Opinión | al margen
Para entender el fenómeno Trump
Con su fácil demagogia, Trump consiguió convencer a buena parte del electorado de que los problemas estaban en que el resto del mundo no hacía más que aprovecharse de EEUU.
Todos dirán ahora que ya habían advertido de que el republicano Donald Trump era, como le describió el general Mark Milley «un fascista hasta el tuétano», al que había que parar como fuera. E intentaron pararle. ¡Cómo que lo intentaron! Utilizando para ello los demócratas y las instituciones a su servicio como el Departamento de Justicia y el FBI. Con ayuda de los medios afines, llevaron a cabo lo que se conoce ya también entre nosotros con la palabra inglesa ‘lawfare’, es decir la instrumentalización política de la justicia.
Ya en su primer intento exitoso de llegar a la Casa Blanca se inventaron una masiva injerencia de la Rusia en las elecciones, el llamado ‘Russiagate’, trama atribuida a su entonces rival Hillary Clinton y que quedaría después desacreditada.
Pero aquello hizo que Trump siguiera una política más dura frente a la Rusia de Putin que lo que seguramente hubiera deseado. Vino después en su segundo intento, esta vez frustrado, el asalto al Capitolio y su obstinada negativa y la de sus partidarios a aceptar democráticamente su derrota en las urnas frente a Joe Biden, algo que él volvió a atribuir a las maquinaciones demócratas. Mientras tanto, el Partido Demócrata, más preocupado por el brillo de Hollywood y las políticas identitarias que de los problemas de la clase trabajadora, se negó a ver algunas de las causas que explicaban el fenómeno Trump.
La primera de ellas, una inmigración desbocada a la que el republicano atribuyó torticeramente muchos de los problemas del país, calificando injustamente a los que atravesaban la frontera de «delincuentes, narcotraficantes y violadores».
Con su fácil demagogia, Trump consiguió convencer a buena parte del electorado de que los problemas del país estaban en que el resto del mundo no hacía más que aprovecharse de Estados Unidos.
Incluidos los aliados europeos, que no invertían lo suficiente en su propia defensa, y por supuesto Ucrania, una nación «corrupta», en cuya defensa el Gobierno de Biden había despilfarrado millones, que sin embargo no llegaban a las víctimas de las inundaciones o los incendios en el propio país.
Y están por supuesto los numerosos procesos iniciados contra su persona por falsificación de documentos, presiones para falsificar los resultados electorales, pagos a una actriz porno para comprar su silencio, entre otros. Trump y sus partidarios están convencidos de que todo ello forma parte de esa ‘lawfare’ que denuncian y de la complicidad de los medios tradicionales, que, nada neutrales, hicieron todo lo posible por demonizarle.
Y así ahora tenemos de nuevo en la Casa Blanca a un megalómano y narcisista herido profundamente en su orgullo y dispuesto a vengarse de cuantos hicieron todo lo posible por evitar su regreso al poder.
Los gobiernos europeos, que apostaron en todo momento por Biden y luego Kamala Harris, deben estar preparados
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