Opinión | En el barro

València

La pirotecnia tapa lo importante

Bajo la boina de ruido y enredos de poder hay humanos, a los que cada día cuesta ver más, porque tras los cohetes queda la niebla

Dolores, con una cartulina, reclamando justicia en la manifestación del sábado pasado en València

Dolores, con una cartulina, reclamando justicia en la manifestación del sábado pasado en València / J.M. López

Ir a una exposición es ir a refugiarte y buscarte, a amansar el alma y encontrarte en alguna pintura, porque esa pincelada que te dice basta es diferente para cada uno. En la exposición sobre Sorolla, el mar y Manuel Vicent en la Fundación Bancaja de València, entre tanta luz de Sorolla y tanto sol mediterráneo, encontré algo de mí en una tarde nublada que anuncia tormenta: ‘Día gris en la playa de Valencia’. En una sala lateral, menos poblada, dos mujeres mayores discuten sobre los culpables de la riada. Hasta aquí llegó la tempestad.

No hay tormenta sin pirotecnia natural. A los valencianos se supone que nos pierde la estética y la traca. Se supone que va en el ADN local. Los que más partido han sacado a la pirotecnia son aquellos dos ladrones que el 9 de marzo de 1992 se llevaron más de cien millones de pesetas (unos 600.000 euros) del Banco Exterior de España que estaba en la esquina de las calles Barcas y Poeta Querol de València, a dos pasos de la plaza del Ayuntamiento. Un asalto limpio que duró los cinco minutos de la ‘mascletà’. Mientras toda la atención estaba en los truenos de pólvora, ellos ganaban a la banca. Cuando la policía llegó, habían volado. Y nunca se supo que los cogieran.

La pirotecnia tapa hoy también lo importante. Y se ha hecho norma. Podría hablar de Trump o Milei, de todos esos patriotas como los de hoy en Madrid que a golpe de propuesta incendiaria consiguen que todos los focos estén cada día sobre ellos, no sobre los ‘normales’. Todos esos que invocan la libertad, carajo, para intentar expulsar a dos millones de musulmanes de su tierra sin pensar si son libres para decidir su futuro (porque su única libertad es la del consumo y el dinero). Cada vez que leo la noticia veo el germen de otras Torres Gemelas.

Sin ir tan lejos, aquí llevamos tres meses enredados en quién hizo qué el día de la gran tragedia y si todos hicieron lo que tenían que hacer o no para que la alerta masiva a la ciudadanía llegara cuando las calles ya estaban anegadas. Tarde, por tanto. Parece evidente que la maraña de datos y contradatos tiene fines exculpatorios del presidente de la Generalitat, Carlos Mazón, que no llegó al centro de emergencias hasta alrededor de las 19:30 de aquel día, mientras los que estaban allí no tomaban decisiones. Pero ha llegado un momento, más de cien días después, que ya casi da igual. Tengo la sensación de que estamos cazados en una telaraña que impide ver más. La justicia ha empezado a recabar información y tomará sus decisiones. Lo demás es pirotecnia. Puede que amarrarnos al bucle del día 29 amplifique el hostigamiento político (y social) al presidente de la Generalitat. Quizá a alguno le interese. A unos porque erigirse en víctima de una persecución es un mecanismo clásico de resistencia y a otros porque el hecho de que se ponga todo el foco en un punto los mantiene en una sombra plácida. Intereses puede haber diversos, pero el linchamiento público es síntoma de corrosión de una democracia, incluso en tiempos digitales.

Podríamos hablar también de la pirotecnia en el socialismo, que con numerosos municipios en emergencia en Valencia se embarca en una disputa interna, de familias y ambiciones. Lo que hay detrás es poder y su representación más directa: el reparto de puestos en las administraciones (las miserias de cuando se está en la oposición) y la creación de estructuras de poder afines. Que donde puedan estar los míos no estén otros con aspiraciones de arrebatarlo. Poco nuevo. Un capítulo ya leído en la historia del PSPV. Pero que este conflicto se vea tanto o más que las medidas y propuestas adoptadas en un momento tan crítico da que pensar sobre el estado de la política.

Lo que aparece, tanto en el caso del presidente de la Generalitat como en el del PSPV, es el poder como elemento de autodestrucción de la democracia, reducida a un circo de votos, estrategias y procesos donde el mantenimiento de las estructuras orgánicas cuenta tanto que difumina la política de verdad, la que se abre paso algún día a trompicones. Pero mientras tanto, la tormenta está cada vez más cerca.

Porque bajo la boina de ruido y enredos de poder, hay humanos, a los que cada día cuesta ver más porque tras los cohetes queda la niebla (y las tinieblas). Pienso en la mujer que el sábado pasado se manifestó con un cartel con tres fotos y un texto: «Justicia por mi marido y mis hijos». Creo que se llama Dolores y casi nada se ha hablado de ella, que lleva tres víctimas mortales en algo más hondo que una cartulina. Pienso en los cinco muertos de los que no se ha localizado familiar alguno. Muertos con nombre pero sin historia ni pasado. Muertos a los que nadie recuerda. Los miserables de la tragedia, posiblemente de otras razas.

Lo único seguro es que bajo la furia de los truenos resiste la belleza. Bajos los fuegos de artificio hay una tarde en la playa donde buscarse, porque el Mediterráneo es «un mar interior que equivale a todos los mares». Están los mares de Sorolla y Vicent. Está la melancolía de Rachmaninov. O la humanidad sencilla y doliente de los personajes de ‘Los destellos’, tenga o no ‘goyas’ esta noche.

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