Opinión | tribuna

València

Una nueva Edad Media en la Malva-rosa

Está previsto que el Ayuntamiento de Valencia dé este miércoles el visto bueno al PAI de Fausto Elio, una actuación urbanística que pasó desapercibida en el Plan Especial del Cabanyal. El pedazo de suelo al que se refiere está ubicado en la conocida como rotonda de los cactus: al final de Serrería, al inicio de Tarongers. En el barrio de la Malva-rosa.

Se trata de un proyecto con intervención privada (el grupo Atitlan) y que supone la construcción de viviendas en dos formatos diferentes: unas pocas de protección pública y muchas «unidades de residencial dotacional». En la página del Ayuntamiento sin embargo se presenta como un proyecto con «dos tercios de la edificabilidad dedicados a Viviendas de Protección Pública». Basta leer hasta el final la publicación del consistorio para comprobar que esa proporción ha de calcularse sobre la superficie residencial. La otra, la mayor parte del área edificable en la realidad, se dedicará a «usos terciarios». Al final: 34 viviendas de protección pública y 110 «unidades de alojamiento residencial dotacional». Sea lo que sea eso.

Lo cierto es que no hay ningún indicio de que sea este u otro proyecto similar el que pueda aportar lo que el vecindario de la Malva-rosa hace décadas que andamos reclamando. Esta carta no se escribe desde el Paseo Marítimo, aquí se habla pensando en el barrio que se extiende desde la Calle Cavite hacia adentro. Hablamos de una realidad de atraso en dotaciones que nos ubica entre las zonas más desatendidas de la ciudad, de una cotidianidad conflictiva como bien sabe quien se haya adentrado por aquí. En la Malva-rosa carecemos de los servicios públicos de los que cualquier distrito de la ciudad dispone desde hace mucho: ni centro cultural, ni biblioteca, ni zona deportiva de acceso libre, ni un centro de juventud en condiciones (el actual, en unos bajos deteriorados, está ahora mismo amenazado de cierre).

La Malva-rosa no necesita ninguna «unidad de alojamiento residencial dotacional» que bien sabemos se acabará convirtiendo en establecimientos turísticos camuflados de residencias de estudiantes. Es el uso de la cultura como paño con el que lavarle la cara a la especulación de siempre. No es algo que nos inventemos el vecindario, los propios impulsores privados del PAI lo han hecho público: recuerde quien lee esto las palabras de Roberto Centeno en el encuentro de la Asociación para el Progreso de la Dirección2.

La gente del barrio reconocemos la maniobra porque la hemos vivido recientemente a raíz de otro proyecto: la demanda de una biblioteca en la Malvarrosa será satisfecha sólo a costa de la construcción en el mismo solar de un hotel de seis plantas. Este último ya casi acabado (el hotel), aquélla (la biblioteca) ni siquiera presupuestada.

Uno extrae la conclusión de que en la Malva-rosa debemos pagar un precio, el de la turistificación, para acceder a servicios básicos. Algo parecido a un impuesto revolucionario malsano y depredador. Nos viene a la cabeza el diezmo o el pago de los medianeros a sus señores (feudales) en un contexto de nueva Edad Media tecnocrática. Es la gente trabajadora omitiendo la extracción de los bienes comunes en beneficio de lo privado a cambio del acceso a recursos básicos como una biblioteca o un parque. Una contraprestación consistente en dar vía libre a maniobras especulativas con el turismo como motivo de fondo.

El sentido de humanidad (el derecho a una vivienda) y los estudios recientes apuntan en el sentido contrario: la gestión vecinal de lo común. ¿A qué responde la necesidad de usar eufemismos como «unidad de alojamiento residencial dotacional» o de utilizar las matemáticas de forma engañosa? Probablemente sospechan que sabemos lo que de hecho sabemos: que el futuro del barrio no puede depender de estos proyectos, que la gente trabajadora no va a ganar nada con ellos. Más bien al contrario: para ella quedará el trabajo precario y un entorno lujoso inalcanzable.

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