Opinión

Todo va mal

Efectivamente, según parece todo va mal, estamos frente a uno de los signos de este tiempo, solamente hay que asomarse a uno de las ágoras del momento, las redes, para comprobar como una catarata de comentarios, opiniones y noticias negativas nos conducen a un estado de ánimo que hace pensar que el fin del mundo se acerca, sino es que estamos ya. Pero no es algo exclusivo de éstas, y lo podemos comprobar, si nos fijamos en los programas televisivos de debate, en los cuales los platós se convierten en auténticas canchas, donde los participantes compiten por buscar los epítetos más negativos acerca de cualquiera de los asuntos tratados. Resulta enternecedor cuando ves a un tertuliano que pretende mantener una posición algo menos beligerante, de inmediato se lanzan todos en tromba, apenas le dejan espacio para opinar y a partir de ese momento sabes que, muy probablemente, no lo volverás a ver formando parte de la siguiente tertulia, ya que no ha aportado munición suficiente para incendiar el debate. Parece como si existiera una especie de «optimismofobia» no declarada oficialmente.

Es paradójica esta situación del poderoso influjo de la opinión frente a los datos, que interesan bien poco a la hora de analizar la realidad. Se genera la opinión en función del relato que se construye desde las distintas miradas que tienen los opinadores, frente a las mediciones que realizan las instituciones que se encargan de saber cómo van las cosas realmente. Por ejemplo, en el caso de nuestro país, las distintas agencias ofrecen cifras que reflejan indicadores de crecimiento, evolución y bienestar, muy positivos que son la envidia de cualquier nación desarrollada. Curioso, datos, datos, datos que no interesan o que tampoco convencen, sin ninguna duda, el relato está ganando al dato por goleada. 

Lo más preocupante de todo surge cuando el objetivo a devaluar y destruir tiene que ver con los cimientos sobre los que hemos organizado la convivencia, y muestran que se encuentran agrietados, son obsoletos o simplemente ineficaces sin más. A partir de ahí, comienza un camino peligroso, porque destruye puentes sin construir alternativas. Evidentemente el buenismo no conduce a ningún lugar interesante y la propaganda sin razón tampoco es una buena compañera de viaje. Pero el estado permanente de descredito tiene muchos más riesgos, porque puede llevar hacia un estado de desconcierto colectivo, fruto de la percepción de un caos sin salida, o pueden dirigir hacia la música de flautistas que aprovechan la situación para arrastrar hacia un camino que no sabemos si existe o es solo fruto de la manipulación.

Por extraño que pueda parecer, a pesar de la evidencia de que algunas cosas relevantes están yendo bien, lo cierto es que cada vez surgen más adeptos de lo desconocido, seguramente, porque constantemente nos están repitiendo que todo va mal.

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