Opinión | Reflexiones
Eutanasia política
«Doctor Pedro Cavadas, ¿cuál es la cirugía que aplicaría a la política actual?». Su respuesta: «La eutanasia». El entrevistador se sorprende porque es muy serio lo que dice. La política actual, argumenta, tiene que ser otra porque la que se aplica viola los mismos principios que la sustentan porque la mentira ha sustituido a la verdad donde sólo es positivo lo que hacen los míos y malísimo lo que hacen los de la otra cuerda y color político, aunque coincida con lo que yo estoy defendiendo y expresando. Así de claro. ¿Algo que objetar? Digámoslo desde el principio: hay personas que se dedican a la política que son ejemplares. Faltaría más. Ahora bien, en los cuarteles generales y sedes de los partidos políticos se ha impuesto una lógica suicida de incomunicación y confrontación.
La década de los años veinte y treinta del siglo pasado constituye toda una plataforma pedagógica, ética, humana y política a la que podemos acudir para establecer paralelismos y semejanzas históricas para aprender y advertir lo que está por venir. Un ejemplo paradigmático lo tenemos en dos testimonios de primer orden que, ante el auge del fascismo, comunismo y el nazismo ya nos alertaron de la peligrosidad de que la política deje de hacer su función. El primer testimonio lo tenemos en una de las mujeres más fascinantes, auténticas y coherentes del siglo XX: Simone Weil. En abril de 1937, reflexionando sobre el poder de las palabras en un pequeño ensayo titulado ‘No empecemos otra vez la guerra de Troya’, decía lo siguiente: «La lepra del espíritu partidista ha terminado por contaminarlo todo. En casi todas partes, e incluso a menudo en el caso de problemas puramente técnicos, la operación de tomar partido, de posicionarse a favor o en contra, ha sustituido la obligación de pensar». La disciplina de partido, el fervor por el partido, la ceguera por y para el partido es una de las lacras de nuestro tiempo, es la lepra democrática que está infectando el funcionamiento de la mayoría de las instituciones públicas, política y privadas. Ni lo muertos de la Dana han conseguido acallar el partidismo. Todo lo contrario. ¿Por qué?
Un año después, Weil le escribió una carta al escritor francés George Bernanos, el segundo testimonio, para agradecerle lo que había significado la lectura de su libro Los grandes cementerios sobre la luna. Ahí Bernanos, en el seno de la guerra civil española, describía al dictado lo que hoy estamos viviendo; lo preocupante es que hoy estemos en un período de paz y asumamos lógicas de enfrentamiento bélico para la acción política: «La ira de los imbéciles llena el mundo. ¿Os aburre que hable tanto de los imbéciles? Quiero convenceros de algo: a hierro y fuego nunca acabaréis con los imbéciles porque ellos utilizan a la perfección todo lo que les evita el único esfuerzo del que son incapaces, el de pensar por sí mismos». Hoy sólo se sigue la estela del partido en el que se milita o se vota, haga lo que haga, diga lo que diga. La política hoy, más que nunca, necesita de razones y no de adscripciones ciegas a imbéciles que son capaces de todo por mantener el poder. Así no le practicaremos eutanasia alguna a esa apasionante y bella dama que llamamos política.
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