Opinión

Aspiraciones

Que te den de comer gratis en buenos restaurantes es una proeza, sobre todo en España, donde cada ciudadano considera que tiene derecho a la gratuidad vitalicia. Somos un país de pícaros

Dos camareros, en una terraza.

Dos camareros, en una terraza. / EUROPA PRESS - Archivo

Hace un tiempo, un viejo amigo de la escuela me dijo que había logrado en la vida justo aquello a lo que siempre había aspirado: que le dieran de comer gratis en los restaurantes. Teniendo en cuenta que se dedica a la crítica gastronómica, nunca he sabido qué pensar al respecto, porque el hecho de que lo inviten a comer significa que lo conocen, y si lo conocen desaparece el anonimato que facilita la capacidad de enjuiciar las cosas con la debida distancia. Un crítico que come por la cara no se diferencia mucho de un chantajista. Pero eso es otro asunto. Bien pensado, no es un mal logro. Que te den de comer gratis en buenos restaurantes es una proeza, sobre todo en España, donde cada ciudadano considera que tiene derecho a la gratuidad vitalicia. Somos un país de pícaros. Inventamos la novela picaresca, porque nos gusta el costumbrismo más que a un tonto un chupa, como dicen en Andalucía.

En cuanto a un servidor, más que aspiraciones, he tenido inspiraciones. Inspiraciones en su sentido más común: inhalaciones, dejar que el aire entre y salga de uno. Es decir, que he ido respirando por la vida, sin demasiada conciencia de lo que iba haciendo, dejándome vivir, carente de plan. Me imagino que no soy un ejemplo de voluntad, en el sentido hambriento y acaparador que algunos filósofos dan a la esencia de lo que existe. Mi voluntad, en cierto sentido, ha sido que la casualidad haya ido forjando las cosas a su gusto. No sé si todo eso cuenta como plan. No estoy seguro de que el hecho de carecer de intenciones firmes constituya una firme intención.

No recuerdo haberme propuesto ser nada en concreto jamás. Desde ese punto de vista, a lo mejor soy un ejemplo. No soy un vocacional de nada en absoluto. Se puede decir que he sido y soy profesor de literatura, escritor, pero esos oficios me escogieron a mí mientras trataba de averiguar en qué consistían: y todavía sigo sin averiguarlo. Si me paro a pensar, cualquier aspirante a cualquier asunto me parece que tiene más aspiraciones que yo. Es verdad que he tenido que dedicar tiempo a bastantes tareas a las que me he entregado, pero siempre pensando que eran algo temporal que me asaltaba.

En cierta ocasión, en un congreso de literatura y gastronomía -hay congresos de todo tipo-, visité un restaurante con un afamado chef de tres estrellas Michelín. Pasamos revista a la cocina, con el personal formado como en una parada militar. Nos invitaron a casi toda la carta. Nos bebimos casi toda la bodega. Como mi amigo de la escuela, yo tendría que haber aspirado a que me diesen de comer gratis a lo grande.

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