Opinión
De marejada a marejadilla
“Me doy cuenta de que me hago mayor porque cada vez tengo más necesidad de ver la información del tiempo. Todos los días, a todas horas. Es como una droga”, me dice mi hermano gemelo. O sea, que a mí me pasa lo mismo (o un poco más: según mi madre nací cincuenta y seis segundos antes. Soy el mayor, y por tanto mucho más responsable, malpensado y formal que él). Y es que llega una edad en que siempre hay nubarrones sobre la cabeza: uno duerme siempre mal; se te olvidan palabras, nombres, frases hechas (“la tengo en la punta de la lengua”); sabes que no es verdad que todo tenga solución; y los pies siempre se te quedan fríos. Hace no tanto uno salía a la calle sin preocuparse de si estabas era otoño o primavera, y con las únicas preocupaciones de cómo conseguir el dinero para poder comprarte el último disco de Dire Strait, y qué tenías que hacer para que Kim Basinger se fijara en ti.
Me hipnotizan, además, los y las presentadoras (son mayoría), con su saber meteorológico y sus movimientos casi de bailarinas en un plató enorme y con un mapa detrás para explicar el porqué de las isobaras, de las presiones atmosféricas, de dónde sale tanto litro por metro cuadrado y tanto barranco mal situado. Siempre me animo cuando anuncian los anticiclones y salen los solecitos por todos sitios. Pero me dura poco: mi pareja actual (he tenido varias, muchas más que mi hermano, muy paradito) entra en una especie de trance cuando cualquiera de las chicas del tiempo de cualquier cadena de televisión dice “se anuncian lluvias y mínimas de cuatro grados en Castilla La Mancha para este fin de semana”. La jodimos. “Va a hacer muchísimo frío este fin de semana, Jesús. Habrá que abrigarse bien”. “Pero si nosotros vivimos en la Comunidad Valenciana”. “Da igual, estamos muy cerca. Hay que elegir bien la ropa, coger todos los chambergos, abrigarse bien, subir la calefacción”. Le entra una especie de furor climático, inexplicable en una persona habitualmente de carácter, racional, inteligente emocionalmente (no como la de mi hermano, una loca carioca), atractiva. Trato de rebatirle, pero no atiende a razones. En este punto, estamos totalmente polarizados.
A una edad, los cambios bruscos del tiempo también nos provocan casi siempre cambios de carácter, contradicciones, incoherencias. No es casual que Sánchez diga que no va a permitir tramitar una moción de confianza ni trocear un decreto ómnibus (yo, al principio, entendí un decreto “obús”. Qué tío, qué arrojo tiene, pensé), y al día siguiente diga que sí. Ni que Feijóo diga no a la subida de las pensiones y luego diga también que sí. Les debió dar un aire a ambos que les puso del revés, literalmente. Puigdemont en cambio puede hacer lo que quiera, una y su contraria. Y a la vez. Pero es que en Bélgica el tiempo es siempre el mismo, e igual de aburrido Eso quiero yo, un país aburrido, monótono, formal (“tened formalidad, tened formalidad” nos decía a ambos mi abuelo, cuando nos portábamos mal. Ya nadie utiliza esa palabra: ser formal es un valor, pero es una palabra antigua, conservadora, no queda bien. No es sexi, ni “cool”)
Las danas, calimas, tsunamis y tormentas nos subían la adrenalina antaño (aunque no sabíamos que se llamaban así: había lluvia, nieve o granizo en la tierra, y marejada o marejadilla en el mar. Ahora se dice que va a caer una precipitación intensa de grado dos con probabilidad de repetirse en sucesivos días y que -evidente y obligadamente- hagamos caso y no salgamos de casa. O sea, que hay que aprovechar para limpiar el trastero (yo en vez de limpiar, medito. Es la mejor habitación de mi casa), elegir varias series (muy buena “Érase una vez en el oeste”, en Netflix), y prepararse buenos argumentos para convencer a tu pareja (a la actual, no a las anteriores: ante todo, formalidad) de que si subimos demasiado el termostato el gasto por litro cuadro de gas natural nos puede llevar al desastre financiero, y eso no es sostenible. A diferencia de mi hermano gemelo, que es un blando, yo sé poner los puntos sobre las íes. Pero el termostato seguro que acabará a millón, eso también te lo digo…
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