Opinión
El amigo americano

JD Vance, vicepresidente de EEUU, en la Conferencia de Múnich. / EP
Me sentó como un tiro escuchar al vicepresidente de los Estados Unidos, JD Vance, abroncarnos a los europeos en Múnich y darnos lecciones de democracia. Según Vance nuestro problema no es una Rusia agresiva sino el deterioro de nuestra democracia porque limitamos la libertad de expresión cuando controlamos el contenido de las grandes plataformas digitales y cuando levantamos barreras para impedir gobernar a la extrema derecha. Y eso nos lo dice alguien que no acepta los resultados de las elecciones cuando las pierde y que aplaude e indulta a los energúmenos que en enero de 2021 asaltaron el Capitolio en Washington, en una escena que avergonzó a los demócratas del mundo entero. ¡Hay que tener morro!, como dicen hoy los jóvenes.
Por si no fuera poco, Vance ha respaldado públicamente a Weidel, lideresa de la ultraderecha alemana pocos días antes de las elecciones. Washington no quiere más Europa y por eso apoya a los líderes euroescépticos del continente. Confieso que no entiendo la política europea de la administración Trump. Entiendo su irritación con nuestra baja contribución a la OTAN y a la defensa común, algo que tarde y despacio (sobre todo España) estamos intentando corregir. Pero no entiendo que nos quiera debilitar apoyando a los partidos ultraderechistas contrarios a la integración europea, pues al fin y al cabo compartimos -o creemos compartir- con los EEUU unos valores que por desgracia hoy están en regresión en todo el mundo como consecuencia del ascenso de otras potencias con diferentes trayectorias culturales. Que en el pasado Washington mirase con aprehensión la posibilidad de una Europa demasiado fuerte puede resultar comprensible, pero creo que más debiera preocuparle la Europa demasiado débil de nuestros días, una UE incapaz de hablar con una sola voz ante la grave crisis de Oriente Medio o de oponerse por sí sola al expansionismo imperialista ruso.
Dicho eso, es preocupante el crecimiento de ideas xenófobas y euroescépticas que muestran las últimas elecciones al Parlamento Europeo, donde la extrema derecha obtuvo dos centenares de diputados, el 25% de los votos y un salto enorme si se piensa que en 1984 solo tuvo el 4%. Hoy es la primera fuerza en países tan importantes como Francia e Italia, se acaba de confirmar como la segunda en Alemania donde la han votado uno de cada cinco ciudadanos, y ha estado a punto de formar gobierno en Austria. Por no hablar de Hungría y Holanda. Hace poco se reunieron sus principales líderes en Madrid y según una encuesta reciente publicada por El País uno de cada seis españoles votaría hoy a la extrema derecha.
Es muy preocupante. No creo que todos esos votantes sean nazis o fascistas (aunque algunos lo sean), como tampoco pienso que sean comunistas todos los que votan a Sumar o a Podemos (aunque algunos también lo sean). Más bien pienso que los votantes de esos populismos extremistas son víctimas de la globalización y de los excesos del capitalismo liberal que han hundido su nivel de vida, gentes que lo pasan mal, que sienten su identidad y sus puestos de trabajo amenazados por la inmigración y la inseguridad, y que expresan su malestar votando contra lo que hay y comulgando si hace falta con ruedas de molino. A ver si hay suerte y con el cambio les va mejor. Por eso, la mejor manera de luchar contra esos ultras es hacer que la gente viva mejor. Y esa es tarea de todos.
Es muy preocupante porque es ahora cuando Europa necesita unirse para afrontar los graves retos que nos amenazan desde Rusia y desde ¡quién lo iba a decir! unos EEUU convertidos en adversario. Necesitamos progresar por la senda del mercado común de capitales y de energía, de la unión fiscal y bancaria, del aumento del presupuesto comunitario al 2% del PIB de los 27, de encontrar dinero para defensa (¿eurobonos?), de eliminar la regla del consenso para tomar decisiones en el ámbito de la política exterior, de simplificar el exceso regulatorio e invertir en industrialización y en transición energética, de cambiar las reglas de competencia para poder competir en las grandes ligas... Y me paro ahí. Pero no podemos seguir sin tomar medidas después de ver la grosera humillación de Trump y Vance a Zelenski en la Casa Blanca el pasado viernes, cuando dejando de lado el Derecho Internacional pretendieron chantajearle con malos modos en un espectáculo bochornoso. Porque mañana esa pareja lo repetirá con cualquiera de nosotros. Europa tiene que despertar porque ya no puede contar con la amistad y la protección de los Estados Unidos.
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