Opinión
Inhumanos
Hemos visto tantas imágenes de sufrimiento y tantas historias de personas despojadas de sus derechos que, con el tiempo, hemos dejado de conmovernos

Distribución de ayuda alimentaria en la Franja de Gaza. / Efe/H.I.
El quinto mensaje reenviado «muchas veces» que recibes sobre una nueva guerra, ya no quieres saber más de ella. La misma historia resubida de Instagram sobre la última crisis mundial; deslizas, ya no te hace sentir nada. Es el sexto día que discuten en la tertulia buscando tener la razón sobre quién es el culpable de esa tragedia, cambias de canal.
Vivimos en una era donde nunca antes habíamos tenido tanto acceso a los eventos que ocurren en el mundo, donde recibimos más información que nunca y, sin embargo, nuestra capacidad de sentir parece desvanecerse. Nos bombardean con hechos, con imágenes, con crisis, y lo absorbemos sin reacción, casi como si se tratara de un ruido de fondo que ya solo oímos, pero no escuchamos.
Los medios se han adueñado del rol de sensibilizar, de informar y educar sobre lo que sucede en el mundo y sobre los derechos fundamentales que se vulneran. Sin embargo, con ese poder y en nombre del derecho a la información, se perpetran atentados contra los propios derechos fundamentales de aquellos que no tienen voz. Protegemos más que nunca el derecho al honor, la integridad o la propia imagen, mientras que las caras de víctimas, que están a miles de kilómetros, se muestran sin pudor en nuestras pantallas.
Nos inundan con una marea de información, pero ¿cuál es la verdad? ¿Qué es real y qué no lo es? ¿Quién intenta manipularnos? Hemos visto tantas imágenes de sufrimiento y tantas historias de personas despojadas de sus derechos que, con el tiempo, hemos dejado de conmovernos. La saturación es tal que ya no reconocemos el dolor, la injusticia, la vulneración de derechos. Hemos cerrado nuestros sentidos ante ello.
Esto es tremendamente peligroso. No querer saber, ni ver, lo que sucede a nuestro alrededor, por muy cerca que lo tengamos, es cerrar los ojos ante la realidad. Porque lo que no se ve, no existe. Y si no somos capaces de reconocer las vulneraciones, los derechos humanos dejan de existir. Por eso, como seres humanos, merecemos una información y una educación que nos sensibilice de manera responsable, que ponga en el centro a las personas cuyos derechos son transgredidos. Esta labor ha quedado en manos del tercer sector, como Fundación por la Justicia que se compromete a la misión creando proyectos que buscan despertar la conciencia ciudadana y dando voz a quienes han sufrido injusticias. Lo hace mediante la creación de materiales y recursos audiovisuales, formaciones y, lo más importante, con la organización de visitas de activistas por los derechos humanos de diversos países, para que sean ellos dueños de sus historias.
Ante las violaciones de derechos, tenemos la obligación moral, como sociedad y como individuos, de no mirar hacia otro lado. Pero también tenemos el deber de informar y sensibilizar de manera responsable, sin caer en el sensacionalismo ni en la explotación de la tragedia. El uso de la imagen y la historia de las víctimas nunca debe ser una exposición caprichosa ni un hurto de su voz, al contrario, debe ser un acto que les devuelva su dignidad, que les dé el poder sobre su propia narrativa y que busque, después de todo, reparar.
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