Opinión
Ciencias sociales para una innovación con propósito
Los algoritmos de la IA pueden perpetuar sesgos de género, etnia o clase si no se abordan desde una perspectiva crítica

Recreación de los algoritmos de IA. / L-EMV
En los titulares que moldean nuestra realidad cotidiana, la tecnología suele aparecer como el motor indiscutible del progreso. Se celebran la inteligencia artificial, las plataformas digitales y las innovaciones que prometen transformar nuestras vidas. Sin embargo, en esta carrera hacia el futuro, olvidamos que cada avance técnico está impregnado de decisiones humanas, imbricado en contextos sociales y cargado de consecuencias éticas.
Hablar de tecnología se ha convertido, casi exclusivamente, en sinónimo de disciplinas STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas), como si el dominio técnico fuera suficiente para diseñar un futuro mejor. Pero la tecnología no opera en el vacío. Está inmersa en estructuras sociales que, si no son reveladas y cuestionadas, pueden amplificar desigualdades, erosionar la privacidad y dañar nuestro entorno. Aquí es donde entran las Ciencias Sociales, y especialmente la Sociología, como una brújula que amplía el horizonte del progreso técnico hacia el progreso humano. Si el desarrollo tecnológico quiere ser algo más que un catálogo de innovaciones descontextualizadas, necesita este diálogo interdisciplinar.
La Sociología y las STEM no son opuestos en un tablero de ideas: son piezas complementarias de un mismo puzle. Mientras las STEM diseñan herramientas y soluciones técnicas, la Sociología diagnostica las necesidades, determina las funcionalidades, examina los impactos sociales y propone marcos éticos para guiarlas. Los algoritmos de la IA, por muy avanzados que sean, pueden perpetuar sesgos de género, etnia o clase si no se abordan desde una perspectiva crítica. La Sociología tiene la capacidad de detectar estos riesgos, proponer soluciones inclusivas y garantizar que la tecnología sea no solo eficiente, sino también equitativa, justa y valiosa.
Esta visión interdisciplinar no es nueva. En el Renacimiento, ciencias, artes y humanidades trabajaban juntas para resolver los retos de su tiempo. Hoy, necesitamos recuperar esta integración para enfrentar los problemas globales, que exigen ir más allá de las limitaciones de la especialización contemporánea.
Si la tecnología prioriza intereses meramente económicos, deja de lado sus consecuencias sociales y ambientales. Por eso es tan importante alertar sobre las narrativas tecnoutilitaristas, que promueven una visión de la tecnología desvinculada de sus efectos sociales y perpetúan las inequidades. Las Ciencias Sociales deben actuar como un contrapeso que oriente la innovación hacia un desarrollo sostenible y consciente, impulsando un cambio cultural que fomente prácticas de consumo ético y modelos de economía más solidaria.
Colaborar entre disciplinas no es fácil. Requiere abrirse a otras formas de pensar y aceptar los propios límites, un acto de humildad imprescindible ante los retos actuales. Sin embargo, cada vez son más las y los científicos sociales que trabajan en el sector tecnológico, aportando sus metodologías, su mirada crítica y su conocimiento de las dinámicas humanas. Su contribución ayuda a orientar los desarrollos tecnológicos y las soluciones diseñadas por quienes trabajan en ciencia e ingeniería hacia enfoques más inclusivos y conectados con los desafíos sociales. Ese es el reto, y esa es también la oportunidad.
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