Opinión | Ágora
La Universitat de València, faro civilizatorio
La Universitat, nuestro Estudi General, cumple 525 años y, recordando a Vives, lo celebra dedicando sus pensamientos a Europa. Un grupo de profesores nos reunimos a ese efecto este jueves en una jornada organizada por Joan Romero, catedrático emérito de la institución, y preguntarnos si está en condiciones Europa de hacer frente a su propio destino. El tono general de las ponencias fue de preocupación. Sin embargo, no podemos olvidar los matices.
Emilio Lamo de Espinosa reúne el saber académico de su trayectoria como sociólogo y su experiencia como director del Real Instituto Elcano. Su ponencia fue la más optimista. Recordó que la europeización del mundo es irreversible por mucho que esta universalización haya tenido como efecto su decadencia relativa en el mundo. El fondo optimista de su punto de vista lo identifico en que considera que Estados Unidos no tiene motivos para ponerse nervioso. Su ventaja sobre China e India es de tal índole, que no tiene por qué preocuparse.
No estamos en un mundo bipolar, nos dijo; o en todo caso, en una bipolaridad muy asimétrica. Kissinger impuso la doctrina Bismarck como guía de los Estados Unidos. Su solo ejército es más poderoso que cualquier constelación de ejércitos rivales. No hay por tanto que preocuparse por la solidez del mundo de la democracia, el mercado y la ciencia. USA impone una mundialización sobre estos elementos. Nadie querrá irse de ahí.
Su posición llevó las cosas a la cuestión de si debemos o no temer por la democracia. Frente a cualquier poder hegemónico del pasado, Estados Unidos no es un poder oportunista. Su riqueza natural es imponente y su productividad también. Posiblemente sea el primer poder hegemónico que es más competente que sus aliados. No funda su poder mundial solo sobre su poder militar. Cuando José María Lasalle, en su ponencia sobre la necesidad de una Inteligencia Artificial diseñada desde el punto de vista europeo, se preguntaba por qué Europa elige aplicar a pesar de sus cautelas el modelo anglosajón, tenía en lo dicho la respuesta. Respecto de herramientas, ese modelo es más útil, pragmático. Europa es también la tierra de la imitación. Va a remolque del capitalismo americano y también lo hará en el caso del capitalismo cognitivo actual.
Joan Romero nos ofreció una lista imponente de razones por la que eso es así. Europa se va retrasando respecto a USA en productividad, en PIB, en ciencia, en inversión, en todos los parámetros imaginables. La preocupación que me asalta, y que en cierto modo motivó mi ponencia, es elemental. Si USA no tiene razones para preocuparse, ¿por qué sueña con ser grande de nuevo? Todos los criterios nos dicen que lo es y que lo será por mucho tiempo. ¿Entonces, por qué Trump? ¿Por qué romper con su imagen olímpica de serenidad imperial? ¿Por qué es una sociedad rota? ¿Por qué se ha convertido en el centro de una internacional de fanatismo que va contra todos los valores que posibilitaron su dominio mundial?
Esta paradoja, que nos pone delante de un misterio, no se resolvió en la sesión. La conferencia de Samir Nain, dotada de un firme nervio, significó el clímax del pesimismo. Antes hablaron, en tres sobrias e interesantes ponencias, Máriam Martínez-Bascuñán, conocida por sus libros y sus columnas en El País; Ángela González Montes, funcionaria de la UE, y Anna López, doctora en Ciencia Política y vibrante analista. Alguien debe mirar la zona oscura de Europa y ellas lo hicieron. De nuevo el optimismo de Lamo de Espinosa fue cuestionado. El mundo, dijo González, se enfrenta a incertidumbre, desigualdad e inseguridad, y eso no parece propio de una situación claramente hegemónica. Al menos Europa debería trabajar para reducir esos tres nubarrones.
Anna López hizo la intervención más política. Su descripción de las geografías electorales en Europa fue detallada y su diagnóstico convergente con el de Romero: se requiere un nuevo pacto social para atender a todos los que se hunden en esas geografías del malestar que ha dejado la época neoliberal, aunque se reconocía que con la globalización muchas cosas habían mejorado. Su ponencia me trajo una reflexión. Quizá debamos distinguir entre globalización comercial, basada en un impulso productivo, que puede traer beneficios generales, y globalización financiera desregulada, que trajo burbujas y ruina.
Martínez-Bascuñán llamó la atención sobre un tema central, como es la distribución del respeto, la impugnación de las instancias que hasta ahora lo merecían y el desmontaje de sus instituciones, desde la familia, el periódico o la universidad. Esto es así porque la post-verdad no es un conjunto de mentiras aisladas, sino un sistema narrativo de demolición de las instituciones de la verdad. Pero como he dicho, el clímax del pesimismo llegó con Nair. Habló de peligro existencial, no solo de preocupación. Y mencionó que estamos ahí por nuestra propia culpa. Y la cifró en que Francia y Alemania tienen miradas diametralmente opuestas sobre la ampliación y el futuro de Europa, algo que parece razonable.
Por mi parte, sea cual sea el grado de verdad y de tino de estos diagnósticos, lo único evidente es que hoy por hoy sólo la Universidad está en condiciones de reunir talento y experiencia y ponerlos libremente a disposición de la ciudadanía. Y por eso hay que ser militante al menos en algo: en defender una Universitat que desde 1499 sigue siendo un faro civilizatorio en medio de un mundo convulso.
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