Opinión

Victimarios

Gisèle Pélicot exigió que el juicio fuese público y que se conocieran las caras de sus violadores

Gisèle Pelicot.

Gisèle Pelicot. / Efe/Y.V.

El juicio contra Dominique Pélicot ha seguido su curso y se está a la espera del fallo pronto de la sentencia. Es a él a quien juzgan por haber dejado inconsciente a su mujer mediante sumisión química para que decenas de hombres abusaran de ella. Es su nombre el que tendría que dejar rastro en las noticias, al igual que el del resto de victimarios. 

Por primera vez, la víctima se ha enfrentado a cara descubierta y ha renunciado a que las vistas se realizasen a puerta cerrada. Ella misma exigió que el juicio fuese público y que se conocieran las caras de sus violadores. 

Fue al inicio del proceso cuando Gisèle Pélicot pronunció la frase, ya célebre, «la vergüenza debe cambiar de bando» que ha pasado a leerse en las pancartas de las manifestaciones del pasado 25N. 

Es cierto que los pormenores escabrosos de las agresiones que sufrió, entre 2011 y 2020, se han difundido suficientemente desde que en septiembre comenzó a juzgarse este caso, pero quizás aún falte alguna reflexión sobre la importancia de dirigir la mirada en quien inflige el daño y comete el delito. 

Este giro no es nuevo. En noviembre de 2019 se hizo viral la coreografía y la letra que compusieron cuatro jóvenes artistas conocidas como Las Tesis. La performance, canción y estribillo que repite de forma acusadora «el violador eres tú», se realizó por primera vez en Valparaíso (Chile) y fue secundada a nivel internacional. Por miles de mujeres. 

Desde entonces, no ha dejado de denunciarse la forma en la que, mediática y judicialmente, se tratan los casos de violencia contra las mujeres dejando en entredicho a la víctima y blanqueando la culpabilidad de quien delinque. 

Además, esta denuncia se inscribe en el contexto de la cuarta ola del feminismo global centrada en combatir la violencia sexual hacia las mujeres y que se sustenta en la llamada «cultura de la violación». 

En su extensión, el concepto «Rape Culture» comprende la variedad de formas de violencia que se ejerce sobre las mujeres de manera normalizada y natural. 

Se trata de inercias sexistas de menor a mayor gradación que pueden conducir a la violación y al asesinato. Lo determinante es que este término define la construcción cultural que enfrenta el deseo pasivo femenino al deseo activo masculino que quiere cumplirse a toda costa sin mediar consentimiento. 

En este sentido, las mujeres funcionan como objetos intercambiables. Es más, sus cuerpos cosificados son manipulados como si fueran meros trozos de carne inerte. 

Y es ese proceso de desubjetivización y de disponibilidad sin consentimiento, el que el caso Pélicot ha llevado a la opinión pública en toda su crudeza.

Ha quedado en evidencia que el victimario lejos de ser un monstruo puede ser alguien del ámbito familiar, del vecindario o de un entorno más o menos cercano. 

Son hombres corrientes que han interiorizado la cultura patriarcal de sometimiento de la mujer al varón. 

Por eso, en el fondo y en las formas, este caso alude por una parte a la biopolítica feminista de la que habla Carol Adams y por otra, a Hannah Arendt y a sus conclusiones en el proceso a Eichmann al que presenta como un hombre banal que siguió la corriente dominante y al que actuar conjuntamente con otros le proporcionó sentimiento de poder e impunidad. 

Todo ello está contenido en el mismo concepto de «cultura de la violación» y es por eso que se espera con tanta expectativa la sentencia que ha de castigar a los victimarios.

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