Opinión | Punto y aparte

Subdirectora de Levante-EMV

Las Fallas, un aliento de vida entre tanto dolor

¿Se pueden hacer fallas en un escenario de pérdida y desolación? ¿Se deben hacer? ¿Cuál es su función? ¿Pueden ser un revulsivo? ¿Cómo se consigue el equilibrio?

La marco despertà marcó el inicio de las fiestas falleras el pasado domingo.

La marco despertà marcó el inicio de las fiestas falleras el pasado domingo. / Francisco Calabuig

Voy a empezar este artículo como empiezo casi todos los que escribo cuando opino sobre Fallas: no soy fallera pero me apasiona nuestra fiesta, la disfruto y vivo plenamente cuando puedo y participo en todas aquellas iniciativas a las que me invitan. Considero que las Fallas, además de pasarlo bien -que es muy importante- es el movimiento asociativo más importante de Europa y, patrimonialmente, es de un valor incalculable. De hecho es Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. 

Como a todos los no falleros, las carpas me molestan, me agobian los petardos en exceso y me disgustan ciertos abusos, sobre todo aquellos que tienen que ver con el incivismo y la falta de respeto al entorno y las personas.  

Hace unos meses un amigo muy fallero (gràcies, Ferran) me invitaba de nuevo a participar en su llibret de este año, lo que me planteó un interrogante no exento de un cierto desasosiego: ¿Se pueden hacer fallas en un escenario de pérdida y dolor? ¿Se deben hacer? ¿Cual es su función? ¿Pueden ser un revulsivo? ¿Cómo se consigue el equilibrio? 

Cientos de falleros y falleras de numerosas localidades valencianas vieron como, de un día para otro, su casal ya no existía, no existían paredes, ni puertas, ni tampoco banderines ni recuerdos. Cientos de falleros y falleras ayudaron a otros a levantarse, a limpiar el barro de sus trajes y fajines y ahora, en pleno proceso de reconstrucción, se vuelcan plantando monumentos solidarios en localidades tan y tan arrasadas que habían descartado hasta plantar un simple ninot.

Y qué quieren que les diga. Nos merecemos un aliento de vida, una chispa de alegría. Nunca podremos ni debemos olvidar la enorme tragedia que se ha llevado por delante 227 vidas y ha convertido nuestros pueblos en un escenario de resiliencia y reinvención. Nunca. La justicia dirá la última palabra y quien tenga que pagar, que pague. 'No ho oblidarem mai'. 

Ahora, saquemos la fuerza que hemos demostrado que tenemos como sociedad y tomemos las calles, apoyemos y acompañemos a las fallas que más lo necesitan. Porque ayudarles a ellos es ayudarnos a nosotros, a nuestra identidad y a nuestra historia.

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