Opinión

Mazón en el mundo Netflix

¿Se sabrá la verdad de su comida con la presentadora de televisión? Me tomo unos segundos y contesto que sí, porque un periodista ha de jugar el papel de que transmite certezas y seguridades

El president de la Generalitat, Carlos Mazón, y la consellera Ruth Merino, ayer, durante la presentación de las nuevas ayudas dana.

El president de la Generalitat, Carlos Mazón, y la consellera Ruth Merino, ayer, durante la presentación de las nuevas ayudas dana. / Germán Caballero

Leo a Martín Caparrós y qué gusto y qué pena. Qué gusto por la sinceridad de unas memorias de último minuto sin descuidar la forma de la escritura y qué pena porque sabes el final al que conduce una enfermedad como la ELA. Final que no es una sorpresa, claro, si nos decimos mortales, pero es la sorpresa que escondemos cada día, con la secreta esperanza de que puede haber una excepción y a uno en concreto, al que habla y piensa (por ese orden), no le llegará. Leo y lo que saco es que nos pasamos la vida persiguiendo verdades, presumiendo los periodistas de destaparlas al gran público. Pasamos los días idolatrando la verdad y la verdad es que huimos de la gran verdad como del diablo para vivir en la gran mentira diaria de que puede que la muerte no llegue.

Leo y pienso qué hago yo intentando hablar de política, que tan poco seria se ha puesto en estos tiempos.

No se me ocurre otra cosa para empezar el año que aceptar una invitación de una radio catalana para participar en un programa sobre la riada. Siempre acabo con la sensación de haber dicho cosas absurdas y no haber dicho nada relevante. Al menos me permite confirmar que la percepción sobre lo sucedido es distinta, o empieza a ser distinta, cuando te alejas unos metros de la desgracia. La tragedia empieza a no ser tanta, los muertos y el barro comienzan a oler y el interés permanece mucho más en todo el envoltorio confuso y con naftalina de la gestión política del día de la riada, con la comida en El Ventorro como gran foco de atención narrativa.

¡La verdad, la verdad! ¿Cómo es posible que no se sepa toda la verdad de aquella comida y de esas horas de desconexión del primer valenciano, el president de la Generalitat? Es la pregunta que lanzan en la tertulia y a la que, como siempre, no tengo una respuesta contundente (si es que hay alguna respuesta contundente para cualquier pregunta). Quizá la verdad es la que está a la vista, pero no nos conformamos, queremos más. No sé. Quiero decir que en el mundo de hoy necesitamos tramas para hilvanar la vida. Quiero decir que realidad y ficción siempre se han alimentado una a la otra, que el pulso interior de la realidad se entiende en muchas ocasiones mejor a partir de los artificios de la ficción y que ese mecanismo que tenemos interiorizado desde que hay lenguaje influye también en la manera de percibir los días. Pero quizá en los últimos años, décadas, hemos ido un paso más allá y nos hemos habituado ya a no entender la realidad sin introducirla en una trama de ficción. Y por eso, necesitamos un desenlace, que es lo que no tenemos en esta historia del día D de la tragedia. Quiero decir que la toma de Groenlandia no es cosa ya de serie, puede ser real, y nos lo creemos y nos atrae porque es carne de ficción.

Quiero decir que estamos en un mundo Netflix, por decirlo de alguna manera, y ya no es solo que realidad y ficción se necesiten, sino que políticos y estrategas se aprovechan también para introducir el relato (la trama) como verdad. Quiero decir que me parece que todo parte de un trasfondo de desconfianza (el concepto clave de estos tiempos), de inocularnos que no nos enteramos de lo que realmente está pasando en un plano profundo y recóndito de la realidad.

Siento que atravesamos alguna puerta falsa con todas esas historias de éxito de los Illuminati, los club Bildenberg y los presuntos foros oscuros donde se cocina la realidad que sufrimos. Y de ahí pasamos a la fase superior de los hechos alternativos de Sarah Palin y la posverdad que nos enseñó que la realidad es cuestión de creencias y nos introdujo en la aventura del negacionismo. Y así hasta llegar a este lugar en el que no hay realidad si no hay relato que la sostenga, en el que ficción y realidad se identifican como los colores en un suéter de lana jaspeada. Hoy, lo que pasó con Mazón aquel día, su comida con la presentadora de televisión y sus horas de desconexión se ha convertido en el capítulo estrella de una serie de televisión.

Hoy, tengo la sospecha de que nos perdemos en los jardines floridos mientras la sustancia (los efectos del cambio climático) y lo importante (las víctimas) quedan en un segundo plano, hasta el punto de que no han sido recibidas institucionalmente ni homenajeadas y lo digerimos como si nada. Y no me atrevería a decir si eso es bueno o malo para Mazón.

¿Se sabrá la verdad? Me tomo unos segundos y contesto que sí, porque un periodista ha de jugar el papel de que transmite certezas y seguridades, pero la verdad es que desconfío. Desconfío casi ya hasta de la verdad, que es el rasgo más sublime de esta etapa más de destrucción que de creación.

En fin, volviendo a Martín Caparrós, quería decir que llevamos en nuestro ADN huir de la verdad, porque vivir es antes que nada cosa de hacernos los tontos cuanto podamos, como si pudiéramos esquivar la muerte, a ver si no nos ve y pasa de largo. Y así pasa la vida, entre serie y serie.

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