Opinión | Mirador

Un quinquenio de infarto

El periodo trascurrido entre el inicio del año 2020 y el momento presente, ha sido un tiempo trepidante acompañado de grandes incertidumbres. Se trata de un quinquenio que comenzó con un acontecimiento único: una pandemia. Pocas veces la humanidad se ha visto sometida a un estrés colectivo tan violento. Un fenómeno de alcance mundial que recorre toda la geografía del globo, que siembra el miedo y que cambia radicalmente las condiciones de vida de millones de personas. Hábitos que tenían siglos de existencia se dejan de practicar, las manos ya no se estrechan como fórmula de saludo y se sustituye por distintas modalidades y gestos que se van aprendiendo y replicando. Los sistemas sanitarios de todo el mundo han llegado a estar al borde del colapso. De repente nos encontramos con una sociedad que no muestra su cara, que se protege a la vez que se aísla; durante meses en las fotografías de la escasa vida social, todos sus integrantes están con la cara oculta. Los negacionismos surgen con violencia, negando la existencia del virus y sobre todo oponiéndose a la fórmula que científicamente se ha considerado como la solución, la vacuna. Es momento de bulos, y ataques furibundos que acompañan a las vacunaciones masivas de millones de personas en todo el mundo. A partir de ese momento la pandemia remite, y la COVID pierde presencia en la vida cotidiana, muy pocos meses después, la sociedad coloca en el más absoluto de los olvidos lo ocurrido. Posiblemente este sea uno de los signos de este tiempo, transitar por los acontecimientos a una velocidad de vértigo.

Con la pandemia se inauguraban los años veinte, una década que despide su primera mitad con una catástrofe natural de una envergadura pocas veces antes vivida, la DANA. El fenómeno meteorológico ha supuesto una dolorosa constatación acerca de cómo la naturaleza ha hablado, se ha manifestado de la forma más dolorosa, mostrando su poder y anunciando que algo está cambiando, poniendo en evidencia los negacionismos climáticos. Pero, la terrible riada ha traído más cosas, además de dolor por la pérdida de vidas humanas y un impacto económico enorme, ha evidenciado como la irresponsabilidad de algunos que tenían la obligación de estar atentos ha provocado daños irreparables. También, hemos asistido a un fenómeno colectivo de solidaridad emocional, numerosas muestras de apoyo, ayuda y acompañamiento, se han producido en los días siguientes a la tragedia, especialmente los jóvenes, se han volcado acompañando a las víctimas en un escenario dantesco, su actuación supuso un gran apoyo para los afectados.

Además de esta forma tan impactante de empezar y acabar esta primera parte de los años veinte, durante esa estrecha franja, hemos visto el comienzo de dos guerras crueles en las que siguen muriendo personas cada día, también hemos tenido ocasión de asistir al nacimiento y consolidación de un fenómeno político, los populismos, que han generado, en sus distintas vertientes, mensajes y formas de gobernar absolutamente contrarias a las que estábamos acostumbrados, al menos en los últimos cincuenta años.

Europa se ha enfrentado a unas elecciones y lo ha hecho en un clima enrarecido, en el que la unidad, que se gestó en el último tramo del siglo pasado, está puesta en cuestión con mensajes anti europeístas que adquieren cada vez un mayor respaldo.

Si hay una seña de identidad del siglo veintiuno es la tecnología, que ha irrumpido arrolladora en nuestras vidas; un fenómeno que ha cobrado una gran importancia, en estos cinco años, han sido las redes, con una enorme capacidad de influencia. Desde esta ágora de alcance mundial, se han generado bulos y mentiras que, extendidos de manera exponencial, adquieren verosimilitud y contribuyen a crear un clima de crispación que pone en peligro normas de convivencia creadas y respetadas durante muchos años.

Está crónica pretende evidenciar la velocidad a la que las circunstancias han ido evolucionando y con la intensidad que se han manifestado. Nos queda pensar que este tiempo ya es pasado, a pesar de que muchas de las consecuencias perduran y lo harán durante bastante tiempo. La forma de enfrentarnos al futuro, tiene mucho que ver con la capacidad de reconstruir la cohesión social, garantizar la justicia, los derechos sociales y la confianza en los sistemas públicos, solo con estos componentes podremos avanzar con garantías de éxito.

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