Opinión | Ágora
2025: lo urgente
Las condiciones del mercado actual no están pensadas para atender necesidades humanas. Esa fue la legitimación del mercado a lo largo de toda la historia.
Imaginemos que los que protestan por los daños de la DANA recibieran como única respuesta: aténganse al mercado. ¿Qué futuro estaríamos proyectando sobre todo el cinturón sur de Valencia? Poco a poco, dejaríamos en la desolación a medio millón de valencianos, porque cuando se ofrece esta respuesta, lo que de verdad se está diciendo es que cada uno se apañe como pueda. La razón del mercado es la individual. Esa razón funciona en proporción a lo que ya posees. Cada vez que se invoca el mercado como solución de los problemas, se está defendiendo y beneficiando a los que más tienen. Son ellos los que aprovecharán el mercado para tener más. A los que se han quedado sin nada, solo les ofrecerían la desesperación.
Las condiciones del mercado actual no están pensadas para atender necesidades humanas. Esa fue la legitimación del mercado a lo largo de toda la historia. La transformación que ha producido el capitalismo contemporáneo - última de las revoluciones de su revolución permanente- tiene que ver con una racionalización extrema. Solo se resuelven necesidades humanas en la medida en que generen una intensa e inmediata acumulación y concentración de beneficios. Las condiciones de competencia en el mercado son hoy condiciones de acumulación concentrada y acelerada.
El capitalismo ya funciona como si estuviera en los penúltimos días. No puede renunciar a ninguna cuota de beneficio, porque no sabe a lo que tendrá que hacer frente en los años que vienen, cuando los límites de la Tierra se muestren a más velocidad que las capacidades evolutivas de la ingeniería. Entonces, se harán endémicas las imágenes de los seres humanos golpeados por la falta de agua, de aire limpio, por la crecida de los mares o por las alteraciones climáticas radicales -con catástrofes nunca vistas como la pasada DANA-. No bastará con la respuesta de atenerse al mercado. Eso dejaría a la intemperie a poblaciones que no podrán resignarse. Sálvese quien pueda significará entonces caos.
Por eso, lo más urgente es ofrecer argumentos capaces de mantener cohesionadas a las poblaciones para confiar más en el vivir en común que en la resignación, la desolación o la desesperación. Esa es la gran disyuntiva ante la que estamos. En una reciente entrevista, Bernie Sanders, el candidato a la presidencia norteamericana, decía «Tienes que dejar claro de qué lado estás. ¿Estás del lado de la clase trabajadora o del lado del 1%?» Pero decía algo más importante todavía:
«El sistema de financiación de las campañas políticas está roto, el sistema de salud está roto, el sistema de vivienda está roto, el sistema educativo está roto». La cuestión es sencilla: si todos esos sistemas están rotos, es porque el sistema político está del lado del 1%. El sistema político y el sistema económico ya no se pueden diferenciar en Estados Unidos. Se ha hecho visible con el tándem Musk-Trump. La última revolución capitalista, de concentración intensa en la forma de acumulación, sólo puede desplegarse en la medida en que la agenda capitalista controle el monopolio del poder. Poseer la universalidad del Estado es requisito fundamental para poner la vida social al servicio de la acumulación actual.
Eso llevará al Estado a su contracción máxima, algo que ya se conoció en otras épocas de la historia, como el imperio romano al servicio de los grandes propietarios privados en el primer Principado. Dominado por los que dicen «atenerse al mercado», el Estado no tendría motivo alguno para dejar de existir. Pero para que no sea ocupado por la ciudadanía, lo mejor es extender la forma incapaz de manejarlo: la individualista. También ha ocurrido en otros momentos de la historia, como en el «panem et circenses» del mismo imperio romano. La protección militar de aquellos intereses privados minoritarios será también la única razón de ese Estado, como ocurrió con el imperio romano convertido en una máquina militar autónoma. La historia de la concentración capitalista es muy larga, como se ve.
Lo que está pasando en el epicentro del capitalismo mundial no hará sino expandirse con lentas pero ininterrumpidas ondas, integrando poblaciones cada vez más amplias en su lógica. Lo más urgente es contener esta onda expansiva en la medida de nuestras fuerzas. Bernie Sanders confiesa que vencer la codicia de estas gentes requiere un movimiento de masas. Eso es lo que hace inviable precisamente la forma de vida individualista. Yo no creo tanto en los movimientos de masas como en la formación de rotundas mayorías políticas afincadas en el buen sentido común. Por supuesto, los que se enrolan en la bronca política son cómplices de este 1%, porque desactivan lo único que tenemos para estar del otro lado. Muchos compran sus argumentos, pero no deben ser condenados por ello. Quizá sencillamente no ven argumentos alternativos.
Por eso lo más urgente es producir esos argumentos y cambiar la agenda. La gran transformación del capitalismo actual no puede enfrentarse con las formas culturales previas a la misma. Nuestra cultura vive de los restos radicalizados de una fase histórica anterior, dominada por las cuestiones de la identidad. Eso produjo una tendencia a concentrarse en las reivindicaciones de los que enarbolaban identidades no reconocidas. Por su propia lógica, estas reivindicaciones son cada vez más minoritarias, vanguardistas y, en el límite, fragmentadoras. Así que esa cultura no puede promover grandes consensos ciudadanos. Sin embargo, una cultura de mayorías y de convergencias, capaz de mover el Estado en otra dirección, es lo que necesitamos para impedir que la política caiga en manos del 1%.
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