Opinión

Presidente de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos

La cultura y la tragedia

Antonio Muñoz Degrain pintó en «Amor de madre» (1912-13) una inundación en la huerta valenciana.

Antonio Muñoz Degrain pintó en «Amor de madre» (1912-13) una inundación en la huerta valenciana. / L-EMV

Hace unos años, habiendo sido invitado a cenar en el domicilio de José Mª Yturralde, le comenté que había escuchado en el Palau de la Música Catalana una interpretación –a mi juicio, inolvidable- de la primera sinfonía de Brahms, dirigida por Sergiu Celebidache. Me preguntó si había tenido la oportunidad de oír la de Furtwängler en Hamburgo el 27 de octubre de 1951, le respondí que no, y a los pocos días me regaló un CD con la versión, mientras recordaba que, cuando se realizó, tan solo hacía cinco años que habían concluido los juicios de Núremberg, Alemania aún estaba devastada, muchos músicos de la orquesta habían desaparecido durante la guerra y otros habían abandonado el país.

La audición me dejó tan impactado que me pareció el verdadero ejemplo de un intento por reconducir la realidad hacia un lugar que no buscaba el retorno, sino un camino hacia un punto mucho más allá de lo esperado.

No obstante, si aquello fue una buena muestra de superación hacia el encuentro con la normalización, incluso con una añorada excelencia, ambos sabíamos que hace tiempo que tenemos la oportunidad de iniciar nuestro modo de entender lo cultural desde otro punto de partida: ya en la conferencia de Mondiacult celebrada en Méjico entre el 26 de julio y en 8 de agosto de 1982, se firmó una “Declaración” acerca del concepto de “cultura” que supuso un significativo punto en el desarrollo del humanismo moderno y que, con el paso de los años, siguió teniendo fortuna. Decía así: “En un sentido amplio, la cultura puede considerarse como el conjunto de rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o un grupo social. Ella engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales al ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias”. “La cultura da al hombre la capacidad de reflexionar sobre sí mismo. Es ella lo que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y directamente comprometidos. A través de ella discernimos los valores y efectuamos opciones. A través de ella el hombre se expresa, toma conciencia de sí mismo, se reconoce como proyecto inacabado, pone en cuestión sus propias realizaciones, busca incansablemente nuevas significaciones y crea obras que lo trascienden”.

Los que en octubre de 1957 éramos aún niños y vivíamos en las angostas calles del conjunto histórico, nos hallamos ante una situación insólita que quedó trágicamente grabada en nuestras mentes, como ahora quedará en aquellas de las generaciones que nos han ido sucediendo.

Un concepto extenso que, no solo sirve para explicarnos a nosotros mismos, sino que nos abre las puertas a una profunda y pausada reflexión en estos días tan inmensamente duros por su contenido trágico.

Los que en octubre de 1957 éramos aún niños y vivíamos en las angostas calles del conjunto histórico, nos hallamos ante una situación insólita que quedó trágicamente grabada en nuestras mentes, como ahora quedará en aquellas de las generaciones que nos han ido sucediendo. El olor del cieno, la visión de los cadáveres, de los animales muertos, de una humedad persistente que se metía en las entrañas, de las historias tristes de las porterías de las casas del barrio del Carmen, del frío, de la gente atrapada sin ropa ni comida, configuraron una durísima huella, pero una huella inconforme y activa. En la ciudad, como ahora está ocurriendo en el entorno inmediato, la vida se quebró, pero nada se detuvo. A diferencia de las sociedades industriales, acostumbradas a las luchas sociales, pero también a un salario previsible, en las agrarias, la gente está curtida en la inestabilidad donde los precios fluctúan por motivos indescifrables y se depende de la naturaleza, lo que supone la configuración de un imaginario colectivo dispuesto al sacrificio y a la regeneración desde la nada, porque es un modo de entender el mundo que se transmite y se arraiga en el subconsciente como un patrimonio inexplicable que  permite avanzar sin esperar más apoyo que el imprescindible.

Muchos cuyos padres fueron campesinos, ahora son pequeños y medianos empresarios, comerciantes, profesionales independientes, funcionarios o asalariados de la más diversa índole, pero mantienen en su ánimo esa inseguridad latente que convierte el sueño en duermevela y se halla siempre dispuesta a sufrir lo impredecible y, con todo, despertar.

A pesar de lo aparente, de que hayamos disfrutado con una imagen sublimada del pasado, al uso de lo que Joaquín Sorolla nos quiso representar, las pescadoras no eran aquellas mujeres fuertes ataviadas con colores claros, con frecuencia eran malvestidas de luto casi permanente por las costumbres ancestrales; ni tampoco los hombres, aquellos apolos briosos curtidos por el sol, sino gentes que vivían en la precariedad, entre marjales infectos y los peligros del mar, en una sociedad con fuertes desigualdades. Aquel “Levante feliz”, nunca existió y la gente sabía del contenido trágico que subyacía en la pesca o en las inacabables sequías, alternadas por impresionantes avenidas traídas por las torrenteras, que Muñoz Degraín se atrevió a reflejar en una de sus pinturas más célebres.    

Pero aquel entonces del 57, como el que vivimos estos días, no significó, en modo alguno, que no fuésemos capaces de echar mano de nuestras capacidades subyacentes para configurar de nuevo un futuro, en cierto modo, esperanzador. Hemos podido ver que, desde aquella penúltima tragedia, la ciudad ha sido capaz de reinventarse y ahora ha mostrado una solidaridad impredecible, creada espontáneamente por millares de ciudadanos. Una vez superado el infinito dolor por las pérdidas humanas, tan tristemente irrecuperables, el día a día, será muy duro, pero no será desalentado. Como conjunto de objetivaciones que dan significado a todas estas acciones, el presente nos reclama la cultura con un punto de vista crítico que, a mi juicio, debemos extender en el tiempo a todo aquello que podamos revisar. Del alcance de esta acción deben surgir los conceptos en los que fundamentar nuestro futuro. No obstante, tal vez sea el momento de exigir los imperativos kantianos a lo público, a través de la razón: obrar según principios que puedan ser universales y nunca tratar como un medio a los demás.

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