Opinión

Miradas de mujer

María Corina Machado.

María Corina Machado. / EFE/M.G.

Convendrán conmigo que este mes de enero ha resultado de lo más apasionante. Parece que lo que se vive vaya a cambiar la faz de la tierra y a las horas aparece otra noticia que la deglute y la hace desaparecer. Es la paradoja de nuestro mundo: estamos ante la inmediatez y el cambio furibundo con tintes de apocalipsis y, de pronto, todo vuelve a cambiar y vuelta a empezar. Lo último la IA china DeepSeek, con las bolsas de medio mundo por tierra y conteniendo el aire ante la futura batalla con Silicon Valley. Sin embargo, a pesar de esta vorágine, de este cansancio y estrés que nos persigue, en la historia aparecen destellos de luz, momentos estelares en los que la humanidad puede alcanzar un gálibo de luz y esperanza. Dicho destello se presenta con nombres de mujer: María Corina Machado y Mariann Edgar Budde.

Serán recordadas por su valentía, por su determinación y por enfrentarse, como Zweig nos recordaba en 'Castellio contra Calvino', el mosquito contra el elefante, a sabiendas que pueden ser aplastadas, a cara descubierta, mirando a los ojos a sus todopoderosos oponentes, sabiendo que esas pueden ser sus últimas palabras pronunciadas. Respecto a Corina Machado recomiendo, no sólo las palabras que ha defendido estas semanas atrás, siendo capturada y raptada por los sicarios de la narcopolítica de Maduro, sino lo que le dijo a Hugo Chávez en su último año de mandato: «Señor presidente, después de ocho horas de discurso, describe un país muy distante de la Venezuela decente, la que no quiere adoptar el comunismo porque quiere respeto a la propiedad, una Venezuela de solidaridad y justicia y superación y no la Venezuela de la expropiación que es robar. Dígale la verdad a Venezuela y acepte el debate». Años después esa verdad se contiene en millones de pobres, miles de encarcelados y desaparecidos por ideología política y, recordemos, 8 millones de personas que han abandonados el país buscando una vida mejor. En otras palabras, comunismo en estado puro -por si alguien todavía no se ha enterado.

La otra mujer que ha dejado su sello para la historia es la obispa de Washintong que preside las congregaciones episcopalistas de Maryland, Mariann Budde, ante Donald Trump, su mujer y toda su administración. Ha sido la única persona que le ha amargado su proclamación como presidente de los EE.UU. Hemos asistido en directo a una fiesta colosal, descomunal de poder, firmando decretos y órdenes como si nada, alertando a todas las personas inmigrantes de América Latina y del mundo que, a partir de ahora, con independencia de lo que hayan estudiado, de lo que hayan hecho en sus vidas, de sus intenciones, van a depender de la política migratoria de Washington. Budde, dirigiéndose a Trump de forma directa, y éste sin aguantarle la mirada, expresó: «La vasta mayoría de los inmigrantes no son criminales. En el nombre de nuestro Dios, le pido misericordia por nuestra gente, gente que trabaja nuestros cultivos y limpian nuestras oficinas, quienes trabajan en granjas avícolas, quienes lavan los platos después de comer en los restaurantes». Ambas plasman la parresía griega que consistía en decir la verdad en contextos arriesgados del poder, portando sobre sus cuellos la cruz de ese Dios crucificado llamado Jesús el Nazareno. Adoptemos sus miradas.

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