Opinión | Tres en línea
Ser otra cosa

Ser otra cosa
En una reciente intervención pública, el president Mazón situó la financiación, la inmigración, el agua y la vivienda como los cuatro grandes ejes de la política en la próxima década. Podrían haberse añadido al menos dos más: la seguridad, una materia que la ultraderecha explota vinculándola a la inmigración y para la que la izquierda necesita urgentemente hilvanar un discurso propio, que no niegue el problema sino que ofrezca alternativas sensatas para combatirlo (el alcalde de Barcelona, el socialista Jaume Collboni, ya ha visto que este puede ser un tema capital y ha empezado a actuar dentro de sus competencias); y, por encima de todo, el retroceso generalizado de los valores democráticos y el avance en todos los frentes del autoritarismo, algo de lo que ya advirtió Felipe González tan tarde como en 2012, quizá el peor año de la Gran Recesión, en una conferencia en Alicante que organizó el empresario y abogado Javier Gutiérrez. Todas estas grandes cuestiones (financiación, inmigración, agua, vivienda, seguridad, iliberalismo) podrían ser resumidas en un solo concepto, alfa y omega de los demás: desigualdad.
El debate de política general celebrado esta semana en las Corts debería haber sido el escenario donde empezar a ver si hay posibilidades de grandes consensos alrededor de estos ejes. Como era de prever, ha sido todo lo contrario y el hemiciclo ha parecido a ratos el ‘Louis Restaurant’ del Bronx, a ratos la grada de un campo de fútbol en partido de alto riesgo. Para aquellos a los que nos gusta observar las grandes corrientes de fondo de la política, más allá de cálculos electoralistas y obsesiones de los aprendices de brujo que pueblan los gabinetes del más precario cargo público que imaginen, la decepción estaba garantizada. Pero el resultado, aunque previsto, ha sido peor de lo esperado. ¿Financiación? Roto cualquier consenso justo en estos momentos. ¿Inmigración? El único que tiene un proyecto claro, básicamente echar a todos los inmigrantes al mar, es Vox; los demás especulan con el asunto o lo utilizan como arma arrojadiza. ¿Agua? Seguimos anclados, a favor o en contra de los trasvases, en los años 90, cuando en 2024 lo que necesitamos antes que nada es garantizarnos que las grandes infraestructuras de reutilización de aguas sigan teniendo nuestro territorio en el foco, como hay que reconocer que lo ha tenido en las últimas dos décadas: por eso fuimos nosotros los que ofrecimos exportar agua a Cataluña o a Andalucía en lo peor de la crisis hídrica el pasado verano. ¿Vivienda? Las cifras opacan la falta de políticas de largo recorrido, cuando sabemos que la construcción de vivienda pública para remontar la grave carencia en la que vivimos es condición necesaria, pero no suficiente. En resumen, ¿desigualdad? No sé si algún portavoz usó el término.
El debate de política general en las Corts parte de un esquema muy sencillo. El de responder a las tres preguntas básicas: dónde estamos, de dónde venimos y adónde vamos. El presidente de la Generalitat, sea el que sea, sale con clara ventaja, no sólo porque el cronómetro juega a su favor, al no limitar los tiempos de su exposición, sino porque cuenta con todo el andamiaje de la Administración para preparar su intervención. En el caso de este primer debate con el PP gobernando tras la derrota de los partidos del Botànic en las últimas elecciones, Mazón disponía de dos ‘vidas extras’ añadidas: primera, que es con diferencia el mejor parlamentario que hay en la Cámara, a gran distancia del resto; segunda, que quien algún día compita con él por la presidencia de la Generalitat no está entre los diputados que hoy se sientan en el Parlamento. Con unos reflejos como orador envidiables (aunque no sé por qué se empeña en impostar tanto la voz, perdiendo toda naturalidad) y sin nadie para replicarle que pueda ser visto por los ciudadanos como alternativa, que Mazón ganara de calle en la tribuna, como hizo, no es noticia o, lo que es peor, resulta intrascendente. Si hubiera perdido, sí habría sido relevante. Pero eso no iba a pasar y no ocurrió.
Una hora larga después de empezar a leer la montaña de folios con los que subió al atril, Mazón continuaba con el ajuste de cuentas con el pasado, de forma demoledora. Como un martillo pilón. Dos horas después, había inundado la Cámara con tal profusión de números, que más parecía que quien hablaba era una IA. Vale. Era lo que tocaba y hay que decir que la intervención estaba muy bien preparada y que, en este caso, aunque al president le gusta poner su impronta en todos sus discursos, su gabinete hizo un buen trabajo. Pero la tercera pregunta, la más importante a mi juicio, la de cuál es la senda que el jefe del Consell nos propone, quedó sin responder. ¿Hay plan de futuro para la Comunitat Valenciana? Eso que la izquierda siempre ha definido como «proyecto de país» y la derecha, de forma más contable y menos identitaria, como «pesar en Madrid», ¿existe? Si lo hay, si existiera, no se explicó. Y, lo que es peor, no se hizo ningún esfuerzo por parteedel líder del PP para reclutar aliados con ese objetivo.
Ximo Puig comprendió muy pronto que si la Comunitat Valenciana quería contar en el teatro nacional, tenía que ser propositiva. Tener un proyecto propio que ofrecer a los demás. Desde la Comunitat Valenciana a España. Por eso propició las «cumbres» con otras autonomías, aunque no fuera su partido el gobernante en ellas: Andalucía, Cataluña, Galicia… Pero el bloqueo al que le sometió Pedro Sánchez desde su llegada al Gobierno y algunos errores de cálculo (los enfrentamientos con Madrid y Murcia no deberían haberse producido) arruinaron esa posibilidad de presentarse como ‘tercera vía’.
Ahora, Pedro Sánchez está dispuesto a darle a Mazón lo que le negó a Puig, como reconoció hace pocos días en una reunión con sus más selectos asesores en la que el presidente del Gobierno confesó que «tal vez» se había equivocado en su política respecto a este territorio y su relación con quien fue su presidente. Pero no podemos estar a expensas de los errores o aciertos, las filias o las fobias, los intereses o las estrategias, de quien se siente en cada momento en La Moncloa. La Comunitat Valenciana sigue necesitando que su gobierno la sitúe en la narrativa estatal con personalidad propia. Mazón tiene que encontrar su camino, que no es ni el de ser el caballo de Troya de Sánchez ni el ‘enfant terrible’ de Feijóo (no sé quién es el genio del marketing que se ha inventado lo de «delegado de Génova», pero manda narices el reproche en boca de un PSPV rendido a Ferraz). Ni tampoco es ser el ‘pagafantas’ de los medios de Madrid. Es, nunca mejor dicho, ser otra cosa.
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