Opinión | Reflexiones

Política de Año Nuevo

La política es más necesaria que nunca. Si alguien cree que podemos prescindir de ella, se equivoca. El hábitat natural del ser humano es la sociedad y el instrumento la política.

«De ningún modo me guía el amor hacia el dueño de un determinada casa -a quien muy a menudo ni siquiera conozco- cuando, viendo su casa presa de las llamas, tomo un cubo con agua y corro hacia ella, aunque no tema por la mía. Me guía un sentimiento más amplio, aunque más indefinido; un instinto, más exactamente dicho, de solidaridad humana; es decir, de caución solidaria entre todos los hombres y de sociabilidad». Estas palabras de Piotr Kropotkin en su libro El apoyo mutuo, uno de los textos sagrados del anarquismo del siglo XIX, debería estar en el frontispicio de las conciencias de la clase política y de la sociedad civil y tendría que servir de inspiración y orientación en los propósitos políticos de año nuevo. Dejamos un año en el que se han producido elecciones de todo tipo, cambios de gobiernos, caídas de regímenes sanguinarios, la perpetuidad de los conflictos internacionales sin que nadie mueva un dedo por variarlo y el alzamiento del populismo por los cuatro costados del globo. Sin ser tachado de ingenuo, de poco realista, sabiendo la naturaleza misma del poder, sus principios y mecanismos que la hacen posible, lo que Kropotkin está describiendo es lo que vivimos a partir del 29 de octubre.

La política es más necesaria que nunca. Si alguien cree que podemos prescindir de ella, se equivoca. El hábitat natural del ser humano es la sociedad y el instrumento ineludible y necesario para gestionarla es la política. Por ello Aristóteles nos definía como animales políticos. Ser apolítico es un oxímoron, un sin sentido. Desde el presidente del Gobierno hasta el último vecino de mi calle tiene una tarea política que dilucidar. Es patente que la desafección, la distancia entre la ciudadanía y su clase política es gravísima, que invita, alimenta y pone en bandeja toda clase de populismos que detestan la democracia, pero sirviéndose y viviendo de ella. Son las sanguijuelas de nuestro tiempo. Ahora bien, clase política y ciudadanía tienen que advertir de una vez que no vivimos en una jungla y que primero no voy yo y luego yo y que les zurzan a los demás.

El mismo Aristóteles en su Política advertía que a diferencia de los animales que cohabitan, nuestra naturaleza nos lleva a la convivencia, es decir, a reunirse para vivir, porque nos necesitamos. De ahí que el fin de toda comunidad política no debe buscar fines que no favorezcan el bien de los ciudadanos individuales. El bien común tiene que hallarse a partir del respeto al bien individual. No sólo hablamos de medios para que meramente convivamos, sino para que vivamos juntos y alcancemos la vida buena que es impensable sin el desarrollo de valores y virtudes. ¿No es lo que vivimos en la dana que tanto nos sorprendió? Si a mi vecino le va mal, a mí, también. Y la clase política ha asumido lo contrario: en que cuanto peor, mejor.

Kropotkin añadía al final de su libro: «La sociedad se ha creado sobre el reconocimiento inconsciente o semiconsciente de la fuerza que la práctica común de la ayuda mutua presta a cada hombre, sobre la dependencia estrecha de la felicidad de cada individuo de la felicidad de todos». ¿Será posible una nueva política de año nuevo? De nosotros depende.

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