Opinión | tribuna
La mentira instalada en nuestras vidas
Qué lamentable me parece que se nos haya colado algo tan aborrecible como la mentira en nuestra vida cotidiana, que la hayamos normalizado y asimilado sin cuestionarla, y que quien la utiliza de manera sistemática no sea perseguido por ello.
La mentira nos debilita como sociedad y nos hace extremadamente vulnerables, porque resulta muy complejo poder discernir lo que se esconde tras ella, si no se tienen grandes dosis de sentido crítico y tiempo, para poder comparar diferentes discursos.
La mentira nos la encontramos recurrentemente en redes sociales, en los mensajes de odio que algunos lanzan, escondidos tras una pantalla, y poniendo el foco de atención en las personas con situaciones más complejas, fomentando la violencia y el rechazo hacia quienes son diferentes o se salen de la «norma».
También la tenemos a diario en los discursos de ciertos personajes políticos, que son capaces de negar la mayor, que marean con contradicciones, versiones diversas, ofreciendo cifras irreales, datos sin contrastar y un sinfín de necedades que, a menudo, causan rubor por lo absurdo, pero que convencen a sus acólitos de una manera borreguil. No hay que irse demasiado lejos para detectarlos…
Esta manera torticera de actuar se extiende a otros ámbitos, y en Asturias afecta directamente a nuestro colectivo profesional, que ha visto deslucirse una gran alegría para la Educación Social como es el reconocimiento de la profesión dentro de la administración, que el gobierno asturiano ha propiciado a través de un proceso de funcionarización en donde se reconoce nuestro espacio, convirtiéndose en la peor pesadilla para los compañeros y compañeras del Colegio Profesional de la Educación Social del Principado de Asturias, por la acción de unos sindicatos que han decidido tensionar la situación y utilizar la mentira y la manipulación para evitar el proceso…
Aunque no tienen razón, porque ni se van a producir despidos de los trabajadores que actualmente ocupan esos puestos, ni se van a perder oportunidades de empleo, la calumnia y el descrédito son difíciles de gestionar y empañan el nombre de una profesión que lleva 30 años de recorrido en nuestro país, avalada por Universidades prestigiosas a lo largo y ancho del territorio español.
Y, como siempre en estos casos, me viene a la cabeza aquello de que si en vez de una profesión de lo social, estuviéramos hablando de medicina, no se estaría debatiendo si el puesto podría ser ocupado por un ingeniero agrónomo, un docente o un historiador… Porque si pasara, la ciudadanía exigiría que la atención se la prestara el facultativo adecuado, y no cualquier otro profesional.
Una vez más, las educadoras y educadores sociales, así, con apellido, hemos de salir a la palestra a defender nuestro espacio propio.
La historia de la humanidad está plagada de mentiras y mentirosos, que, aunque no tenían la capacidad de difusión actual, fueron famosos y hasta consiguieron ostentar grandes cargos y engañar a sus congéneres. Sin embargo, ahora resulta mucho más complejo averiguar las farsas, pero hemos de ser capaces, como ciudadanía, de rechazar y perseguir la mentira, para evitar convertirnos en sus víctimas.
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