Matadero y pudridero

En Tineo (Asturias) han cambiado el genérico de «matadero» por «factoría». Matadero suena descarnado. En la «factoría» se hace (no se dice qué), en el «matadero» se mata (no se puede decir más). Se matan animales, pero –con la equiparación de las especies– el lugar donde se mata y desuella el ganado para el abasto público se identifica con un campo de exterminio humano. La hamburguesa sintética avanza lentamente y el chorizo vegano no acaba de convencer, así que cambiemos el nombre.

En las grandes ciudades europeas lo que eran mataderos son instalaciones culturales. Con el cambio de nombre Tineo evita que los madrileños o los bordeleses acudan a su matadero y crean asistir a una ‘performance’ de La Fura dels Baus. No están lejos en lo concreto: el fundador de ese grupo de teatro, Marcel·lí Antúnez, es de familia de carniceros y lo que vio inspiró su arte. En lo general están en la distancia que hay entre la cultura, que es para morir de hambre, y el macelo, que es matar para comer.

Me gustan las palabras que nombran. Me parece magnífica «pudridero», ese sepulcro donde los cuerpos esperan 30 años a que se acabe su humedad y los restos pasen a la momificación. Lo oí nombrar por primera vez en el sepulcro para los reyes de España que, para colmo, está en el palacio monasterio de El Escorial. El pudridero, de «pudrir» cuando se va la vida, y Escorial, de «escoria», residuo del carbón después de que queme, es un pleonasmo de la consunción, una brutal vanitas, ese género artístico que resalta la vacuidad de la vida y la relevancia de la muerte como fin de los placeres mundanos que los Borbones olvidan viviendo como reyes y muriendo como todos. Ahora que el matadero se nombra «factoría» la cárcel debería llamarse «pudridero». En esta fase justiciera que niega la redención, la rehabilitación y la reinserción no basta con que el delincuente entre en prisión, se pide que se pudra en la cárcel, el diez de la tolerancia cero.