tribuna

Radicalismo y extremismo

Radicalismo  y extremismo

Radicalismo y extremismo / José Luis Villacañas

José Luis Villacañas

José Luis Villacañas

Escribo este artículo la mañana del viernes, a pocas horas de que se cumpla el plazo de cerrar las candidaturas para las próximas elecciones. Nadie sabe lo que pasará a las doce de la noche. Pero para un análisis político de largo alcance, ese resultado resulta trivial. Por lo demás, escribo este análisis condicionado por una intervención previa. Me ha preguntado Íñigo Alonso, en ‘Las mañanas de Radio Nacional’, si el proceso de negociación entre Podemos y Sumar me deja perplejo, extrañado o deprimido. Le he contestado que este era el guion imaginable, previsible, que respondía a una pauta de comportamiento cercana a la pulsión de repetición propia de la dirección estatal de Podemos. Todo parece un deja vu calcado de las elecciones andaluzas y de las recientes regionales y locales. Ni extrañeza, ni perplejidad, ni depresión.

El primer síntoma de la degradación es entregarse de forma compulsiva a la repetición. Testimonia una clara reducción de la flexibilidad, un bloqueo de la imaginación y una reducción de la inventiva, la clave para apreciar una disminución de la vitalidad. Eso testimonia la actual dirección estatal de Podemos. Por eso hemos visto la misma voluntad de sembrar humo, multiplicar los amagos, decir una cosa y hacer otra y, cuando todo está liado, se convoca un plebiscito exprés, por el que la dirección estatal de Podemos lanza sobre la magia de los algoritmos la responsabilidad de llevar a cabo decisiones ya tomadas.

Resultan indiferente las condiciones del referéndum. Cuánta gente participe, cuánto tiempo se ofrezca para votar, qué opciones se planteen, sobre qué censo, con qué razones, qué proceso deliberativo, todo esto no importa. Por supuesto, el movimiento bloquea el clamor de libertad de las agrupaciones, que se estaban manifestando a favor de lograr acuerdos regionales y provinciales con Sumar. El plebiscito vuelve a legitimar de forma espuria a una dirigencia que siempre tuvo el monopolio de la decisión.

Todo este movimiento tiene una finalidad: deformar la realidad de Sumar y reducir sus expectativas electorales. Deforma, porque reduce Sumar a un acuerdo oportunista, circunstancial, improvisado, prematuro, precipitado. Pero las fuerzas políticas que integran Sumar son de otra índole. Los partidos nacionales como Equo o como IU son de largo aliento e implantación. Además, Sumar no es solo IU y no tanto por incorporar a los verdes, sino porque sus fuerzas de mayor arraigo electoral son Más Madrid, Compromís y los Comunes. Ninguna de estas fuerzas procede de IU, y el ministro Garzón ha hecho muy bien y ha dado ejemplo al pasar a un segundo plano. Las fuerzas decisivas de Sumar son las que leyeron bien el sentido del 15M. A pesar de las apariencias, vieron que no era una crisis orgánica, sino una crisis de representación política propia de la agenda común de un bipartidismo impune. La capacidad de leer ese acontecimiento, y de cribar lo esencial del mismo, escindió a estas fuerzas de Podemos, a veces de forma traumática. Al separarse de los dirigentes victoriosos de Podemos, leyeron la realidad de otra manera e integraron el tiempo político de otra forma. Perdieron, ciertamente, la capacidad del horizonte estatal, que se reservó Podemos, pero ellas se concentraron en identificar la realidad en la que podían ser eficaces, Madrid, Barcelona, Valencia. Optaron por un largo plazo, por hacerse fuertes en esos lugares y por invitar a progresistas andaluces, aragoneses, gallegos, castellanos, murcianos o navarros a iniciar procesos semejantes. Con un horizonte permanente de federar o ligar estos procesos, se respetaron recíprocamente, abandonaron las actitudes dirigistas en exceso, se separaron de ese rigorismo de la verdad propio de la superioridad moral e ideológica, y sembraron esa amistad cívica que permite fundar federaciones en el medio plazo.

Con ello se configuró un nuevo espíritu, que es el que está ocultando la negociación con Podemos. El miércoles escuchaba en Murcia al gran pensador italiano Roberto Esposito; distinguía en el ámbito del mundo progresista entre dos espíritus: el radical y el extremista. La lectura y el espíritu de las fuerzas que se separaron de Podemos desde Vistalegre II -al margen de Compromís, que nunca formó parte de esa formación- es radical, pero no extremista. La diferencia fundamental es que el extremismo busca una disolución destituyente de la realidad para abrir paso a una nueva aparición del poder constituyente; por su parte el espíritu radical es instituyente y busca volver a dotar a las instituciones de su flexibilidad, de su apertura, de su capacidad de innovación, de su reforma autoconsciente, de su responsabilidad.

La dirección de Podemos, ordenada de manera esquizoide sobre el discurso institucional y el mediático extremista, no fue capaz de abandonar las aspiraciones constituyentes, que impugnaban el sistema institucional, mientras asumía responsabilidades ministeriales. Cuando quiso mediar en esta contradicción, lo hizo impulsando una retórica por la que las reformas quedaban connotadas como medidas extremas, carentes de mediaciones técnicas jurídicas y de los procesos de una pedagogía considerada, cuya única fuerza era el cerrar filas del propio aparato. Pero sabemos que el extremismo siempre ha tenido como principal enemigo el radicalismo, pues éste muestra una continuidad con la vida social que evade la necesidad de provocar una crisis completa como condición de progreso. Por ello quizá pueda decirse que políticamente la dirección actual de Podemos, no los militantes repartidos por España, no tenga interés en que Sumar obtenga un buen resultado electoral. Ya lo vimos en Andalucía. Solo falta que la noche del viernes hayan llegado tarde a la inscripción, de nuevo.

Suscríbete para seguir leyendo