Todas las amistades del crítico literario son peligrosas. Sobre todo, si el crítico tiene un alto concepto de su persona y de su trabajo como lector en los periódicos (porque en este artículo entendemos por crítico literario al autor de reseñas para los suplementos de literatura y arte, en la prensa). Cuando se trata de un purista, suele ser alguien dispuesto a sacrificar sus amistades en nombre de la pureza de sus opiniones. Es decir, alguien capaz de anteponer su propio juicio a la experiencia de la intimidad, a lo vivido en compañía de sus amigos y conocidos escritores.
Siempre he sentido una suerte de lástima misericordiosa ante este tipo de reseñistas supuestamente incorruptibles: me suelen dar pena quienes anteponen la idea que tienen de sí mismos y de su trabajo a la fidelidad que se les debe a los amigos. Como Camus, entre mi madre y la verdad, elijo a mi madre. Entre mi desacuerdo lector y mis amigos, escojo a mis amigos.
Cuando escriben libros que no me convencen, no leo sus libros, sino que los leo a ellos, a su bondad, a su inteligencia, a su sentido del humor. En especial, porque suelo ser bastante crítico con mi capacidad crítica. No acostumbro a tener la certeza de estar en lo cierto con respecto a mis gustos. Son míos, y, por el hecho de serlo, me suelen parecer acertados, pero sólo en la medida en que me sirven para disfrutar. Estoy dispuesto a modificarlos en cualquier momento para que sigan siendo útiles y míos. Grouchomarxistamente, suelo decirme: Estos son mis gustos actuales, pero estoy dispuesto a cambiarlos en cuanto no me gusten tanto como ahora. En asuntos de gustos, soy bastante putilla (o putillo, como gustéis).
Ricardo Senabre, que era un gran sabio y un crítico radical y puntilloso, llevó su independencia de opinión hasta un extremo tan original como maníaco: desde el instante en que conocía en persona a un escritor, dejaba de escribir sobre él, por más que le gustara su obra. Pero, Ricardo -le dije una noche en Salamanca, cenando un cochinillo al horno-, eso es un disparate: ¿qué culpa tenemos los pobres escritores de haberte conocido? Así era Senabre. De manera que, con él, tuve que hacerme a la idea de que había perdido un crítico exigente y había ganado un amigo.
El crítico químicamente puro debería ser un misántropo, un ermitaño malhumorado, un estilita erguido en su columna en mitad del desierto. A los llamados insobornables, esta aberración tal vez les merezca la pena. Yo, entre la pureza y el mundo, prefiero siempre el mundo.