Opinión | CRÓNICAS DE LA INCULTURA
Calendario litúrgico
Hace poco gastamos un montón de energías con Halloween, y acabamos de pasar Papá Noel, una Navidad bastante hortera en la que los belenes han sido sustituidos por adornos luminosos
Siempre me ha interesado el calendario litúrgico, que no es, como algunos piensan, tan solo el conjunto de festividades de la iglesia católica, sino la secuencia de días memorables en cualquier cultura. Al fin y al cabo, la palabra liturgia, que viene del griego leitourgía, «servicio, ministerio», a través del latín tardío, tiene dos acepciones en el diccionario académico, la religiosa y la que no lo es, la cual reza explícitamente así: «Ritual de ceremonias o actos solemnes no religiosos». En el cristianismo el calendario litúrgico se extiende a todo el año –un conocido programa de radio se inicia festivamente con la mención de los santos del día–, pero solo implica a todos los fieles en cinco momentos decisivos: Navidad, Semana Santa, Ascensión, Pentecostés y Todos los Santos. Vivimos en una sociedad laica y tengo la impresión de que la mayoría de los ciudadanos españoles ya no son conscientes del significado simbólico de estas cinco fechas, dedicadas respectivamente al nacimiento, a la muerte y a la glorificación de Jesucristo, las tres primeras, y a la universalización de su doctrina y a la resurrección de los muertos, las dos últimas. Digamos en su descargo que tampoco los obispos que introdujeron este calendario parecen haber sido conscientes de que las festividades cristianas derivan directamente de fiestas paganas que tenían lugar cada año en la antigua Roma: las Saturnales se celebraban el 23 de diciembre como fiestas de la cosecha y a la vez de la confraternización con los esclavos, venían a ser una cena de hermandad un día antes de Nochebuena; más tarde, a mediados de febrero, precisamente cuando tienen lugar nuestros carnavales, estaban las Lupercales, fiestas del desenfreno y de la fecundidad, que recuerdan de cerca a todas las romerías primaverales que se celebran bajo la advocación de alguna virgen como la del Rocío o nuestra Mare de Déu dels Desamparats. Y así sucesivamente.
De acuerdo me dirán, las religiones se parecen y en el mundo mediterráneo la cristiana no deja de emular a los paganos de la antigua Roma. Pero ahora somos laicos y vivimos de otra manera, nuestras fiestas son privadas y funcionan al margen de cualquier calendario litúrgico. Cierto. Sin embargo se llevarían una sorpresa si repararan en que las antiguas fiestas fijas siguen vigentes. Hace poco gastamos un montón de energías con Halloween, y acabamos de pasar Papá Noel, una Navidad bastante hortera en la que los belenes han sido sustituidos por adornos luminosos y hasta por árboles luminiscentres que apadrinan las instituciones. De otro lado, la fiesta de Reyes ya asoma en el horizonte sin la magia que la rodeaba, mecida por innumerables clones regios a los que se les cae la barba en la puerta de las tiendas.
¿Nada nuevo bajo el sol? A primera vista parece que no. El ser humano necesita jalonar el desarrollo implacable del año marcando algunas fiestas destinadas a exaltar sus pasiones básicas, la vida y la muerte, el sexo y la empatía con el otro. Da igual que estemos en una sociedad pagana o en una sociedad cristiana: ambas eran profundamente religiosas. ¿Y ahora? This is the question. Por lo pronto llama la atención la anglosajonización de una sociedad como la española, que no deja de ser una descendiente de Roma. También es curioso que en Alemania y en Austria exista una fuerte resistencia a sustituir su Nikolaus (San Nicolás) por el desvaído Papa Noel, mientras que en España asistimos a la entronización de un modelo festivo made in USA que no parece tener otro objeto que fomentar el consumo. Incluso hay una, el Black Friday, que lo proclama sin tapujos. La nueva liturgia ha llegado hasta a las escuelas –cada año mis nietos andan locos preparando Halloween y Papá Noel– y todo huele a capitalismo desenfrenado. Pero lo que ya me parece el colmo es que algunos centros escolares de Valencia celebraran el pasado 28 de noviembre ¡nada menos que Thanksgiving! Por favor. Esa cena del pavo y los arándanos siempre me pareció el colmo de la hipocresía, pues conmemora simplemente la creencia piadosa de que los depauperados peregrinos ingleses del Myflower fueron salvados por los indígenas americanos a los que sus descendientes irían exterminando concienzudamente en los dos siglos siguientes.
Algo habrá que hacer antes de que nos disolvamos en la contabilidad de las multinacionales. Porque si no, igual que nos hemos vuelto tontos útiles del imperio, acabaremos siendo un número en su lista de desechables (o de bombardeables, ahora que Biden y Trump –tanto monta– han decidido que la tercera guerra mundial se escenifique en Europa). Eso si no nos compran por cuatro perras, como quieren hacer con Groenlandia.
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