Opinión
Hugo
Asimov ya avisó el anti-intelectualismo serpentea en la vida política y cultural, alimentando por la falsa noción de que la democracia significa que mi ignorancia es tan buena como tu conocimiento

Niños palestinos corren junto a un camión de ayuda humanitaria en Rafah. / AP/A.L.
El pasado 2 de enero, los periódicos anunciaban noticias de esas a las que ya nos tienen a todos acostumbrados. Podía leerse en primeras páginas que el dolor persistía en Nueva Orleans, cuna del jazz, después de que un veterano del ejército norteamericano causara una terrible matanza con la que, una vez más, constatábamos que Estados Unidos, es un país cada vez más distópico, donde andan más preocupados en producir los primeros cerdos modificados genéticamente para consumo, así como en enviar a las oligarquías billonarias gobernantes muy pronto al espacio. Del espacio y del hombre norteamericano, ignorante y soberbio sabía mucho Isaac Asimov, uno de los autores más prolíficos e innovadores del siglo XX, que nació precisamente un 2 de enero, y que mantuvo lo siguiente en cierto discurso premonitorio: «Hay un culto a la ignorancia en los Estados Unidos. La cepa de anti-intelectualismo ha sido un hilo conductor que serpentea a través de nuestra vida política y cultural, alimentando por la falsa noción de que la democracia significa que mi ignorancia es tan buena como tu conocimiento». Asimov también era un visionario, porque esa terrible cepa está extendiéndose hoy, lamentablemente, a todas y cada una de las naciones de este mundo.
Las noticias seguían contando que en Italia, por ejemplo, se alarmaban por el traslado de tropas rusas a Libia tras la caída del régimen sirio. Que desde el Kremlin, Putin estaba aprovechando la derrota de Al Assad para ordenar la relocalización de sus bases militares en el Mediterráneo. Y como toda acción conlleva una reacción, en Ucrania movían ficha en el tablero de juego para cortar el paso a Europa del gas ruso. Mientras tanto, Israel seguía bombardeando indiscriminada y sistemáticamente hogares, hospitales y colegios palestinos. Y ante todo este panorama de calamidad y muerte era lógico de esperar que el primer mensaje del Papa, desde la basílica de San Pedro, fuera una vez más por la paz en el mundo. Con el pensamiento puesto en Ucrania, Oriente Próximo y los demás conflictos bélicos que salpican el mundo, el Papa Francisco dijo que la base fundamental para construir una civilización de paz es proteger la vida en el vientre materno, la vida de los niños, la de aquellos que sufren, la de los pobres, la de los ancianos, la de quienes están solos, la de los moribundos. Y, a continuación, pidió que todos cumpliésemos un gesto gratuito de paz, de perdón y de reconciliación.
Muchos lo cumplirían. Estoy seguro. Porque, pese a tanta fealdad y bizarría en el mundo, siempre hay algunos seres de luz como Asimov que tratan de ofrecer caricias y rosas para hacer más soportable la existencia a los castigados con menos fortuna en este planeta tan desequilibrado. Tal es el caso del maestro Ricardo Muti, quien acabó de devolver al Concierto de Nuevo Año la grandeza de viejos tiempos con composiciones consabidas de Strauss padre e hijo. Y también con una llamativa novedad. La presencia de una compositora por vez primera en la historia del concierto que la Filarmónica de Viena ofrece al mundo desde hace ochenta y seis años. Concretamente Constanze Geiger, con su vals Ferdinandus, escrito cuando sólo tenía doce años.
Y más allá de esa justicia poética cumplida por don Ricardo, aquí en Valencia seguíamos el 2 de enero con la reconstrucción de las localidades afectadas por una riada histórica y brutal. La del 24. Esa que ha dejado a la mítica riada del 57 del pasado siglo XX en una lejana anécdota de la rancia España del No-Do. A pesar de promesas y gestos televisivos, dos meses después de la desgracia, todo avanza demasiado lento. Todavía queda mucho por hacer, muchos daños por peritar, garajes que continúan anegados, pagos pendientes a los afectados, y responsabilidades que siguen siendo eludidas en algunos importantes despachos.
Hemos cumplido, en fin, un año más en un mundo que no deja de crecer en calamidades, injusticias, guerras, pandemias, ignorancias, genocidios y daños climatológicos. Pero en medio de todo eso, has llegado tú al mundo, justo un 2 de enero. Otros niños no tuvieron ese día tu misma suerte. Quedaron sepultados entre escombros o ahogados en el Mediterráneo. Algunos señores desde sus sillones de cuero les negaron ese día la esperanza, el sueño, el hospital, el paritorio, la doctora, la leche materna o en polvo. Les arrebataron las ventanas, las puertas, las paredes, los papás, los hermanitos, los abuelos. Les castraron el colegio, el recreo, el balón, el juguete, el presente, el futuro y el cuento.
Tú has sido de los afortunados. Estás más o menos a salvo, y empezando a vivir con un nombre de ascendencia germana que viene más o menos a significar «el que tiene un gran espíritu». Pero también tu nombre responde a quien es defensor de la justicia y de los que más lo necesitan. Algo que iremos recordándote, mamá y papá, a medida que vayamos ayudándote a transitar poco a poco por este mundo tan de sombras e infortunios, pero que acontece un poco más iluminado desde que tú habitas en él, querido Hugo.
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