Opinión | Bolos
Aplícate más, Corberán
El técnico de Cheste debe ponerse las pilas tras su planteamiento suicida en Montjuïc, una temeridad que le pesará mucho más si es incapaz de sumar los próximos seis puntos en casa

Carlos Corberán, el domingo pasado en Montjuïc. / E.P.
Hay una cosa peor que aparentar lo que no puedes, creértelo. Carlos Corberán es el último ejemplo que conozco en el mundo del fútbol, en el otro la lista se alarga cada día. El técnico de Cheste se vino arriba en Barcelona, pensó que entrenaba al Liverpool y planteó un partido suicida desde el inicio. Pero lo peor fue que cuando en solo quince minutos llevaba ya tres goles en contra, no hizo nada. Su lenguaje corporal y su rostro eran de un preocupante colapso, mientras el baile culé amenazaba una goleada de escándalo, como intuyó hasta el más optimista de los valencianistas. Aquella fatídica noche en Montjuïc dejé de creer en la capacidad de Corberán para salvar al Valencia. No tiene excusa, porque además de una confección de la plantilla bastante impresentable, su responsabilidad era organizar a los suyos para molestar lo máximo posible a los jugones blaugranas. Además, lo tenía muy fácil, copiar el modelo Bordalás que justo una semana antes había puesto de los nervios hasta al sosaina de Flick.
Como supongo que los empleados de Lim no se lo han explicado bien, porque hace tiempo que el equipo les importa un rábano, es preciso recordarle al entrenador que lo único importante es sumar puntos como sea, que a estas alturas del partido debe poner toda su poca sabiduría para que el Valencia siga en la máxima competición. Conocía la plantilla que iba a dirigir, era muy consciente que la propiedad del club deja trabajar poco a los que ocupan el banquillo y que lo volverían a engañar con refuerzos imposibles. También se entiende que estudió el calendario e hizo una proyección de resultados en función del rival. Por eso, la temeridad de Montjuïc le pesará mucho más si es incapaz de revertir rápido la depresión que arrastra desde entonces el equipo, el entorno y el valencianismo en general.
La preocupación es máxima sabiendo que el Barça vendrá a Mestalla a marear más al entrenador en medio de dos partidos transcendentales, porque si el Valencia no suma los seis puntos mañana ante el Celta y el próximo domingo ante el Leganés, la persiana de la permanencia se puede bajar antes de San Valentín. Un cataclismo emocional para lo que nadie está preparado y que puede sumergir la sociedad civil valenciana más importante en un profundo bajón, que tras la riada de la dana puede ser bastante demoledor a nivel colectivo.
El fútbol todavía actúa como terapia grupal y solo hay que parar la oreja en locales y transportes públicos para constatar la nula confianza que hay en el proyecto de Lim, que lleva años menospreciando al valencianismo con la complaciente indiferencia del Ayuntamiento y la Generalitat, donde todo indica que a los actuales inquilinos le trae al pairo tanta desgracia.
La cosa está tan mal que por primera vez en lustros se ve al valencianismo maduro, sordo ante los mínimos cantos de sirena que aún resoplan y muy desmoralizado, porque en el fondo un pesimista es un optimista con experiencia.
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