Opinión

David Rodríguez Fernández. Miembro de honor de la fundación Nicolás Guillén (Cuba) y de la junta directiva de la asociación valenciana de amistad con Cuba José Martí

Luna y Alberto, guardianes de la memoria valenciano cubana

Durante la guerra civil, la geografía valenciana se convirtió, junto con los distintos frentes de batalla, en un escenario habitual del contacto entre la población española y los brigadistas internacionales. Estos episodios se produjeron cuando los combatientes voluntarios viajaban a Albacete para instruirse militarmente o hacia los escenarios de guerra, durante su convalecencia en la retaguardia, o en eventos de carácter político-cultural cuando València fue capital, como el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura de 1937.

Por su parte, más de mil cubanos y cubanas acudieron voluntarios en apoyo a la Segunda República. Cuba fue el país que mayor número de brigadistas aportó en función de la población total, con una gran variedad de perfiles. Todas estas personas, luchadoras comprometidas en su país de origen, no dudaron en venir a luchar contra el fascismo en Europa, antesala de una lucha mayor, incluyendo un destacado grupo de intelectuales que participaron en el citado II Congreso, con Nicolás Guillén y Alejo Carpentier a la cabeza.

Uno de los encuentros más extraordinarios fue el que se produjo entre una miliciana valenciana, Encarnación Hernández Luna, y un revolucionario cubano, Alberto Sánchez Méndez. Se trata de una historia de amor y de solidaridad internacionalista valenciano-cubana digna de ser narrada. Solamente así se podrá superar la barrera de silencio y olvido de nuestra memoria democrática, y comenzar a reparar y hacer justicia a mujeres y hombres que escribieron una parte fundamental de la historia de solidaridad entre los pueblos.

De familia alicantina con ideas republicanas y comunistas, Encarnación Hernández Luna, aunque nació en la localidad francesa de Narbone, creció entre Beneixama (Alt Vinalopó) y Madrid. En la capital trabajó en unos grandes almacenes y desde muy temprano empezó a militar en las Juventudes Comunistas. Cuando comenzó la guerra, con tan solo 24 años, no dudó en combatir a los golpistas en las calles junto a las milicias populares. Se incorporó en las filas del Quinto Regimiento, formándose posteriormente como oficial tanto en Gandía como en Albacete, donde aprendió el manejo de ametralladoras soviéticas. Su instructor soviético Aleksandr Rodímtsev la recordaba como una combatiente y lideresa de gran valor que era muy respetada por sus soldados. De hecho, el propio Ejército Popular de la República la ascendió al rango de capitana.

En el transcurso de la guerra conoce al brigadista cubano Alberto Sánchez Méndez. Este joven de 22 años, nacido en El Gabriel de Güira de Melena, municipio de la antigua provincia Habana, que vivía en Pinar del Río y trabajaba en un taller fotográfico con su padre, se involucró pronto en la vida política de Cuba. Luchó contra la dictadura de Machado junto a figuras clave como el líder antiimperialista Antonio Guiteras. Por sus actividades clandestinas contra el gobierno y la represión sufrida, tuvo que exiliarse de Cuba en varias ocasiones. Precisamente es desde EEUU de donde parte hacia España para sumarse a las brigadas internacionales en defensa de la legalidad republicana, integrándose en el Quinto Regimiento. Luchó en numerosas batallas, siendo el brigadista cubano que mayor grado militar alcanzó en el Ejército Republicano, comandando una Brigada de 3000 soldados. Estuvo en contacto con los principales jefes militares republicanos en Madrid como Galán, Modesto o Lister.

Durante la guerra, Alberto entabla amistad con otros cubanos como el reconocido comandante Candón y el destacado periodista Pablo de la Torriente Brau, con quien colaboró elaborando artículos para los diarios en el frente.

Encarnación y Alberto se casaron en marzo de 1937. El encargado de oficiar la boda fue el propio Enrique Líster, jefe de la División. Pero solo cuatro meses después el joven combatiente cubano cayó en la batalla de Brunete. Luna escribió a sus familias valenciana y cubana en Pinar del Río para informarle del terrible suceso, así como para trasladarles su decidida voluntad de seguir luchando por la memoria de Alberto.

La prensa de la época, tanto española como cubana, recuerdan a Alberto como un héroe. Pablo Neruda, poeta chileno y futuro premio Nobel de Literatura, amigo de la República que salvó a miles de refugiados españoles consiguiendo que se exiliaran a Chile en el barco Winnipeg, les dedicó a ambos estos versos encendidos al calor del combate:

“Y allí cae, y allí su mujer la comandante Luna defiende al atardecer con su ametralladora el sitio donde reposa su amado, defiende el nombre y la sangre del héroe desaparecido.”

Después de la muerte de Alberto, Encarnación continuó combatiendo en la guerra. Tras caer herida, se volvió a incorporar y en la batalla del Ebro ya se le conoce como comandante Luna, el grado más alto alcanzado por una mujer en el ejército republicano.

Unas semanas antes de acabar la guerra, cruzó junto a su unidad la frontera francesa por los Pirineos, siendo recluida varios meses en el campo de concentración Argelès-Sur-Mer. Después se exilió en la Unión Soviética, participando en operaciones especiales tras las líneas enemigas nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Luna falleció en Quebec bajo una de sus identidades falsas en el año 2004 a los 92 años.

La comandante Luna, a pesar del olvido planificado por la dictadura franquista, ha pasado a la Historia como un ejemplo de mujer luchadora antifascista para las futuras generaciones. Alberto Sánchez y su legado revolucionario están presentes en la actual solidaridad cubana gracias al trabajo de memoria histórica que se desarrolla en la isla. Ambos son ya parte de nuestra memoria colectiva que alimenta el hilo rojo de la solidaridad entre los pueblos. Sigamos dando voz a quienes dieron su vida por nuestro futuro.

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