Opinión
La difícil independencia del técnico en política
Los profesionales que entran en política con vocación de servicio acaban, o bien plegándose a la dinámica interna, o bien abandonando

"Debemos permitir que quienes provienen de la sociedad civil puedan ejercer su labor con independencia real" / L-EMV
Por desgracia, la política actual no es un entorno propicio para la independencia. Quienes provienen del ámbito técnico o profesional y deciden asumir un cargo público, ya sea en el gobierno autonómico, nacional o en las Corts como diputados, se encuentran con una realidad que dista mucho del ideal de servicio público y gestión eficiente que los llevó a dar el paso.
La política es un ecosistema con sus propias reglas, donde las luchas internas y los equilibrios de poder pesan más que el criterio independiente o el análisis racional de los problemas. Los técnicos que aterrizan en un cargo con la intención de aportar conocimiento y capacidad de gestión pronto descubren que las decisiones no se toman únicamente con base en la lógica o en lo que es mejor para la ciudadanía, sino en función de intereses partidistas, alianzas y estrategias electorales.
En un escenario ideal, un técnico convertido en político debería poder aplicar su experiencia sin ataduras. Sin embargo, la realidad es otra: el margen de maniobra es estrecho y la presión para alinearse con la disciplina de partido es constante. No se trata solo de la oposición, que buscará desgastar cualquier iniciativa, sino también de los propios compañeros, donde cada movimiento se mide bajo la óptica de su impacto interno más que de su efectividad para la sociedad.
Este choque entre la lógica técnica y la lógica política genera frustración y, en muchos casos, una rápida retirada. Los profesionales que entran en política con vocación de servicio acaban, o bien plegándose a la dinámica interna, o bien abandonando, conscientes de que su independencia es percibida como una amenaza en lugar de un valor.
El resultado de esta situación es que la política se convierte en un círculo cada vez más cerrado, donde la renovación y la incorporación de perfiles ajenos al aparato partidista es vista con recelo. La consecuencia es una gestión menos eficiente y un alejamiento progresivo de los ciudadanos, que ven cómo las decisiones responden más a cálculos internos que a las necesidades reales de la sociedad.
Si queremos una política mejor, debemos permitir que quienes provienen de la sociedad civil puedan ejercer su labor con independencia real. Para ello, hace falta una reforma profunda de los partidos y de su funcionamiento interno. Sin esa transformación, el talento externo seguirá siendo absorbido o expulsado por un sistema que, lejos de fomentar la excelencia, prioriza la lealtad sobre la competencia.
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