Opinión | Ágora

En defensa de la Generalitat Valenciana

Palau de la Generalitat.

Palau de la Generalitat. / Manuel Molines

Somos uno de los pueblos más antiguos de Europa que pudo disponer de instituciones de autogobierno propias. La Generalitat, nombre que aludía a la representación del General, es decir del conjunto de habitantes del Reino, fue creada como órgano permanente con estructura administrativa hace más de seiscientos años. Concretamente en 1418. Fue suprimida por el Decreto de Nueva Planta de junio de 1707 y recuperada, ya en democracia, con la aprobación del Estatuto de Autonomía en 1982 que devolvía la capacidad de autogobierno en el marco de una nueva organización territorial del Estado emanada de la Constitución de 1978. Desde entonces, es la representación de la dignidad recuperada de todo un pueblo.

La Generalitat Valenciana sufre ahora la mayor crisis institucional de su etapa contemporánea. Crisis de extraordinaria gravedad que afecta a uno de los pilares fundamentales, como es el Consell como órgano de gobierno, y muy especialmente de su president que, no se olvide, es el representante ordinario de Estado. Una crisis tan profunda que erosiona la propia imagen de la Generalitat, impide el normal desempeño de la acción de gobierno y compromete la representación e interlocución de los representantes legítimos del pueblo valenciano ante otros organismos e instituciones. Incluso algunos, que siempre fueron contrarios al modelo de Estado Autonómico, aprovechan la ocasión de deterioro y desconcierto para cuestionar la propia institución y preguntarse para qué sirve la autonomía.

En apenas cuatro meses desde la gran catástrofe ocurrida el 29 de octubre de 2024, todo ha cambiado. Y más allá del dolor, que solo el paso del tiempo podrá ir calmando, y sin ánimo alguno de prejuzgar responsabilidades que habrá de dirimir la justicia, es un hecho que el deterioro institucional ha sido tan rápido como profundo. Hasta el punto de hacer insostenible una situación que se agrava a medida que trascurren los días. La figura del president abre los noticiarios y primeras páginas nacionales; es censurada por redactores de distintos medios y diferentes líneas editoriales, hasta es objeto de broma en espacios de comedia; ha dejado de ser interlocutor para sectores fundamentales; algunos procuran incluso evitarle, y una amplia mayoría social ha expresado en la calle su indignación cada vez que tiene ocasión de hacerlo, exigiendo su dimisión.

Punto de no retorno

El president de todos los valencianos tiene que utilizar la puerta de atrás allí donde va. Le persiguen sus ausencias, sus silencios y sus contradicciones. No hay mayor expresión descrédito, de pérdida de respeto institucional y de deterioro reputacional. En todo caso, no está en condiciones de ejercer con la debida dignidad el hecho de ser nuestra máxima representación. El imaginario colectivo ya le ha situado en un punto de no retorno, e incluso algunos de sus compañeros de formación política así lo reconocen en privado, porque constatan que lo que ocurre en Valencia contamina sus agendas políticas y de gobierno.

La gestión de lo ocurrido aquel fatídico día y las decisiones que ha adoptado durante los meses posteriores le inhabilitan políticamente. Ya sabemos que, en uno de nuestros días más dramáticos en décadas, no estuvo donde debía. Que la Generalitat es la institución competente en la materia para la gestión de este tipo de emergencias y esa responsabilidad política es indelegable e intransferible. Que si se hubieran hecho las cosas de otra forma se habrían salvado vidas. Que se avisó tarde y mal. Que la inútil tarea de negar la evidencia, de retorcer los hechos recurriendo a tácticas impropias de un gobernante, le desacreditan cada día más. Que, con la misma información disponible, otras instituciones, como por ejemplo mi propia universidad o el alcalde de Utiel, adoptaron decisiones que sin duda salvaron vidas. Que no tiene posibilidad alguna de encontrar una salida a la situación creada, ni de recuperar la dignidad institucional de la presidencia de la Generalitat. Que será muy difícil que la legislatura recupere cierta normalidad. Que con independencia de cuánto permanezca en su cargo, ya es pasado. De nuevo llega tarde. Los hechos caminan más rápido que sus desesperados y cambiantes intentos de explicar lo inexplicable. Conviene recordar que, en el día de su toma de posesión, como establece el protocolo, juró o prometió que mientras fuera president gobernaría «sense engany».

Seis veces centenaria

Tal vez no tenía una idea bien formada de lo que supone ser president del país de los valencianos. Un territorio cargado de historia, con lengua propia, y que cuenta casi con la misma población que Dinamarca. O confundiera la Generalitat Valenciana con un Diputación provincial más grande. O llegara a pensar que, en el Consell, órgano máximo de gobierno para todo un pueblo, pudieran ocupar cartera personas que en ocasiones da la sensación de que, a modo de consejeros delegados, representan más bien sectores concretos. Algunos incluso han regresado a su responsabilidad sectorial privada nada más abandonar el gobierno. La contrarreforma territorial y ambiental, desarrollada e impulsada incluso después de la catástrofe provocada por la dana, son señales de que el interés general y la visión estratégica deja paso a una gestión imprudente del territorio entendido como suelo disponible y recursos naturales a explotar por particulares y una ignorancia negligente de los efectos del cambio climático que tendrá consecuencias.

Es cierto que, desde la distancia, desde Madrid, también algunos de los máximos responsables políticos a veces creen que la Generalitat Valenciana es poco más que una delegación provincial. Razón de más para que desde la Generalitat Valenciana se defienda con firmeza un proyecto colectivo que garantice los recursos que nos corresponden, respeto y dignidad como pueblo, seguridades básicas y esperanza. La presidencia de la Generalitat ya no está en condiciones de poder hacerlo. Y su extrema debilidad política e institucional nos perjudica a todos.

La presidencia es contingente, pero la Generalitat Valenciana es seis veces centenaria. La defensa de la institución es mucho más importante que pretender sobrevivir unos meses más al frente de un gobierno que no puede gobernar con normalidad. Son tiempos difíciles, donde el liderazgo y la autoridad moral son intangibles esenciales. Con todo respeto, si el actual president no lo ve de ese modo, algo que es comprensible, quienes tienen la posibilidad de hacerlo, deberían propiciar un cambio para que la institución pueda recuperar la reputación y la dignidad ahora erosionadas. Si fuera necesario, incluso devolviendo la voz al pueblo valenciano.

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