Opinión
Los asombros
El cínico verdadero es aquel que cree saberlo todo, haberlo visto todo, haberlo probado todo: el incapaz de pasmo.

La playa de Corinto, este verano. / Daniel Tortajada
El asombro, más que una circunstancia de naturaleza espiritual, es un alimento tangible de nuestro cuerpo, un comestible que nos nutre y sin el que no podríamos sobrevivir en el mundo. Tengo la convicción de que una de las causas principales del envejecimiento es la pérdida de los poliasombroles, que son los elementos químicos de nuestro cerebro que nos mantienen receptivos ante los milagros de la realidad. El niño, en su perfecta maquinaria recién estrenada, constituye un almacén de entusiasmo para con las cosas. Sin embargo, los adultos que no se resisten a la desaparición del asombro se van deteriorando hasta quedar vacíos de sorpresa. Cuando el mundo pierde su capacidad de maravillarnos -cuando perdemos la sutileza hacia las maravillas del mundo-, empezamos a degenerar. Un viejo, tenga la edad que tenga, es alguien que se encuentra de vuelta de todo.
El cinismo es una bebida espirituosa que conviene administrarse con mucha prudencia -unas cuantas gotas de vez en cuando en el temperamento-, porque mata todas las células del asombro. El cínico verdadero es aquel que cree saberlo todo, haberlo visto todo, haberlo probado todo: el incapaz de pasmo.
La escritura, en buena medida, es una terapia para mantener despierta la capacidad de admiración ante todo aquello con lo que nos cruzamos. Entiendo a los poetas como individuos que permanecen siempre alerta, para advertir a los lectores de los prodigios que nos aguardan a cada paso. Centinelas, fareros, entomólogos de la cotidianeidad, con su lente de aumento, hecha de palabras agradecidas.
Hay que mirar las cosas con voluntad de pionero, porque cuando vemos algo asombroso, nos transformamos por arte de encantamiento en el primer hombre que lo ve. Los descubridores, los conquistadores, los exploradores. Quien mira el mar de frente, es el primer hombre que se enfrenta al mar. Quien se enamora -aunque sea por quincuagésima vez- es el primer hombre enamorado que se enamora por vez primera. El que coge a su hijo en brazos es el primer hombre en mecer al primer recién nacido de la Creación. Nuestros asombros privados constituyen un catálogo de intimidades en relación con la realidad, una manera de amar los acontecimientos.
Imagino el Infierno como un territorio en donde lo que nos sucede no nos despierta nunca la curiosidad. Por el contrario, mi idea del Paraíso es un lugar en donde cada cosa que digamos, cada cosa que hagamos, cada cosa que pensemos, ocurra con la capacidad de fervor con la que juega un niño. Así de asombrosos deben ser nuestros asombros.
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