Opinión | Tribuna

El IVAM, en su laberinto

Fachada principal del IVAM.

Fachada principal del IVAM. / Levante-EMV

El IVAM, ha sido durante muchos años una institución presidencialista, en la que sus estructuras internas –a pesar de otros supuestos- no han llegado más allá de oficializar y conformar la recepción de donaciones, adquisiciones, aprobación de sus cuentas y de su programa expositivo, lo que se ha mantenido como un prorrogado defecto. Depender en sucesivas etapas del criterio de un solo gestor, ha planteado serios inconvenientes, configurando un verdadero laberinto con consecuencias sombrías, no solo para su imagen, sino también para su posible redención.

Cabe recordar, aquel proyecto oneroso de ampliación sobredimensionada, a realizar por arquitectos japoneses (Sejima y Nishizawa), imposible de conciliar con la normativa urbanística del conjunto histórico; el derribo de un cuantioso conjunto de viviendas para su extensión, transformada ante la falta de presupuesto en un pretendido jardín escultórico, que acabaría vandalizado; la instalación de una inmensa pintura mural sobre las traseras que invitaba a continuar rayando y manchando las paredes; el triste cierre de la subsede en Alcoi; el proyecto –inexplicado- de otra más, en el Parc Central, porque tal vez no se sabía qué hacer con las naves restauradas; el traslado de numerosas obras de arte hasta un almacén en Riba-roja, en este momento anegadas por la DANA y, para prolongar el laberinto, la reciente desaparición instantánea de la dirección, dejando una programación en mantillas y sacando a Pinazo mucho tiempo a pasear -una vez más en el espacio de la muralla-, algo que suelen hacer cuando no se les ocurre otra cosa, tal como en 2016, momento en el que se le pretendió vincular con la vanguardia.

No obstante, sin evitar ese habitual desasosiego, hace unos meses se vino a convocar un concurso para proveer la dirección (aprobado por el Consejo Rector), creándose una Comisión de Valoración de siete miembros, dispuesta para decidir, pero con una composición particular: de ellos, seis, resultan ser de ámbito regional pero, cinco, son al mismo tiempo, integrantes del propio Consejo Rector y, consecuentemente, autodesignados por sí mismos, mientras cuatro (conformando mayoría), incluso ostentan puestos de trabajo dependientes de la Administración (tres, de la propia Conselleria de Cultura convocante, y, uno, de la municipal de Alicante), aunque, en realidad, hay otro más, si se tiene en cuenta al Secretario, con voz, pero sin voto. Tratándose de una convocatoria de vocación internacional en la que se especificaba, incluso, que se podía requerir de traducción simultánea, ¿alguien pensaba que, con este panorama autorreferente y localista, se iban a presentar numerosos candidatos, directores o conservadores importantes de museos holandeses, alemanes, ingleses o norteamericanos? Ciertamente, sin prejuzgar a los miembros del jurado, ni a su disposición al buen hacer, debo concluir que esto no se puede realizar así, hasta el punto, de que ellos mismos van a sufrir las consecuencias de tener que valorar a aspirantes con una referencia presumiblemente limitada, teniendo la responsabilidad de decidir sobre un asunto clave.

Sin embargo, la cuestión no termina ahí, puesto que sigue –provocando una añadida perplejidad-, al analizar el texto de la convocatoria: «Teniendo en cuenta la adecuación de los perfiles de los aspirantes, la comisión, en uso de su discrecionalidad, podrá seleccionar hasta cinco candidatos». Es decir, sin la confluencia de una baremación objetiva u ordenación precisa, susceptible de recurso; basada, en cambio, en una sucesión de manifiestos criterios generales expuestos a la interpretación subjetiva, que podría determinar definitivamente la conclusión del concurso, puesto que puede suponer hasta el 60% de la puntuación total y, la entrevista posterior de los cinco elegidos, no más de otro 40%. Todo ello, aprovechando una declaración aprobada por la Administración precedente en 2015, e inspirada en una catalana anterior: el Código de Buenas prácticas de la Cultura Valenciana, que podía y tenía que haberse revisado, como paso previo a ser ampliamente consensuado, porque si buscamos la excelencia, existen instituciones a las que, tal y como está, no se debiera aplicar.

Hacerlo significativamente mejor, no era difícil, bastaba con consultar el BOE del 10- II-2023 y leer la normativa para la selección del director del Reina Sofía, con las que existen fundamentales diferencias: en primer lugar, porque allí, en sus fases de selección, ni intervienen los políticos, ni el jurado es, en modo alguno, local; sino que está formado por un Comité Internacional de Personas Expertas y Profesionales, cuya trayectoria especializada se hace pública (en 2023, cinco acreditados componentes de los más relevantes museos de Arte Moderno de USA, México, Polonia y España); pero, también, porque este Comité goza de una discrecionalidad técnica ajustada a unos criterios y méritos establecidos en las bases. Es decir, a diferencia de lo previsto aquí, debe argumentar la puntuación de cada uno de los aspirantes, basándose en valores curriculares y proyectivos, que se hallan baremados en 22 epígrafes numerados, claros y distintos, con reducidos márgenes interpretativos, cuyos resultados –desglosados- se les comunica individualmente; de tal suerte que, si se estimase oportuno, lo podrían recurrir. Los cinco concurrentes de más alta evaluación, pasan a la fase de entrevista, siendo el propio Comité de Expertos el que también elabora una terna ordenada con la puntuación definitiva, que remite a los propios candidatos y al Patronato, siendo éste el que la eleva para que, desde el propio ministerio, sea trasladada al Consejo de Ministros.

Desconozco si, al redactar las bases, la Conselleria de Cultura era consciente de que, con ellas, podía predeterminar una buena parte del concurso, cuyo objetivo primero era dotar al IVAM de dirección, pero de cuyo resultado, ahora, va a depender el futuro de una buena parte de su prestigio en un momento difícil, en el que cualquier cuestión va a pasar inexcusablemente, por el juicio público; teniendo en cuenta, además, de que no existe en nuestra Comunidad ningún museo que condicione tanto -en uno u otro sentido- el criterio sobre el hacer, al no tratar sobre una interpretación, más o menos erudita del pasado, sino de una materia viva que nos compete, y que se halla en una permanente evolución. Si la museología histórica se encuentra en pleno cambio, no hay nada más susceptible de debate que la configuración de un proyecto contemporáneo, inmerso en un arte en el límite de la cosificación (Jeff Koons, Maurizio Cattellan, Damien Hirst), pero, donde, simultáneamente, se discute sobre cuestiones completamente opuestas, subsidiarias de ideologías y de conceptos, como las muestras de género o las descolonizadoras.

En el IVAM, fui comisario de la exposición antológica del escultor Ramón de Soto y, durante largos años, formé parte de su Consejo Rector, con tres directores distintos. Como muchos valencianos, lo visito regularmente, pero debido a mi vinculación con él, lo considero como propio. Es por ello, que no podía sustraerme a una concreta reflexión sobre su situación actual, extremadamente sensible, mientras no dejo de admirar el arrojo de aquellos que están optando a alcanzar su dirección, sabiendo que van a ser examinados a diario, sin estar alejados de un cierto precipicio

Estamos en un momento clave, en el que nuestro deber es mantenernos críticos y expectantes, porque, las cosas son como son, la suerte ya está echada, y todo se juega tan solo en un momento dado… y con una sola carta.

El IVAM, ha sido durante muchos años una institución presidencialista, en la que sus estructuras internas –a pesar de otros supuestos- no han llegado más allá de oficializar y conformar la recepción de donaciones, adquisiciones, aprobación de sus cuentas y de su programa expositivo, lo que se ha mantenido como un prorrogado defecto. Depender en sucesivas etapas del criterio de un solo gestor, ha planteado serios inconvenientes, configurando un verdadero laberinto con consecuencias sombrías, no solo para su imagen, sino también para su posible redención.

Cabe recordar, aquel proyecto oneroso de ampliación sobredimensionada, a realizar por arquitectos japoneses (Sejima y Nishizawa), imposible de conciliar con la normativa urbanística del conjunto histórico; el derribo de un cuantioso conjunto de viviendas para su extensión, transformada ante la falta de presupuesto en un pretendido jardín escultórico, que acabaría vandalizado; la instalación de una inmensa pintura mural sobre las traseras que invitaba a continuar rayando y manchando las paredes; el triste cierre de la subsede en Alcoi; el proyecto –inexplicado- de otra más, en el Parc Central, porque tal vez no se sabía qué hacer con las naves restauradas; el traslado de numerosas obras de arte hasta un almacén en Riba-roja, en este momento anegadas por la DANA y, para prolongar el laberinto, la reciente desaparición instantánea de la dirección, dejando una programación en mantillas y sacando a Pinazo mucho tiempo a pasear -una vez más en el espacio de la muralla-, algo que suelen hacer cuando no se les ocurre otra cosa, tal como en 2016, momento en el que se le pretendió vincular con la vanguardia.

No obstante, sin evitar ese habitual desasosiego, hace unos meses se vino a convocar un concurso para proveer la dirección (aprobado por el Consejo Rector), creándose una Comisión de Valoración de siete miembros, dispuesta para decidir, pero con una composición particular: de ellos, seis, resultan ser de ámbito regional pero, cinco, son al mismo tiempo, integrantes del propio Consejo Rector y, consecuentemente, autodesignados por sí mismos, mientras cuatro (conformando mayoría), incluso ostentan puestos de trabajo dependientes de la Administración (tres, de la propia Conselleria de Cultura convocante, y, uno, de la municipal de Alicante), aunque, en realidad, hay otro más, si se tiene en cuenta al Secretario, con voz, pero sin voto. Tratándose de una convocatoria de vocación internacional en la que se especificaba, incluso, que se podía requerir de traducción simultánea, ¿alguien pensaba que, con este panorama autorreferente y localista, se iban a presentar numerosos candidatos, directores o conservadores importantes de museos holandeses, alemanes, ingleses o norteamericanos? Ciertamente, sin prejuzgar a los miembros del jurado, ni a su disposición al buen hacer, debo concluir que esto no se puede realizar así, hasta el punto, de que ellos mismos van a sufrir las consecuencias de tener que valorar a aspirantes con una referencia presumiblemente limitada, teniendo la responsabilidad de decidir sobre un asunto clave.

Sin embargo, la cuestión no termina ahí, puesto que sigue –provocando una añadida perplejidad-, al analizar el texto de la convocatoria: «Teniendo en cuenta la adecuación de los perfiles de los aspirantes, la comisión, en uso de su discrecionalidad, podrá seleccionar hasta cinco candidatos». Es decir, sin la confluencia de una baremación objetiva u ordenación precisa, susceptible de recurso; basada, en cambio, en una sucesión de manifiestos criterios generales expuestos a la interpretación subjetiva, que podría determinar definitivamente la conclusión del concurso, puesto que puede suponer hasta el 60% de la puntuación total y, la entrevista posterior de los cinco elegidos, no más de otro 40%. Todo ello, aprovechando una declaración aprobada por la Administración precedente en 2015, e inspirada en una catalana anterior: el Código de Buenas prácticas de la Cultura Valenciana, que podía y tenía que haberse revisado, como paso previo a ser ampliamente consensuado, porque si buscamos la excelencia, existen instituciones a las que, tal y como está, no se debiera aplicar.

Hacerlo significativamente mejor, no era difícil, bastaba con consultar el BOE del 10- II-2023 y leer la normativa para la selección del director del Reina Sofía, con las que existen fundamentales diferencias: en primer lugar, porque allí, en sus fases de selección, ni intervienen los políticos, ni el jurado es, en modo alguno, local; sino que está formado por un Comité Internacional de Personas Expertas y Profesionales, cuya trayectoria especializada se hace pública (en 2023, cinco acreditados componentes de los más relevantes museos de Arte Moderno de USA, México, Polonia y España); pero, también, porque este Comité goza de una discrecionalidad técnica ajustada a unos criterios y méritos establecidos en las bases. Es decir, a diferencia de lo previsto aquí, debe argumentar la puntuación de cada uno de los aspirantes, basándose en valores curriculares y proyectivos, que se hallan baremados en 22 epígrafes numerados, claros y distintos, con reducidos márgenes interpretativos, cuyos resultados –desglosados- se les comunica individualmente; de tal suerte que, si se estimase oportuno, lo podrían recurrir. Los cinco concurrentes de más alta evaluación, pasan a la fase de entrevista, siendo el propio Comité de Expertos el que también elabora una terna ordenada con la puntuación definitiva, que remite a los propios candidatos y al Patronato, siendo éste el que la eleva para que, desde el propio ministerio, sea trasladada al Consejo de Ministros.

Desconozco si, al redactar las bases, la Conselleria de Cultura era consciente de que, con ellas, podía predeterminar una buena parte del concurso, cuyo objetivo primero era dotar al IVAM de dirección, pero de cuyo resultado, ahora, va a depender el futuro de una buena parte de su prestigio en un momento difícil, en el que cualquier cuestión va a pasar inexcusablemente, por el juicio público; teniendo en cuenta, además, de que no existe en nuestra Comunidad ningún museo que condicione tanto -en uno u otro sentido- el criterio sobre el hacer, al no tratar sobre una interpretación, más o menos erudita del pasado, sino de una materia viva que nos compete, y que se halla en una permanente evolución. Si la museología histórica se encuentra en pleno cambio, no hay nada más susceptible de debate que la configuración de un proyecto contemporáneo, inmerso en un arte en el límite de la cosificación (Jeff Koons, Maurizio Cattellan, Damien Hirst), pero, donde, simultáneamente, se discute sobre cuestiones completamente opuestas, subsidiarias de ideologías y de conceptos, como las muestras de género o las descolonizadoras.

En el IVAM, fui comisario de la exposición antológica del escultor Ramón de Soto y, durante largos años, formé parte de su Consejo Rector, con tres directores distintos. Como muchos valencianos, lo visito regularmente, pero debido a mi vinculación con él, lo considero como propio. Es por ello, que no podía sustraerme a una concreta reflexión sobre su situación actual, extremadamente sensible, mientras no dejo de admirar el arrojo de aquellos que están optando a alcanzar su dirección, sabiendo que van a ser examinados a diario, sin estar alejados de un cierto precipicio

Estamos en un momento clave, en el que nuestro deber es mantenernos críticos y expectantes, porque, las cosas son como son, la suerte ya está echada, y todo se juega tan solo en un momento dado… y con una sola carta.

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