Opinión | En el barro
El valenciano no es de patriotas

Elon Musk, su hijo y Donald Trump. / Aaron Schwartz / POOL
El maldito dolor de cabeza te levanta de madrugada, te pones un café largo, buscas un ibuprofeno, enchufas la tele y lo que sale te hace dudar de si no has viajado en el tiempo o has caído en una peli de ciencia ficción de serie B. El hombre rico, el más rico, con gorra con su pequeño vástago en la Casa Blanca, como si fuera su mansión o la de un íntimo, haciendo gansadas y exhibiendo poder para reducir la cosa pública, al margen de leyes y normas. Patriotas. Lo siguiente es ver a un yihadista condenado en el Congreso de los Diputados, esposado, flanqueado por policías y con su teoría de la conspiración en la boca. Patriota de la fe. Todo en virtud de los pactos de Pedro Sánchez con los independentistas. ¿Era necesario tanto descrédito? Luego vienen los audios interesadamente recortados de la Generalitat de Mazón y los meteorólogos intentando protegerse de las acusaciones de un gobierno que se revuelve panza arriba. Si lo hace es porque sabe que le funciona, por mucho que la intelectualidad los ridiculice. Saben que el mensaje produce efecto entre los propios en un ambiente tan polarizado. Saben que hay público esperando que le digan que toda la culpa fue de algo cercano a Sánchez y saben que verán la reacción posterior como otra treta de este. El problema no es que funcione o no como estrategia de salvación. La gravedad de la pendiente de fango es que no importa el daño que hace a las instituciones y a un sistema tocado por el mal del desencanto. Importa poco el territorio quemado que recibirán los que vengan más tarde. Patriotismo de bandos.
El día se hace largo, arrastrado por la cefalea que persiste como el rumor de un mar cercano. Patriotismo. Vuelve sobre mí la palabra al regresar a casa con la noche caída. El parque infantil a la salida del aparcamiento es una pequeña concentración de nuevos mundos. Nunca sabes qué sorpresa te espera. Esta noche es un hombre rezando descalzo hacia La Meca entre toboganes. Imágenes de un tiempo nuevo.
Patriotismo. El otro día un viejo político reivindicaba en la radio la patria como el orgullo de un país capaz de proyectar una imagen abierta, por ser puntero en derechos civiles, como pasó cuando el matrimonio homosexual. Sonaba tan lejano.
Patria. Hace tiempo que siento desapego hacia el concepto, como al de nación. La sinrazón del ‘procés’ acentuó un alejamiento que venía de antes, como el de muchos, diría. Pero no creo que ese contexto pueda servir para ignorar una regresión en la recuperación y dignificación del valenciano como la que creo que se está produciendo ahora en nombre de la libertad (educativa).
Nos pasamos años peleando por la libertad y ahora usan esa palabra para que gane el fortachón de la clase, el poderoso, porque libertad significa encontrar una fórmula legal para reducir la protección del débil, como si hubiera ganado demasiados derechos. Algo falla cuando la enseñanza en una lengua minorizada pasa a depender de mayorías. En esa contradicción tiene todas las de perder, porque en el tratamiento aparentemente igualitario lo normal es que gane el más fuerte. Y aquí la diferencia de recursos y poder es abismal. Solo hay que poner la tele, una plataforma audiovisual o surfear por las redes para percatarse de las distancias de uso entre el castellano y eso que solíamos llamar ‘lengua propia’ para evitar enredos y no decir ‘catalán’, como la filología dice. Con eso de tener hasta un nombre de idioma confuso hemos ayudado a que un conseller desacredite los informes de la ciencia por llevar solo el membrete de Filología Catalana. Sin más. Y como si nada.
Patria. Esta es la nuestra, la que arrastramos por un camino pedregoso. Una patria difícil de orografía diversa, que suele ser lo normal, pero aquí se junta además la ausencia de un idioma uniforme y una historia común. No hay manera de decir ‘propio’ en esta tierra sin molestar: ni lengua propia ni gentilicio propio, de digestión natural. Descastados, que es un concepto siempre atractivo aunque repleto de complejos, algo así somos. Nación impura, como dijeron unos viejos profesores hace ya décadas con otros objetivos teóricos.
No me interesa el patriotismo (todo para quien lo quiera), pero otra cosa es defender un mínimo de dignidad para las raíces, para la lengua que oigo desde que nací y nadie me dijo que tenía ortografía, incluso gramática y literatura, hasta alguna década más tarde.
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