Opinión | Voces

València me dice "vete"

Falsa dicotomía: O me estoy haciendo mayor o València está cambiando a la carrera. Homogeneizándose, desvirtuándose. La ciudad, siempre efímera, humana y local es hoy, y en el futuro inmediato, eterna, robótica y universal. Por el efecto de la comunicación digital, también por la masiva afluencia de turistas llegados de todos los rincones del globo. Hoy la ciudad comunica más que nunca pero tengo la extraña sensación de que a mí (díganme ustedes si también les pasa) me dice que me vaya. Me expulsa. Me aleja con sus nuevas condiciones.

Imagino sin demasiada creatividad (pues la realidad se impone) a un turista japonés paseando por las calles del Cap i Casal. Coincide con una multifacética manifestación que une a antivacunas, conspiracionistas y neofascistas. Se sorprende y piensa, distorsionadamente, en la idiosincrasia de la gente valenciana. Sin embargo, su visita le lleva después por las calles Amado Granell, María Zambrano, Alejandra

Soler, Federica Montseny o la plaza César Orquín. Eso, mientras se cruza, en una antigua avenida ahora reconvertida en parque, con dos jóvenes, un chico y una chica, que esperan, Smartphone en mano, un Uber en la acera. Ella con una camiseta de Tupac Shakur, él con otra de Hannah Arendt. Demasiada información, piensa. Demasiados contrastes, dialoga con su pareja. La ciudad, si algo hace, es comunicar constantemente.

Una ciudad no es una figura geográfica sobre un terreno físico sino una lectura inconsciente formulada por cada vecino, visitante o conocedor. Cada ‘consumidor’ de la ciudad edifica, consciente o inconscientemente, a través de la comunicación individualizada que crea. Una ciudad no comunica como un simple medio formal institucionalizado (que también), sino que se relaciona de forma múltiple con su ciudadanía a través de la información, dando forma constante (y sin descanso) al espacio simbólico compartido.

La ciudad son sus gentes y sus relaciones, lo que permite, ante desastres naturales o conflictos bélicos, trasladar el emplazamiento sin que se pierda completamente la identidad urbana. La ciudad es soporte material pero mucho más. La sociedad es un grupo de humanos pero mucho más. Sólo la comunicación aporta entramado urbano, superando los comportamientos individuales y las características particulares a nivel material. El lenguaje cultural en los barrios sirve de pegamento informacional, ofreciendo una identidad que se pervierte ahora con una interconexión internacional que ha desgajado las relaciones sociales más próximas. Las ha desgajado o las ha obstaculizado.

València ha dejado de ser lo que era, eso es así. Lo que no está tan claro es que sepan qué quieren que sea en adelante ¿Existe un plan de ciudad para los próximos cincuenta años? O mejor, ¿para los próximos cinco? Las transformaciones son frenéticas. Estás un tiempo sin pasar por la urbe y te cuesta entenderla.

El mensaje muta el medio en función del receptor. A mi madre, hace veinte años, la obligó a correr para llegar al tren. Cuando se sentó, respiró y sentenció: «No torne a València». No volvió. La ciudad exige velocidad, física y mental. La reflexión, al contrario, quiere pausa y sosiego. Quizá no se está reflexionando, quizá se va a salto de mata. O quizá no. Y no se confundan, esto no es cosa de políticos y políticas. València comunica a través de cada vecino, de cada comerciante y de cada visitante. De todas y todos. Es un pacto común, es un reto compartido.

La comunicación de una ciudad, por lo tanto, es experimental, tan subjetiva como interpretaciones individuales puedan existir pero también colectiva y democrática. Es una transformación constante y exige consciencia. Al menos, consciencia.

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