Opinión | a la contra
La masculinidad, más allá de Errejón
¿Y si nos señalamos a nosotros y entre nosotros?
A Cristina Fallarás, siempre admirable
La denuncia por abuso sexual a Iñigo Errejón ha producido abundantísimos artículos. Con el ánimo de invitar a todo varón a revisar el «errejón» que llevamos dentro, aportaré una mirada global con vocación autocrítica. Me temo que Errejón es la punta del iceberg masculinista. Hay más, muchos, y seguramente, los relatos narrados por sus víctimas los delatarán. Aquí no cabe ese cínico #NotAllMen, como aducen chicos adolescentes de centros educativos, porque, de una manera u otra, con mayor o menor intensidad, la violencia es constitutiva e inherente de cualquier dominio y los varones la ejercemos contra niñas y mujeres de un modo directo o indirecto, consciente o inconsciente, radical o sutil. Rosa Cobo, directora del Máster en Violencia Sexual que curso, recordaba en la sesión inaugural que «el poder es un elemento constituyente de la violencia masculina». Decía, además, que «es imposible que existan mujeres que no hayan sido objeto de la violencia masculina (ya sea material o simbólica)». Por eso animo a todos los hombres a plantearnos qué violencias ejercimos ayer u hoy, reconocerlas y reconducir nuestro mapa existencial, esto es, poner la masculinidad en cuarentena y centrarse en la basura personal que nos anida como varones. Pienso en los puteros, por ejemplo. ¿Serán capaces de pedir perdón por la violencia sexual ejercida contra niñas y mujeres vulnerables? Pienso en quienes someten sexualmente a novias o esposas, ¿admitirán su vejación y su condición de agresores? ¿Cómo actuarían otros «errejones» si fueran acusados?
Plantearse las preguntas pertinentes desde el feminismo facilita el camino para la comprensión de aquello incomprensible, a saber: el poder hegemónico y violento de los hombres legitimado en una sociedad patriarcal como la nuestra. Toda respuesta conlleva una mirada analítica holística porque la violencia sexual, como otras, no admite argumentos simplistas o de corto recorrido. Cabe interrogarse sobre las estructuras, actitudes, discursos, valores, imaginarios y el núcleo duro social que legitima la violencia contra las mujeres. La base de este entramado se sostiene en una cultura radicalmente machista operativa en una sociedad formalmente igualitaria. A Errejón y sus discípulos, nosotros los hombres, me remito. Admitirlo y denunciarlo, el inicio. Ellas nombran y relatan. El miedo cambia de bando. ¿Y si nos señalamos a nosotros y entre nosotros?
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