuitos internacionales y la incluyó en las giras de los más destacados solistas. Eludo una enumeración que sería interminable. Su existencia ha contribuido a mejorar sensiblemente el nivel técnico y artístico de la Orquesta de València, integrada hoy en gran parte por músicos de la tierra que se han formado con el Palau. Por eso es doloroso que durante los cuatro años del último mandato haya permanecido cerrado y mudo. «Ya reducido a trágico teatro, / ¡oh fábula del tiempo, representa / cuánta fue su grandeza y es su estrago!», dicen los versos de Rodrigo Caro sobre las ruinas de Itálica.

Los últimos cuatro años han sumido a esa gran orquesta en un indigno nomadismo por locales prestados, inadecuados en muchos casos. Y también han desmotivado a un público fiel, que ha ido desertando del abono y los conciertos. Sin olvidar el traslado de los ciclos de cámara a un edificio de tan deficientes condiciones acústicas como el Almodí. Ahora, aunque se retrase, está próxima una reapertura que tendrá como principal reto recuperar el brillo de la programación y el público perdido. No son cometidos fáciles.

Las dimensiones que ha alcanzado el desastre deberían desterrar la tendencia de muchos dirigentes políticos a ignorar la importancia del conocimiento y la experiencia en las personas que gestionan la cultura. Lo ocurrido en los últimos años en el Palau de la Música invita a reflexionar sobre la transcendencia social que tiene acertar o no en la gestión cultural.

El equipo de gobierno municipal que ha mantenido el Palau en esta situación ha perdido en las últimas elecciones la mayoría que le permitía gobernar. ¿Ha tenido el desastre del Palau influencia en el resultado? Es difícil saberlo con seguridad, aunque se puede intuir que sí. ¿Alguien lo reconocerá? Sospecho que es harto improbable. En todo caso, lo ocurrido deja bien a la vista una especie de guía práctica de lo que no se debe hacer. Es una invitación a seguir el poco frecuentado camino del sentido común.

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