Opinión | Mirador
Media hora antes casa, la fiesta de los ingenuos
La sociedad ha cambiado. Es un hecho. La generación de nuestros abuelos y bisabuelos levantaron el país con sacrificio y sudor, con una abnegación que hoy la mayoría de nuestros jóvenes no imaginan. Se habla mucho de sus dificultades para para acceder al mundo laboral, del verdadero problema de la vivienda, y todo esto es cierto, sí lo es, pero también es real la necesidad de trabajadores en el sector servicios, la falta de transportistas, fontaneros, carpinteros y tantos otros empleos. Al mismo tiempo, la desocupación en España supera el 10% y no pocos jóvenes sueñan con ser influencers, viajar de aquí para allá y tener un trabajo que les provea ganar mucho y trabajar media jornada. Vivimos en la sociedad del carpe diem y la escuela sigue fabricando generaciones que no necesitan esforzarse demasiado para obtener sus objetivos y que cuentan con el buenismo de los padres y de la sociedad, ese pobrecitos que los convierte en blandos y con ciertas garantías de frustraciones futuras.
Esta es la sociedad, o parte de la sociedad, que más aplaudirá la reforma laboral de 37,5 horas. ¡Como si a uno le amargara un dulce! ¿Quién no quisiera trabajar menos y cobrar lo mismo o más? Tonto el último. Es una ingenuidad pensar que no disfrutaríamos con salarios más altos y menos horas trabajadas. El fondo del asunto es cómo conseguirlo, porque quienes impulsan y promueven estas ocurrencias creen que la fiesta es gratis. Es fácil explicar por qué en España se quiere trabajar menos, está instalado en nuestra cultura. Sin embargo, es difícil explicar el anatema que existe contra los empresarios que, en pocas palabras, son quienes deben pagar las ocurrencias de los sindicatos y, al final, recargarlo en el consumidor, tú y yo, que trabajaremos algo menos, pero nos costarán las cosas más caras.
Yolanda Díaz, impulsora de la reducción de la jornada laboral, consiguió que el ministro de Economía, Carlos Puerto, se rindieran a la persuasión de sus encantos, más allá de las primeras y razonables discrepancias del ministerio. Sin embargo, tanto va el cántaro a la fuente, que la líder de Sumar, partido al borde de la extinción, se llevó el gato al agua, desoyendo, por supuesto, a la CEOE y al mundo empresarial con quienes no contaron para llevar adelante el proyecto aprobado en Consejo de ministros. ¡Como si los empresarios no tuvieran nada que decir! Sobre todo, las PYMEs, que son un 70% de los establecimientos y comercios del país, los claros generadores de empleo. No está pensando en ellos la ministra, ni en la gran cantidad de impuestos que los ahogan, ni en las dificultades que tienen cada una de esas empresas para mantenerse a flote. Ni siquiera aporta fórmulas para mejorar los horarios a cambio de mejora de rendimiento u objetivos. Parecería que Yolanda Díaz vive en su realidad paralela, en su universo de revistas de moda, jugando a ser popular con el dinero de otros y con la candidez de muchos. ¿Quién quiere premios? ¿Quién quiere más? Es el recurso demagógico de quienes piensan en algún rédito electoral más que en el bien común.
Una parte de nuestra sociedad cree que existe el país de Nunca Jamás, ese síndrome de Peter Pan que acabará cuando nos estrellemos en la realidad y comprendamos que no se puede subir el gasto social sin subir impuestos, ni aumentar el trabajo sin aumentan los costes que acaban repercutiendo en la inflación y en esas realidades que dañan nuestros bolsillos. Siento que falta madurez social para comprender que el trabajo dignifica, que el esfuerzo es garantía de éxito y que una buena formación nos pone en camino de mejorar nuestros empleos. Deberíamos luchar para que nuestras condiciones laborales sean respetadas, sí, pero desde la cultura del esfuerzo y la responsabilidad, comprendiendo que nada es gratis, sino el manido recurso de los embaucadores para darnos gato por liebre.
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