Opinión | ágora
El Patronato y el Museo de Bellas Artes

El Patronato y el Museo de Bellas Artes / LEVANTE-EMV
La imagen de la tabla de Jacomart, desprendida del muro y estampada boca a bajo contra el suelo del Museo de Bellas Artes, es y será tristemente histórica, al mismo tiempo que la representación -entre otras cosas muy graves-, de un modo de hacer, y de haber sustraído al Patronato de lo que son sus funciones. En ningún museo que aspire a ser prestigiado, ocurre, ni ocurrirá, un espectáculo semejante. Como es sabido, la obra –que nunca debió ser cedida, y mucho menos, como parte de un supuesto intercambio-, acababa de llegar de una exposición en la Fundación Masaveu de Madrid, donde permaneció tres meses y a la que también se llevaron otras que, por su fragilidad, tampoco debieron salir de sus instalaciones. Es de suponer que el Ministerio de Cultura -titular de la tabla y del Museo-, habrá tomado buena nota del asunto. Pero, sin proyecto museográfico, sin conservadores acreditados, que realicen una valoración objetiva del estado de salida y recepción de las obras, y sin la oportuna autorización del Patronato, en las actuales circunstancias, cualquier cosa es posible.
El decreto que regula ese organismo, no es arcaico o extemporáneo, se aprobó bajo la administración socialista por el Consell del 28 de febrero de 2020, y en el punto 1º del artículo 6, se le define: «El Patronato (actualmente constituido por la presidencia y 24 vocalías) es el órgano superior de gobierno del Museo en el que recae la máxima responsabilidad de toda la gestión y ostenta, con carácter general, las facultades de dirección, control y supervisión de este». La nueva administración no lo ha convocado en un año porque lo pretende cambiar, pero, tal vez, en una dirección autoritaria, sumamente peligrosa: en su seno, en mayo de 2024, redactó un borrador de proyecto de cambio del Reglamento de organización y funcionamiento del Museo de Bellas Artes de Valencia, para que se constituyese como «Decreto del Consell», en el que se cambiaban los amplios conceptos participativos de la legislación actual, por los siguientes términos: 1º: La Dirección del Museo es el órgano superior de gobierno y gestión del mismo. 2º: El Patronato del Museo es un órgano asesor para gestión del Museo como expresión del principio de participación y colaboración institucional. 3º: El Patronato es un órgano asesor para la gestión del Museo de Bellas Artes de Valencia que ostenta, con carácter general, las facultades de asesoramiento de la Dirección.
Por supuesto que, en los articulados sucesivos, no aparecía la presencia de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos que, no solo fue lo que dio origen al Museo, sino que tiene 15.000 obras de su propiedad depositadas en él, entre otras muchas, una buena parte de las más importantes: nada menos que el Autorretrato de Velázquez, la totalidad de los retratos (4) pintados por Goya, Las Bodas Místicas de Joan de Joanes, el San Juan de El Greco, el San Sebastián de José de Ribera, 50 pinazos e, incluso, La Calle de Joan Genovés, actualmente cedida al Palau de la Generalitat.
Es decir: en vez de la legislación vigente, que procura, que la participación de numerosas instituciones democráticas, sean garantes y responsables de la autoridad de la gestión, del control y la supervisión de su propio patrimonio, se proponía transformar el funcionamiento del Museo en una autocracia consentida, en la que la ciudadanía abandonaba cualquier poder para convertirse en un mero elemento asesor. A decir verdad, fue el propio equipo del vicepresidente Barrera el que paralizó un proyecto tan abusivo y antidemocrático.
Los «patronatos», son organismos institucionales que gozan en sus estatutos iniciales de numerosas prerrogativas, mientras hacen partícipes a un extenso número de representantes de instituciones del ámbito ciudadano y social; no obstante, en la práctica, el poder (bien sea el político o el de la gestión), procura limitarles cualquier capacidad analítico-crítica para seguir manteniendo la apariencia, compartiendo la responsabilidad pero soslayando el juicio y cualquier reprobación. He pertenecido a varios de ellos y las estrategias de algunos suelen ser diversas. Las más frecuentes, convertirlo en un elemento superfluo o «asesor», como se pretende ahora, o neutralizarlo con otra astuta maniobra: abrumándolo con información; es decir, suministrando a sus componentes, centenares y centenares de datos, pero no previamente, sino en el seno de la misma reunión, bloqueando cualquier posible reacción, estrategia que he vivido con determinada dirección, siendo miembro del Consejo Rector del propio IVAM.
No obstante, la variedad de estratagemas tampoco terminan aquí: porque pueden estar formados por componentes de «reconocido prestigio», pero, eso sí, que al mismo tiempo pueden ser considerados «amigos»; lo que se usa también para la conformación de tribunales, porque, mientras se prevé que actuarán con absoluta integridad –y de esto, no tengo duda-, pueden disuadir a candidatos importantes, especialmente foráneos, que rehusarán jugarse el prestigio al atisbar a integrantes mayoritariamente locales; sobre todo, cuando el mérito curricular queda solo descrito con líneas generales, pero no objetivamente baremado, permitiendo, asimismo, interpretaciones subjetivas, que eliminan la posibilidad de presentar reclamaciones.
Pero ahora, cabe reflexionar de nuevo: ¿Tan importante es esa tabla estampada en el suelo, boca abajo? Si que lo es, por dos motivos distintos: por su delicadeza extrema y su significado intrínseco como pieza clave del arte valenciano del XV con influencia flamenca, y por lo que representa –abatida- como testimonio de una situación inconcebible. En el mes de mayo de 2001 se inauguró en el Museo una importante exposición: La Clave Flamenca en las Primitivos Valencianos, bajo la dirección científica de Fernando Benito Doménech y de José Gómez Frechina, con textos muy importantes de ambos autores, fruto de una extensa y cuidadosa investigación. Este último escribía respecto a la tabla de Jacomart, ahora maltratada: «El arcángel San Gabriel aparece provisto de alas picudas y oscuras, según fórmula habitual en Flandes, y va revestido de capa pluvial ceñida con un gran broche de pedrería, adornada con ancha cenefa de bordados entreverados con perlas engastadas. Debajo lleva alba y estola cruzada. Este atuendo litúrgico en el arcángel San Gabriel fue fórmula común en el área de Flandes y se mantuvo hasta los primeros años del siglo XVI, según vemos en artistas como Gerard David o Joos van Cleve, entre otros muchos que siguieron representándolo de esta forma».
El segundo aspecto anunciado es que, aquel museo en el que las investigaciones propias se convertían en referencia bibliográfica para los historiadores, ahora es otro, en el que se propone anular la autoridad del Patronato, mientras se pretenden trivializar circunstancias desastrosas o se adquieren obras onerosas, sin saber por qué.
Así, no es de extrañar que, mientras National Geographic propone al Centro de Arte Hortensia Herrero, para el premio a la mejor rehabilitación de edificios históricos, haya excluido al Museo de Bellas Artes de Valencia de la clasificación ordenada de los 24 mejores museos de España, mientras El Prado es el primero, el IVAM el cuarto; incluyendo, no obstante, en la preciada lista, al de Bellas Artes de Bilbao y al de Sevilla.
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