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Alfons Cervera

Algo personal

Alfons Cervera

La coma

Los vecinos del barrio de La Coma se manifiestan por los servicios médicos inexistentes J.M. López

La vida es una caja de sorpresas. Lo cantaba Rubén Blades y enseguida nos pusimos a entonar Pedro Navaja como si nuestra vida se hubiera convertido en una chula experiencia de barrio marginal estilo West Side Story o La ley de la calle. Lo mismo pasa cuando nos sentamos en la butaca de un cine o el sofá y disfrutamos a tope con una película que nos habla de esa gente abandonada a su suerte en las periferias urbanas. Normalmente, esas películas las hacen quienes no han pisado nunca una sola de esas periferias y se sienten como redentores de lo mal que se vive en esos sitios dejados de la mano de todos los dioses. Todos los dioses son un sólo dios: las condiciones de clase en que se desenvuelven los barrios, que, encima, como pasó con La Coma en 1988, han sido declarados BAP (Barrios de Acción Preferente) por las autoridades del ramo de la miseria. Vaya sarcasmo.

El barrio de La Coma pertenece a Paterna, una de las ciudades valencianas más grandes, a un paso de la capital. Nacido a mediados de los años ochenta del pasado siglo, está encajonado entre la autovía llamada de Ademuz y algunas urbanizaciones de lujo, separadas de La Coma por muros como el de Pink Floyd para que no se contaminen de la mugre. La mala fama de algunos sitios se consigue por decreto. Dejando que esos sitios se las apañen por su cuenta. Lo de menos es saber cómo vive su gente, de qué vive y por qué vive como vive y de lo que vive, cómo gestiona esa condición tan pomposamente definida por la cultura oficial y la política como «marginalidad». Pues mal. Se vive mal porque cuando nadie te hace caso es muy difícil salir a flote. Y tan difícil.

Hay un mantra muy extendido socialmente y es trending topic por todos los ambientes: ojo con entrar en La Coma porque te atracan en la primera esquina o te desguazan el auto en un plisplás. A partir de ahí, todo son medidas que añaden al barrio una imagen de territorio comanche. Protección policial en el ambulatorio. Cancelación de la última fiesta de San Juan hace unos meses. Y sobre todo, como dice uno de mis amigos que vive en La Coma toda la vida: «¿Qué sentido tiene concentrar tanta problemática en un núcleo urbano? ¿Son hereditarias la desigualdad social, la exclusión y la pobreza?». Buena pregunta.

Conozco La Coma desde hace muchísimos años. Y el problema no es el barrio. Desde siempre, hay mucha gente ahí que trabaja de firme para que los problemas salgan a la luz y sean entendidos y atendidos por una administración que se niega a asumirlos para buscar soluciones. Lo que falla no es el día a día sino la columna institucional que siempre tiene que ver con la distribución, entre otros, de los recursos económicos, una columna que, en vez de vertebrar territorios, lo que hace es desvertebrar y aislar cada vez más La Coma de otros vecindarios. Desde que se construyó el barrio, tengo ahí amigos que no se cansan de intentar sacarlo de ese malditismo a que lo condenan la falsa literatura y la desidia política. Pues claro que hay conflicto, y tanto que lo hay. Pero qué curioso, al revés de lo que decía Tolstoi de que las familias felices se parecen todas y las infelices lo son cada una a su manera, cuando hablamos de barrios miserables todos se parecen. Principalmente porque se han convertido en guetos, en un apartheid donde triunfan la pobreza, la desestructuración social y la falta de expectativas laborales.

Es muy fácil convertir a quienes habitan esos barrios en culpables de lo que les pasa. Atracos. Drogas. Violencia desatada en las calles y en las casas. ¿De verdad que La Coma es eso? Pues miren ustedes: NO, así de claro. Lo único que hay que hacer es encarar con seriedad lo que pasa en ese barrio. Sin películas fantasiosamente engañosas, sin excusas de mal pagador, sin el cinismo que demasiadas veces ofrecen las versiones oficiales de los problemas que sufren las maltratadas periferias de las grandes ciudades. ¡Qué bonito queda aplaudir desde el patio de butacas, o en el sofá delante de la tele, esas pelis que nos cuentan lo que se sufre en barrios marginados! Nunca me he creído esas películas. Sólo unas pocas, tal vez las menos conocidas. Otra cosa es salir del cine y asomarnos a ver qué pasa de verdad en el mundo real, donde viven como pueden quienes sin quererlo se han convertido en protagonistas de otro mundo en que el porvenir, como escribía el poeta Ángel González, se llama así porque no viene nunca.

El muro que cantaba Pink Floyd son todos los muros que aíslan los contenedores en los que escarba Pedro Navaja del perfume que se huele en los barrios ricos como en un anuncio de la televisión. Pero no he hablado este domingo de películas y canciones, sino de un barrio que podría vivir con la dignidad que cualquier otro barrio y sus gentes se merecen. Y eso no depende sólo de quienes viven en La Coma. ¿Saben de quiénes depende también ese canto a la dignidad? Pues claro que lo saben. Y tanto que lo saben. Y tanto.

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