Opinión

Una de inmigrantes

'The Brutalist' habla del poder que el capitalismo tiene sobre la vida de las personas

'The Brutalist' habla del poder que el capitalismo tiene sobre la vida de las personas / L_EMV

Datos. “The Brutalist” ha costado nueve millones de euros (migajas, para la industria estadounidense) y lleva ya el triple en recaudación. Dura doscientos quince minutos, pero tiene intermedio (algo muy favorable para los intereses de los que ya tenemos una edad y una próstata acorde: solo por eso ya debería ser la absoluta vencedora de los Oscar de este año) y cuenta la historia de un arquitecto, judío y húngaro, que escapa de la Europa convulsa de finales de los cuarenta para buscarse un futuro, yendo a parar a Pensilvania. A partir de ahí, empieza la historia.

El elefante en la habitación. Este domingo se vota en Alemania, en la que son sus elecciones más importantes en lo que va de siglo. Si hay un país que en las últimas décadas ha mostrado compromiso con la inmigración, ese ha sido Alemania. Turcos, sirios, ucranianos, polacos. Casi catorce millones (de un total de noventa) son inmigrantes. Pero el parón de su economía y la utilización demagógica de AfD (el partido de los ultras alemanes), ha hecho estallar los diques de un tema sobre el que había un consenso por parte de los ciudadanos y también por parte de la coalición de conservadores y socialdemócratas. A punto ya de tener el elefante incrustado en habitación, la ultraderecha alemana puede obtener mañana más de un veinte por ciento de los votos. Lo nunca visto allí desde los años treinta.

Más sobre “The Brutalist”. Lejos de ser una más de esas películas epopéyicas americanas donde el héroe -vaya actuación, la de Adrian Brody- vence siempre y consigue su sueño, la película es triste, dura, irregular y turbadora. Muestra el desarraigo físico y mental que supone irte de tu país sin un duro, pero también la ambición quimérica que necesita uno para empezar de cero en otro sitio. También habla del poder que el capitalismo tiene sobre la vida de las personas. Y todo esto lo filma un tal Brady Corbet, que tiene unos asquerosos treinta y cuatro añitos. Como se dice ahora, a uno le explota la cabeza con que alguien nacido a principios de los noventa tenga la audacia de imaginar algo así y llevarlo a una pantalla con tal hondura, riesgo y profundidad. Y con la arquitectura de por medio, además. Maldito seas, Brady, maldito seas.

Nuestro elefante. Es facilísimo tener opiniones magníficas -yo tengo varias- sobre temas que ni conocemos ni nos afectan. En este caso, reconozco que no tengo ni idea de los problemas que da la inmigración: ni vivo en un barrio con un porcentaje alto de inmigrantes ilegales, ni tengo que competir en mi puesto de trabajo con alguien que lo puede hacer mejor y más barato que yo. Ahí me querría yo ver, ahí. Porque la inmigración, además de ser necesaria para hacer lo que ya no queremos hacer, también da problemas de convivencia, distorsiona los salarios de determinados sectores, puede generar agravios y problemas en el uso de los servicios públicos. Lo que quiero decir es que no es un problema artificial creado por la ultraderecha (otra cosa es que lo utilicen de manera bastarda y sin un mínimo de análisis, reflexión ni compasión). En España tenemos, según las estimaciones, a más de medio millón de personas que están en un limbo legal, esperando un permiso de residencia necesario para trabajar legalmente que puede, con suerte, tardar un par de años en obtenerse. Mientras, a malvivir sin tener asegurado el día siguiente y con el miedo a que te cojan y te echen. Campo abonado para la explotación, la delincuencia, y los problemas de convivencia (que conocen los que viven en esos barrios y los que trabajan en esos sectores: donde los ultras pescan voto tras voto). Por eso sería bueno que PP y Psoe nos explicaran de manera clara cuál es el plan (¿regularizaciones exprés? ¿mejor control de fronteras? ¿qué hacer para integrarlos de manera adecuada? ¿Qué dinero de los presupuestos dedicamos para esto?). La otra opción es seguir como hasta ahora, mirando para otro sitio y con nuestras opiniones magníficas. Pero si en Alemania el elefante ya está en la habitación, en España lo tenemos subiendo por el ascensor.  

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