Opinión

Instituto Universitario de Estudios Feministas - UJI

Y comieron perdices

Enma Vilarasu en la 'Casa en llamas'.

Enma Vilarasu en la 'Casa en llamas'. / L-EMV

Cuando los cuentos acaban bien llevan añadido la expresión «fueron felices y comieron perdices». La frase se aplica en las bodas para significar un futuro de bonanza compartida. Al menos así se presenta entre las uniones y matrimonios tradicionales donde el rol de la esposa se define por el cuidado del hogar y por la complacencia a los designios del marido. Todo junto produce la imagen de una felicidad impostada con elementos retro y nostálgicos propios de una estética vintage. El caso es que este modelo de «ama de casa tradicional» ha empezado a conocerse y difundirse en internet con el término inglés «tradwife». Conviene recordarlo, a punto de celebrar San Valentín, cuando la mercadotecnia saca toda la artillería de bombones en forma de corazón y otros detalles a tono. Puede que en ese contexto cuele ese modelo trasnochado pero lo cierto es que, en las democracias liberales, con la incorporación de las mujeres a la población activa se sigue manteniendo la división entre lo privado y público que relega a las mujeres al ámbito familiar y les hace cumplir una doble jornada laboral, fuera y dentro de casa.

Esa es la realidad de «Casa en llamas» que acaba de recibir el premio al Mejor guion original en los Goya de este año. El discurso de Eduard Sola al recoger el galardón se hizo viral por el reconocimiento a la multitud de mujeres que tuvieron que combinar ocho horas de trabajo, dedicarse a la crianza y sacar a flote a la familia. En sus palabras, entrecortadas por la emoción, se refirió a la escena del largometraje en la que al personaje protagonista de Montse, interpretado por la actriz Enma Vilarasu, le dicen que «el amor es dar sin recibir nada a cambio». Tras escucharlo, levanta el dedo de manera insultante y responde «Y una mierda». Una respuesta que da cuenta de su hartazgo y rebeldía. Como ella fueron muchas las mujeres que llevaron la etiqueta de «supermadres», un modelo que, contrariamente a lo que pueda pensarse, persiste a causa de la brecha salarial, el techo de cristal y la dificultad por conciliar la jornada laboral con las obligaciones familiares.

Avanzar hacia la corresponsabilidad y la conciliación tendría que ser el referente y sin embargo se han puesto de moda las «amas de casa tradicionales» que por amor renuncian a sus derechos y tienen limitada la libertad. Es evidente que el derecho a participar en el espacio público en igualdad de condiciones que los hombres queda en entredicho al creer que las tareas domésticas son responsabilidad única de las mujeres. Desde luego las 'tradwife' son incompatibles con la emancipación femenina entendida como el paso de la esfera privada a la pública. En este marco el dilema se sitúa entre la reproducción y la prestación de cuidados que recae fundamentalmente en las mujeres. De ahí que Catherine Rottenberg advierta sobre la racionalidad neoliberal que ha incorporado ese ideal de equilibrio feliz entre el trabajo y la familia que pocas mujeres podrán permitírselo y del que quedarán excluidas las más vulnerables social y económicamente. Por eso mismo, a las jóvenes les convendría tomar conciencia del enfoque de género que en la sociedad actual conlleva la producción del capital humano y la prestación de cuidados. Quizás así el riesgo de atragantarse comiendo perdices pueda evitarse o ser menor.

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