Opinión | EDITORIAL

EDITORIAL

La sensación (evidente) del abandono de Europa en la dana

Sea por desidia, falta de proactividad, ineficacia o tardanza, a Valencia desde Europa no ha llegado prácticamente nada

Voluntarios y vecinos limpiando el barro de las calles de Paiporta.

Voluntarios y vecinos limpiando el barro de las calles de Paiporta. / Fernando Bustamente

Dos meses y medio después de la mayor tragedia del siglo en Valencia, la percepción ciudadana objetiva en relación a la intervención de la Unión Europea, frente a los intereses políticos que han generado relatos polarizados entre bloques y administraciones, PSOE/Estado y PP/Generalitat, es de abandono. Sin la llegada de un solo euro de ayuda efectiva, tras los anuncios de los primeros días, y lo que es peor, con la sensación de una falta de empatía insultante por pare de las autoridades comunitarias, que sí la tuvieron con otras catástrofes recientes en el viejo continente: Italia, Bélgica, Polonia o el volcán de La Palma, la sensación en Valencia es de abandono.

Han tenido que pasar más de 70 días para que un grupo de europarlamentarios traídos por el eurodiputado de Compromís, Vicent Marzá, y ninguno perteneciente al gobierno de la UE, se hayan dado un paseo por algunos de los municipios afectados por la dana comprobando in situ la magnitud del desastre. Eso sí, aunque sea para situarse, como no podía ser menos en la clase política, en uno de los bandos de la batalla por el relato de culpabilizar al contrario.

Se ha tratado de la segunda intervención directa de Europa con Valencia, si consideramos la primera aquellas palabras de la presidenta de la Comisión, Ursula Von der Leyen cuando solemnemente declaró: “Europa está lista para ayudar”, al ver las imágenes el 30 de octubre y darse cuenta de la magnitud de la tragedia. La activación del sistema Copérnico para observar las dimensiones del desastre, el ofrecimiento de la activación del mecanismo europeo de protección civil o el envío de unas bombas de extracción de lodos, han sido las únicas y escasas acciones directas proactivas de la Unión Europea. Triste, sí.

Las razones de esta carencia pueden ser varias. La tragedia se produjo en pleno proceso de constitución del nuevo gobierno europeo, donde la máxima responsable del Gobierno de España en materia de recursos hídricos (por ende de la Confederación Hidrográfica del Júcar) y de medio ambiente, la vicepresidenta y ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera estaba de examen para acceder a comisaria y nunca, nunca, ni como ministra ni como comisaria se ha dejado ver por Valencia para asumir sus responsabilidades. Fueron otros ministros designados por Pedro Sánchez los que lo han hecho.

La segunda clave puede residir en que la gestión de la tragedia fue asumida desde el primer momento por la Generalitat Valenciana, a todas luces una administración insuficiente para poder acometer semejante tarea y que reaccionó demasiado tarde en casi todo, también a la hora de solicitar esa ayuda directa de la UE.

Lo que da paso a un tercer factor. Es el Gobierno de España el catalizador de esas ayudas europeas por los diversos mecanismos europeos existentes, principalmente el escaso y tardío Fondo de Solidaridad para catástrofes o el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, o el reglamento Restore que permite reprogramar fondes de los programas Feder y del Fondo Social Europeo para destinarlos a respuesta de catástrofes o los fondos del Banco Europeo de Inversiones (en manos de la otrora también vicepresidenta del Gobierno de España, Nadia Calviño) con fondos indirectos a través de los bancos para ayudas e empresas. Y sin embargo, dos meses y medio después, ninguna de estas cuatro líneas de ayudas que el Gobierno nos dice que se están activando, ha provisto de un euro a los valencianos afectados por la dana. Por mucho que ahora diga Gan Pampols, el vicepresidente de la recuperación nombrado por Carlos Mazón, que debe ser el Gobierno quien debe llevar la iniciativa. Otra batalla más, en este caso la europea, por ver quién gana el relato de la culpabilidad.

Por tanto y fuera de la disquisición política que tanto ha empezado a asquear a la ciudadanía: ¿sensación de abandono o evidencia de abandono? Lo cierto es que bien sea por la desidia y falta de proactividad de la Comisión Europea, por la ineficacia de la Generalitat o por la tardanza del Gobierno, desde Europa hasta Valencia no ha llegado prácticamente nada. Ni se espera a pesar de los continuos anuncios gubernamentales.

Y no es cuestión baladí. Si sumamos el desamparo europeo a la más que evidente tardanza de la llegada de ayudas a los bolsillos de los afectados por la dana en todos los órdenes, ambas circunstancias nos sitúan en un escenario de desafección profunda, de falta de confianza en las instituciones públicas y de desesperanza. Un caldo de cultivo que la pésima gestión de la dana en cuanto a los daños personales y materiales, por tanto, está ayudando a propagar extendiéndose más allá de la Comunitat y que se hace urgente y necesario recomponer para luego no lamentar males mayores.

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