Opinión | Tribuna
Sin perdón
La escritora y filósofa estadounidense Hannah Arendt acuñó un término para expresar lo que ocurre cuando determinados individuos actúan dentro de las reglas del sistema al que pertenecen, sin reflexionar sobre sus actos. Llamó a su teoría «la banalidad del mal», una expresión que trata de explicar las consecuencias que acarrea obedecer órdenes de los superiores, sin plantearse el efecto que puedan tener sobre la vida de las personas. Según la filósofa, cualquier ciudadadano puede convertirse en un criminal, si no se para a pensar en la responsabillidad de sus actos. Por tanto, la falta de reflexión puede llevar al crimen.
Si estiramos el hilo de esta idea, podemos deducir que la falta de previsión, la inmovilidad, la ausencia de empatía o conciencia ciudadana y la inacción en un momento de peligro, conducen al delito: negligencia imprudente y omisión de deber de socorro, cuanto menos. Si pregunto a los lectores qué piensan de la reacción de nuestros representantes políticos ante el drama de la dana, ¿qué dirían?. ¿Y si pregunto lo qué sienten?: ¿Rabia? ¿Desolación? ¿Tristeza? ¿Abandono? ¿Enfado? ¿Decepción? ¿Indignación? ¿Impotencia? ¿Dolor?
Ha pasado ya más de un mes desde la peor tragedia conocida en la Comunitat Valenciana y en el balance, nadie dimite y la incompetencia continúa. Los responsables políticos no se acercaron hace unos días Massanassa, tras la muerte de un operario por el derrumbe de un colegio. Los gobernantes creyeron que acudir «no era necesario».
Dice la Constitución que nuestra forma política de Estado es una monarquía parlamentaria y, sin embargo, yo percibo un despotismo no ilustrado, en el que solo el pueblo ayuda al pueblo e incluso algunos políticos, parecen ir contra el pueblo. No se han asumido las responsabilidades por la mala gestión, no se ha pedido perdón, se improvisa a salto de mata y algunos pueblos de l’Horta Sud permanecen sometidos a un desesperante abandono en la limpieza de calles y en el funcionamiento de sus institutos. Pondré un ejemplo, que llora por sí mismo: en el instituto Berenguer Dalmau de Catarroja, 1500 jóvenes de la ESO y de Bachillerato siguen sin clase y sin solución alternativa, por parte de quien deberían proponerla, es decir, la Conselleria de Educación. Tampoco han acudido los técnicos para una valoración de los daños, ni hay posibilidad de entrar a limpiar el patio o las clases por peligro real de derrumbe en las infraestructuras. El conseller, José Antonio Rovira, ha abandonado literalmente a los vecinos a pesar de sus reivindicaciones y de las soluciones que han puesto sobre la mesa los mismos profesores, algunos de ellos también damnificados. La conselleria ha ordenado comenzar las lecciones on line, sin tener en cuenta que hay alumnos sin casa o sin recursos, que para recibir las clases, tienen que trasladarse a otro lugar. Tampoco han recibido ayudas físicas o económicas y las que ha publicado el gobierno, la gente mayor no sabe cómo solicitarlas.
Dicen los vecinos que Catarroja parece una ciudad futurista inmersa en el caos, con olor a humedad y el color del barro, un barro que les impregna la ropa y el alma. Y dicen que están agotados, un agotamiento mental y físico, que no se tiene en cuenta a la hora de ir a trabajar porque las empresas siguen exigiendo acudir a sus puestos, cuando aún quedan 145 garajes por vaciar y sus casas por pintar. Valga recordar que han estado siete días sin agua, sin luz y sin electricidad.
Si hablamos con los vecinos, nos cuentan que 30 días después de que les llegara el agua al cuello, no se ha acercado nadie del ayuntamiento, ningún partido político les ha preguntado como están o qué necesitan y tampoco se han organizado para dividirse por zonas y trabajar en la limpieza del barrio. Los vecinos no entienden por qué ese silencio de la administración, cuando más la necesitan, ni por qué los ediles y los partidos políticos se han escondido. Hay gente que lo ha perdido todo, miles de críos sin clase, mientras los mismos profesores y alumnos desinfectan los centros. Pero … ¿en qué mundo viven nuestros responsables políticos? ¿Cómo se atreven? ¿No se les cae la cara de vergüenza?
La educación es un derecho constitucional de primer orden que enseña a las personas a ser libres, solidarias y a convivir en paz. Un derecho humano que goza de una protección especial en los Tribunales y que nuestros políticos han dejado sin efecto. ¿Van a esperar a que sean también los maestros quienes salven la educación, los institutos y los colegios?
Estamos en manos de personas que no nos representan, que no les importamos. Deberían pararse a pensar o tener la decencia de marcharse y dejar lo urgente en manos de quien sepa encontrar alternativas, sin tiempo que perder. Es demasiado doloroso, demasiado importante. La falta de reflexión, sus consecuencias y su indiferencia no quedarán impunes, créanme. Hay mucho que hacer, mucho que levantar y mucho que arreglar. Ustedes, que tanto daño han hecho, deben marcharse, no deben continuar, pero si se empeñan en seguir su incompetencia, me temo que el pueblo que salva al pueblo, no les perdonará jamás.
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