Opinión
¿Qué tenemos sin bibliotecas?
Las bibliotecas públicas han ido resistiendo y organizándose desde tiempos antiguos para abastecer de cultura
Cuentan que Alejandro Magno, cuando ya había conseguido que su imperio se extendiera hasta cada rincón de cualquier horizonte, sintió la necesidad de compilar todo el saber de los territorios conquistados en un mismo lugar. Y que de ese deseo nació en Egipto un proyecto denominado la Biblioteca de Alejandría. Cuentan que, una vez terminada la construcción, se llegaron a reunir casi medio millón de diferentes textos. Y cuentan que un incendio posterior acabó con el noventa por ciento de aquel tesoro, incluyendo manuscritos originales de su maestro Aristóteles, Tolomeo y otros tantos sabios de la Grecia clásica.
Desde la Biblioteca de Alejandría hasta nuestros días, la historia de las bibliotecas viene acompañada de los intentos de algunos por acabar con ellas a fuego. Tal vez porque, como dijo en su día el libertador José de San Martín, la biblioteca destinada a la educación universal es más poderosa que nuestros ejércitos.
Pero, a pesar de inquisiciones, hogueras nazis o purgas soviéticas, las bibliotecas públicas han ido resistiendo y organizándose desde tiempos antiguos no sólo para abastecer de cultura y conocimiento, sino para poder ofrecer a todos por igual la posibilidad de viajar libremente a lugares, a tiempos comunes o alejados, y también a ideas. Por eso para muchos se convierten las bibliotecas en un tesoro. Y para otros tantos en un peligro.
¿Qué tenemos sin bibliotecas? Le preguntaron un día a Ray Bradbury. Y el autor contesto: No tenemos pasado y no tenemos futuro. Bradbury solía ir a la biblioteca universitaria de Los Ángeles. No solo a leer y a documentarse. También a acariciar los libros sin separarlos de sus estantes, a contemplar en paz y perdido de amor, según sus propias palabras esas estanterías que recogían los saberes del mundo. Cuando comenzó la caza de brujas del senador McCarthy hacia escritores y demás gente de la cultura, Bradbury en esa misma biblioteca comenzó a escribir un relato que titularía Farenheit 451, por ser esta la temperatura con la que empieza a arder el papel.
Años después de aquel fundamental relato distópico, Irene Vallejo, sería la autora de otro de los libros más importantes de los últimos años, El infinito en un junco. Al igual que el de Bradbury, otra declaración de amor infinita —valga la fácil redundancia— al libro, a las bibliotecas, y a quienes han ido vinculándose a ellas a lo largo de la historia de la humanidad. La autora y filóloga zaragozana dice sobre las bibliotecas públicas que son espacios donde todo el mundo es bienvenido y acogido sin cobrarle nada. Y que este asombroso logro es fruto de un camino lleno de recovecos, ya que nunca fueron refugios tranquilos, sino asediados territorios de frontera. También dice que, con intolerable osadía, las bibliotecas públicas cobijan en su silencio la algarabía de las innumerables voces. Y conecto fuertemente con esto último porque soy de los muchos a los que les gusta cobijarse entre las voces que recogen esos pretendidos silencios.
Las bibliotecas son refugio, lugar de meditación, conocimiento, libertad, conciencia y pausa. Como creador, rodeado de silencio y con la vigilancia de los tomos, uno es capaz de desanudar por ejemplo un capítulo complicado. Concluirlo de la mejor de las maneras. Sé muy bien de lo que hablo. No hubiera podido concluir ninguna de mis cuatro novelas publicadas hasta el momento sin que me adoptaran momentáneamente ciertas bibliotecas tanto en Madrid como en Valencia o Cesena.
Pero también acudo a ellas sencillamente a leer, a ver qué encuentro, a adoptar un libro por unos días, o a desprenderme de alguno para que pase a formar parte del patrimonio de los demás. Una biblioteca es un lugar donde compartimos sueños de un modo discreto y callado. Nada malo puede hacer una persona dentro de esos lugares de los que sale uno transformado, como en las catedrales, los cines y los teatros. Por eso, a nivel humano ya se encuentran las bibliotecas públicas en condición de necesidad universal. Porque son el acceso local al conocimiento, y proporcionan las condiciones básicas para el aprendizaje a lo largo de toda la vida, para decidir libremente y para el progreso cultural del individuo y de los grupos sociales. Lo cual viene recogido en el Manifiesto de la Unesco sobre la Biblioteca Pública de 1994.
En nuestro país, por ejemplo, existen unas 4600 bibliotecas públicas. La mayoría de las cuales son de titularidad municipal. En consecuencia, los servicios bibliotecarios públicos a los que tienen acceso directo y libre la mayor parte de los más de 47 millones de habitantes del país, dependen directamente de los Ayuntamientos. Para todos ellos la Ley básica es la de régimen local de 1985 que indica, sin más, que todos los municipios de más de 5000 habitantes deben contar con biblioteca pública. Si Rocafort, en Valencia, cuenta con 7570 habitantes, ¿por qué lleva este pueblo tres años —cuatro contando el año de pandemia— incumpliendo la legislación española que obliga a los municipios a prestar este servicio público fundamental y básico?
Quizá porque la desidia es la actual manera que tienen algunos políticos de quemar sin fuego a los libros y a las bibliotecas.
- Una fallada de l'Agència Tributària farà que molts jubilats cobren fins el 4.000 euros com a compensació: seran estos
- Pancho, el perro que recorrió Alzira buscando a su dueño: 'Se merece un nuevo hogar
- Gabriela Bravo dimite
- La Seguridad Social notifica por carta a millones de jubilados los cambios en su pensión: cómo reclamar
- Qué es el mieloma múltiple, el cáncer incurable que sufría el presentador de TVG Xosé Manuel Piñeiro
- La exfallera mayor de Alzira se cubre de barro para una sesión de fotos reivindicativa
- Herido grave un joven tras ser apuñalado a la puerta de una discoteca en València
- Los atropellados en el Palmar por un conductor ebrio eran el expresidente de Feria Valencia Antonio Baixauli y su mujer