Opinión | Algo personal

València

Bajo la lluvia

Fotografía de una de las manifestaciones.

Fotografía de una de las manifestaciones. / L-EMV

Podría ser una canción hermosa. O muchas. Porque son muchas las veces en que al amor o el desamor, las alegrías o los desasosiegos les hemos puesto de acompañamiento la música de nuestras vidas. Aquellos versos de Antonio Machado con la melancolía de la lluvia en tardes escolares. O cuando Gene Kelly hacía cabriolas por las calles empapadas y las farolas de la Metro Goldwyn Mayer. Y los más de siete maravillosos minutos que se pasa Led Zeppelin invocando en The rain song el alegre verano de nuestras añoranzas. También hay otras lluvias que se podrían ir a tomar pol saco y así me podría haber evitado el batacazo que hace dos años me aplastó una vértebra y me convirtió durante seis meses en hermano gemelo de RoboCop.

Pero, desde que el cambio climático empezó a sentar cátedra, llueve cuando le rota para que brinden por las catástrofes el primo de Rajoy, Bosé y toda su siniestra tropa de malditos negacionistas. Aquí bien que lo sabemos y la última nos dejó para el arrastre el fatídico 29 de octubre. La Dana: un nombre que desconocíamos y ya forma parte de nuestro diccionario más rabiosamente incontestable. No retenemos lo que científicamente significan esas letras. Nos basta con saber que son sinónimo violento de destrucción, de adioses inesperados, de horizontes pintados con los colores abruptos del barro. Pero también hay escritos en ese diccionario triste la solidaridad y otra vez el sueño de que el horror nos hará mejores porque, como escribía el poeta Rilke en sus versos inmortales, casi siempre van de la mano el ángel amargo de lo monstruoso y la belleza. No sé, qué quieren que les diga.

Creo que mejorar el mundo en que vivimos ha de pasar antes por descubrirnos menos proclives a la maldad quienes lo habitamos. Y ahí la cosa no pinta bien. La pandemia pudo ser un laboratorio donde lograr esa posible mejoría. Y ya sabemos lo que fue: el chollo infame para muchos chorizos que convirtieron tanto sufrimiento y tanta muerte en acciones bancarias y cuentas oscuras en paraísos fiscales. Después de la Dana ya hay repartos de esas acciones entre empresas que, siempre a dedo para no perder la costumbre, han empezado lo que pomposamente, con redoble de tambores y aparatoso estruendo de cornetas, el presidente Mazón llamó reconstrucción. Y aquí, en este punto, es cuando regresa la lluvia a esta columna de los domingos. No es la del 29 de octubre. Es la de hace dos sábados por las calles de València.

La cuarta manifestación para exigir la dimisión de Carlos Mazón al frente de la Generalitat. A las seis de la tarde, en la plaza del Ayuntamiento, era la cita. Y a las cinco empezó a caer la del Arca de Noé. Me los imaginaba, a él y a su plana mayor reunidos en oración, con la mirada perdida en las alturas y gritando ¡milagro, milagro!, como en una película de Berlanga. Al principio la cosa pintaba mal. Grupitos aquí y allá cobijados en los portales. Paraguas. Chubasqueros. Ligeras chaquetas acolchadas que eran una risa para la que estaba cayendo en esas primeras horas de la tarde. La policía ni siquiera había cortado el tráfico en la calle de las Barcas. Pero poco a poco el paisaje iba cambiando, a ritmo de canción lenta de guateque sesentero, pero iba cambiando. Se apretujaban los paraguas, los chubasqueros adquirían una tonalidad más brillante y en ese brillo era como si regresara la voz de Robert Plant con los guitarrazos ahora intimistas de Jimmy Page y arremeter de nuevo con The rain song animando la cita bajo la lluvia.

Claro que faltó mucha gente. Normal que no invitara la tarde tormentosa a salir a la calle, y aún más para pasarte varias horas calado hasta los huesos. Pero aun así fuimos 25.000 según la Delegación de Gobierno y 7.000 en la versión de la Policía Local, que, por cierto, era la primera vez que daba cifras de asistentes: no sé si para contrarrestar las que en las tres anteriores manifestaciones habían desbordado espectacularmente todas las previsiones. Pero me da igual cuál de las dos cantidades se aproxima más a la realidad. Éramos miles y miles en la calle para exigir que el presidente (en verdad, ya ex presidente digan lo que digan) cogiera los bártulos, se volviera a casa y empezara a prepararse, guitarra en mano, para la próxima edición de Benidorm Fest.

Lo más importante ahora mismo es que las autoridades, sean las que sean, se dejen de aventar miles y miles de euros en ayudas por la Dana como si fueran aquellos pollos asados que alimentaban los sueños hambrientos de Carpanta en los tebeos de mi infancia. Que lleguen ya esas ayudas, que se deje de lado la lucha competitiva por el relato y que la gente pueda aliviar de verdad las penas insufribles de la barrancada. Y que deje también el invisible Mazón de hacerse el mártir inventándose una conspiración de la internacional comunista que nos gobierna contra su pobre persona. Me imagino al insomne eurovisivo como un penitente de saeta machadiana, dando vueltas por sus atormentadas noches en vela y mirándose al espejo repetir como un iluminado: “¡soy Ayuso, soy Ayuso, soy Ayuso…”. También me lo imagino haciendo cuentas: si cayendo chuzos de punta no se han rendido, cuánta gente acudirá a la próxima manifestación si luce el sol como en la vieja y verbenera canción de Los Diablos… Un rayo de sol, oh oh oh…

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